La maternidad y otros temas “femeninos” en «El poder del cuerpo. Antología de poesía femenina contemporánea», por María Nieves Pérez

María Nieves Pérez "El poder del cuerpo. Antología de poesía femenina contemporánea"

Hasta hace no mucho tiempo, en la construcción de la sociedad, la mujer ha estado siempre asociada a lo que se ha considerado el rol principal de su estar en el mundo: la maternidad. Toda mujer que decide por voluntad propia violar este canon se aleja (de una manera u otra) del papel protagonista que la cultura, desde tiempos inmemoriales, le ha asignado. Por tanto, vulnerar este canon establecido significa ser cuestionada por el resto, e incluso, ser relegada a la infelicidad, porque una mujer cuyo objetivo vital difiere de la maternidad no podrá gozar de una vida plena, puesto que no ha logrado completar el propósito final de su sexo: la reproducción.

Pero no le ha bastado a este sistema construido desde el androcentrismo exigir a las mujeres que cumplan con este propósito, sino que se ha atrevido a designar la manera en que esta experiencia debe ser vivida. La maternidad, siempre relegada al ámbito privado femenino, es concebida como un proceso idílico y único, un estado ante el cual ninguna otra experiencia, por maravillosa que sea, puede competir. Se trata de una unicidad que abarca desde el embarazo, el momento del parto hasta el hecho vital de convertirse en madre. Pocas veces la literatura ha otorgado un espacio a la maternidad, lo que confirma el escaso valor social que se le atribuye, a pesar de que constituye uno de los pilares básicos de la sociedad.

Este vacío nos recuerda que también la literatura se ha construido de forma parcial, a partir de una voz masculina, tal y como queda patente en una visión general de la historia literaria, según la escritora Laura Freixas en su artículo “Maternidad y cultura: una reflexión en primera persona”.

El poder del cuerpo. Antología de poesía femenina contemporánea nos ofrece una serie de poemas en los que las autoras rompen con el papel de mujer-madre, transgrediendo así la asignación de roles establecidos según la cultura imperante. Mujer no es sinónimo de madre. Así lo afirma con rotundidad Miriam Reyes en sus versos: “Eventualmente paso días enteros sangrando / (por negarme a ser madre)”. Esta negación de la maternidad afecta a su relación con el cuerpo que incluso la castiga con el dolor. No se trata de algo puntual. La misma autora vuelve a incidir en la misma idea en su poema No soy dueña de nada: “No deberías temer / cuando estrangulo tu sexo / no pienso darte hijos ni anillos ni promesas”. Asimismo, la voz de Leire Bilbao defiende el hecho del cuerpo de la mujer como tal, más allá de la idea del cuerpo-continente-receptáculo. En su poema Útero declara: “No todos los úteros se vacían de niños / no se hinchan sólo de vida. / El mío se vacía de sangre, cuando se deja.”

Leire Bilbao va incluso más lejos en su transgresión, en la necesidad de romper del todo con la idea ya señalada de que la totalidad del cuerpo solo se consigue a través de la maternidad. Discute la visión androcéntrica que considera el cuerpo de la mujer un territorio fragmentado e incompleto que necesita del hijo para que la mujer pueda ser considerada como tal, es decir, cuestiona la idea de que la mujer solo adquiere su totalidad en relación al otro, en este caso, en relación al hijo concebido y, por tanto, a la maternidad. Siguiendo estas directrices, ser mujer plena solo puede conseguirse si va unido al acto de concebir. De esta forma, la mujer como ser fragmentado carece de poder o, al menos, no ostenta el mismo valor que el hombre, ni puede situarse en un estatus de igualdad con respecto al sexo opuesto.

Ante esa realidad, la autora Leire Bilbao se rebela, otorgando al cuerpo femenino la capacidad de “ser” por sí solo, “Trae una mano y siente / las piedras de mi vientre sangrar, / pataleando como el granizo / diciendo que estoy viva .” La mujer se completa en sí misma, sin necesidad de vincularse a ningún otro ser humano. En este sentido y por lo que se infiere de estos versos, el cuerpo femenino se construye como un todo.

