Conversando con Antonio Orihuela: «La escritura a la intermperie», por Matías Escalera Cordero

Esta reposada y amigable conversación –mantenida a lo largo de varios días, entre los últimos de 2020 y los primeros de 2021–, como todo el material presente en una publicación de esta naturaleza, cuenta, no hay que decirlo, con la complicidad de sus lectores; personas con mentes aún no jibarizadas por Facebook, Twitter, Instagram o Tik-Tok, esto es, que resisten perfectamente la lectura de más de seis líneas seguidas y que pueden mantener más de treinta segundos su atención en aquello que les interesa.

Sabemos, aun así, que en una publicación digital no conviene sobrepasar las seis páginas, y esta conversación ocupa catorce; es, pues, un reto, pero estamos seguros de que a las personas curiosas que se decidan a acompañarnos les interesará lo que se dice en ella acerca de la escritura, en general, y de la obra y el pensamiento de Antonio Orihuela, en particular; una de las voces más claras, personales y poderosas del pensamiento crítico y de la poesía española de los últimos treinta años.

Antonio Orihuela es uno de los puntales de la Poesía de la Conciencia Crítica y tiene detrás una de las obras más sólidas, ricas, densas y coherentes de su generación. Su convocatoria anual, a finales de julio, en Moguer, luego extendida a otros puntos de la península, en otoño o en primavera, los encuentros conocidos como “Voces del Extremo”, se ha convertido en uno de los puntos de encuentro más plurales y libres del campo de la poesía en los últimos decenios.

Allí, en la sede de la fundación “Juan Ramón Jiménez/Zenobia Camprubí”, o en la peña flamenca, por las noches, o en la casa natal del poeta moguereño, o en la morada mágica marismeña de Isla Canela, del gran Eladio Orta, la última noche; con una sencilla liturgia libertaria, que huye de los divismos acartonados propios de la mayor parte de los festivales al uso, y en un torrente incesante y respetuoso de voces diversas y variadas, la poesía fluye y fluye, en medio de un silencio cuasi sagrado, y se desborda más allá de los labios que la desgranan, todo bajo la silenciosa y acogedora venia del más paciente y amable de los anfitriones.

Antonio Orihuela es, por fin, en lo que me toca directamente, la persona y el compañero que me hizo, de alguna manera, poeta; el que me animó a publicar mi primer libro de poesía, Grito y realidad, quien me puso en contacto con Ángeles y Tito, de Baile del Sol, quien me dio la idea que le daría su forma definitiva y quien, finalmente, tuvo el detalle de diseñar su portada. Y, al invitarme a Moguer, hizo que conociese allí a muchos de los que hoy son mis mejores amigos y amigas, mis mejores compañeros y compañeras, que terminaron por convertirme, entre todos, en quien soy, al proveerme, con sus voces, con su trato y con la reposada lectura de sus obras, de este respeto que guardo, desde entonces, a la palabra poética.

Esta conversación con él acerca de una escritura, la suya (la nuestra, acaso, también), nacida y crecida a la intemperie, es, pues, una forma de mostrarle mi respeto, tratando –aunque sea sucintamente– de aspectos esenciales de la acción de escribir en este sistema/mundo dominado por el capital, a partir de su propia obra, con motivo de la publicación de sus últimos libros, Todos atrapados en la misma trampa, un poemario, en GARVM, con prólogo, justamente, del compañero que nos presentó, César de Vicente; y El refugio más breve: contracultura y cultura de masas (1962-1982), un ensayo, en Piedra Papel Libros; pero también –de hace justo un año– El secreto fondo de las cosas, una novela, en la Oveja Roja.

libros Orihuela

MEC: Antonio, nos conocimos en Madrid, en el centro social de agitación política y cultural, YOUKALI, que gestionaba y dirigía, precisamente, César de Vicente, en Vallecas; habías venido a presentar La ciudad de las croquetas congeladas, tu poemario de 2006, publicado en Baile del Sol por otros dos entrañables amigos y compañeros, Ángeles y Tito, a quienes dedicas justamente ese poemario.

En él, que fue mi primer contacto de verdad con tu obra, salvadas algunas lecturas puntuales y fragmentarias que, por recomendación de César, había hecho, antes de esa fecha; en ella, propones una cita, sin firma, que entonces ya me impactó y que aún sigue rondándome cada vez que emprendo un nuevo proyecto de escritura; dice lo siguiente: «toda práctica artística, todo discurso estético es posible mientras no altere las relaciones que definen lo real», a continuación, el primer poema lo terminas de este modo: “Antes de ponerte a escribir, consulta primero / qué quieren de ti, / qué quieren que hagas con sus cadáveres”; y, en el segundo, estableces uno de los axiomas, creo, a partir de los cuales organizas tu obra entera y tu visión de la literatura y de la poesía, en particular como herramienta subversiva, o crítica, al menos: el capitalismo, en su fase actual, es también un “proyecto lingüístico”, es decir, que nuestra lucha es, en realidad una lucha por las palabras…

Una convicción, por cierto, que compartimos, desde el inicio mismo de nuestras relaciones y que me interesa especialmente; por eso, la primera duda que se me plantea es si tenemos