Asimismo, nos encontramos con una serie de poemas en los que se presenta la maternidad y, en concreto, la acción de concebir como lo que es en realidad, un hecho dramático y doloroso, alejado de esa visión idealizada y de color rosa que los medios de comunicación, avalados por la tradición, se han ocupado de transmitir a la sociedad.

En este caso, la relación maternidad-cuerpo es una relación cruel, marcada por el sufrimiento. Se trata de un dolor sobre el que la mujer no puede o no debe hablar porque no es lícito, porque la alejaría del papel de madre “perfecta” que le ha sido asignado y que está obligada a asumir, si no quiere ser cuestionada. Se establece así una relación problemática con el cuerpo que genera ansiedad y más dolor. Acudimos de nuevo a los versos de Miriam Reyes que subrayan el hecho trágico (“el desastre”/ “la catástrofe”) de la maternidad: Presiento el desastre de la maternidad / catástrofe de interminables e insufribles secuelas / te lo comunico con el temblor de mi vientre / y tú te ríes imaginando bicefalitos / jugando a adivinar el monstruo / que podría salir de esta tumba semiabierta / a la que tantas veces te has asomado.”

Ángela Álvarez Sáez relata la dura experiencia del parto, la vida asociada a la muerte, ese momento de felicidad plena que, en este caso, se llena de dolor: “Silencio. No hay gritos, ni palabras, ni llanto. Sólo el grifo goteando. / El niño ha nacido muerto.”

En ocasiones, la relación con el cuerpo se vuelve extrema, la voz poética lucha contra su propio cuerpo y contra los cambios que produce el proceso del embarazo, porque esos cambios modifican no solo el cuerpo físico sino el espiritual, afectando al yo íntimo de la poeta. Cuando esto se produce, la solución es el rechazo total al cambio corporal, al hijo y a la maternidad. El aborto adquiere presencia:

“Siento la metamorfosis de mis espacios cálidos / es esa criatura devastándolo todo / chupando mi espíritu (…) Sácamelo sácamelo / o me delineo la cintura / con la tijera de los remiendos (…) Mira adentro / ¿lo ves? / ¿lo alcanzarías con tus blanquísimos y largos dedos? / ¿podrías halarlo fuera de mí?”

El tono de los versos es agresivo, la poeta se enzarza en una lucha salvaje. Sin embargo, ella tiene el poder de vencer sobre su cuerpo “o me delineo la cintura / con la tijera de los remiendos”; o de exigir al hombre que ponga fin al combate que él también ha iniciado “¿podrías halarlo fuera de mí?”, “llévate esta masa encogida / que me metiste dentro”. La poeta se atreve a alterar los roles tradicionales, afirmando su poder por encima del pensamiento patriarcal heredado, profanando incluso la idea divina de la creación que, por otro lado, ha contribuido a consolidar ese rol de mujer- madre abnegada, en la figura de María: “Puedo construir muñecos / a tu imagen y semejanza. / Dios me ha dado ese poder”.

Pero esta antología poética no aborda solo el hecho de la maternidad sino que se adentra en otras cuestiones íntimas como es la sexualidad femenina. Este tema ha sido tratado, durante mucho tiempo, desde lo secundario, desde la cháchara que suponen las revistas femeninas, alejadas de un punto de vista científico, culto, por lo que ese tratamiento frívolo solo consigue mantener el desprestigio de lo que se han considerado “temas de mujeres”.

Si a lo largo de la historia, el sexo ha sido patrimonio de los hombres, la literatura no ha hecho sino evidenciar la vivencia sexual desde la conceptualización masculina; puesto que las intimidades femeninas, entre las que incluimos el sentir del sexo en la mujer en sus diferentes variantes, no son, por tanto, objeto de estudio. En ocasiones, parece que la mujer es un ser asexual, incapaz de tomar partido activo en la experiencia íntima. El cuerpo como mero receptáculo, el cuerpo sin mancha, el cuerpo sin posibilidad de sexo en soledad, el cuerpo abocado a otro cuerpo, siempre masculino.

Esta es la creación de “lo femenino” que ha dibujado la historia canónica de la literatura y, en concreto, la poesía, a través del ideario del amor cortés y de la idealización petrarquista. Ante esta negación o manipulación de la intimidad femenina, en la que entendemos que la vivencia sexual posee especial relevancia, esta antología nos ofrece una serie de poemas en los que el yo poético muestra, reivindica y exige una experiencia vivida a través de su mirada disidente: su experiencia como mujer, su vivencia de una intimidad tan lícita, tan válida y tan poetizable como la masculina.

Lejos de la poesía canónica, de los límites marcados por la voz masculina en la que los roles mujer-hombre están estipulados como estigmas, las poetas de esta antología se deshacen de esta huella, creando un discurso nuevo que incluye todos los fragmentos de la realidad. Imposible no mencionar en este apartado los poemas Supón por un momento de Violeta C. Rangel y I will survive de Elena Medel.

Asimismo, se alude de forma directa al lesbianismo. Lo leemos en los versos de Dolors Alberola: “Sí. A ella la pretendo. / Deseo amar sus muslos, sus caderas. Poder lamer sus huesos y a su traje arrancar los botones con delirio (…) A ella no la quiero, pero la puedo amar después de todo. Sé que os preguntaréis—¿A ella. No es, pues, una mujer quien esto escribe?—.”; o en A propósito de la noticia de un homicida necrófago de Josefa Parra: “La amaba de un amor ilimitado, / con dolor y con vértigo. La amaba; / no podríais entenderlo.”

De la misma manera, la menstruación aparece trabajada en muchos de sus versos. A ella se alude como un hecho corporal que las mujeres reivindican y que forma parte fundamental de su sexo. La impureza vinculada al hecho de menstruar que aún mantienen algunas culturas, también es considerada parte de su afirmación como mujer. Lo leemos en el poema Sangre de Anunciada Fernández de Córdoba: “En las mujeres / la sangre / se hace mierda, / la menstruación / es lo impuro / y la fecundidad»; o en la declaración de verdad de la poeta Leire Bilbao en su texto Sangro I: “(…) Y no sé por qué debería negar / lo que soy: una mujer que sangra.”

En definitiva, podemos concluir que las poetas que recoge esta antología manifiestan una clara actitud de ruptura con los diferentes estereotipos que tanto la sociedad como la literatura nos han obligado a asumir como verdaderos y únicos. Los roles que se le presuponen a la mujer son cuestionados, manipulados, modificados y negados, a lo largo de los poemas que conforman esta obra. Ya hemos hablado del concepto de mujer-cuerpo como receptáculo de la maternidad, del amor o de la sexualidad, de cómo las poetas se rebelan ante la manera en que se concibe la mujer como algo inmóvil que no actúa sino que es objeto que recibe. Ante esta idea de la mujer como territorio pasivo o víctima, las poetas disienten, hablan y se quejan, aportando una nueva conceptualización que destruye los estereotipos establecidos. Este punto de vista difiere, por supuesto, de lo que se ha considerado dogma indiscutible y que no es más que una segregación de la realidad construida y sustentada por una voz masculina que es, en sí misma, parcial y fragmentada.

La necesidad de liberarse de estos estereotipos aprendidos está presente en todo el libro. Desde la denuncia a través de la imagen de lo cotidiano, la mujer ama de casa en Geografía del Silencio, hasta la  palabra que se rebela exigiendo que  se otorgue a la  mujer el lugar que le corresponde: “Ya no evito la sombra / aprendo su nombre / y bebo” de Ana Romaní.

Asimismo, nos encontramos con la afirmación absoluta de libertad en la descripción de los cuerpos femeninos que se alejan, por un lado, de la imagen de femme fatale, y por otro, del concepto idealizado de mujer. Más allá del cuerpo femenino reflejo de un modelo concreto de belleza, aparecen cuerpos que se transforman, que envejecen y mueren, tal y como sugiere Montserrat Abelló: “El cuerpo que ahora veis / viejo y decrépito tiene el valor / de un viejo pergamino”.

Tanto en la sociedad como en la literatura, así como en el resto de las artes, se le exige a la mujer cumplir con el ideal de belleza establecido, en el que la juventud es una característica primordial. En literatura la mayoría de los personajes femeninos responden a este modelo: mujeres bellas y jóvenes. El sexo se relaciona directamente con lo físico, no hay nada más. En la poesía actual, poetas como Montserrat Abelló reescriben este ideal, exaltando otros rasgos hasta entonces ajenos a la mujer, como la sabiduría y la inteligencia.

Nos encontramos también con cuerpos que aman diferente (ya apuntamos la existencia del amor entre mujeres), que construyen el amor desde su propia vivencia y desde su necesidad personal. El amor de la mujer que conoce su cuerpo y participa activamente del hecho amoroso, rompiendo con la pasividad que se le atribuye: “Señor, ahora que mi piel y la suya / —después de las sábanas— / han formado un nuevo collage en el agua (…) quisiera decirle / que no puedo más, / que voy a pararme.”

Y, por último, leemos cuerpos que, al sentirse atados a la moda imperante (“El modelo de la industria / de mujeres / en cadena”), se sublevan ante sus designios, mostrándose tal y como son, reconociéndose fuera de la talla 36, fuera de las normas dictadas por una sociedad que rechaza, a veces de forma sutil, a la mujer que no encaje dentro de sus principios. Ante esta exigencia las poetas se rebelan rompiendo esos esquemas en los que las mujeres no se reconocen como tales. Mireia Calafell denuncia: “Hay carnes y carnes. / Yo sueño con una carne nueva. / Los átomos de esa carne se adoran / porque no saben / de anuncios de yogur desnatado / ni de códigos de tallas a la moda (…) Esa carne aprueba sus grietas / los laberintos dejados por los fetos, / las respuestas anónimas de la orina, los excesos de grasa.”

La libertad es absoluta en la palabra de las poetas. Una libertad que pretende abarcar vida y obra, vivencia y creación; pero en la que aún se reconoce que hay que continuar eliminando obstáculos que la sociedad se empeña en mantener: “En el nuevo escenario donde estás / el reflejo te devuelve una imagen de ti / sangrando bajo la axila, colonizada”. El arte, y en concreto, la literatura debe seguir insistiendo en la ruptura de estereotipos literarios que condenen a la mujer al ostracismo. Se hace necesario una libertad profunda, brutal que impugne el tan alabado concepto de mujer ideal, que no corresponde con nuestra verdadera identidad. Seremos, pues, las mujeres las que debemos modelarnos a nuestra imagen y semejanza. María Salvador en un texto sublime deja que el fuego manipule su cuerpo, en un gesto heroico de rebeldía:

“ (…)
Entonces abro los ojos, y me miro.
Mi cuerpo ya no es deforme.”

 

Reseña: María Nieves Pérez

Obra:  El poder del cuerpo. Antología de poesía femenina contemporánea, VV.AA., Editorial Castalia, Colección Biblioteca de escritoras Nº 53, 2009.

 

MARÍA NIEVES PÉREZ CEJAS (Tenerife, 1975). Licenciada en Filología Hispánica. Profesora de Lengua Castellana y Literatura. En la actualidad, trabaja como coordinadora en el Área de Convivencia escolar de la Consejería de Educación de Canarias. Ha publicado los poemarios: El invierno más largo (XVII Premio Internacional de Poesía Luis Feria, 2015) y La melancolía de los supermercados, editado por Baile del Sol en 2016.

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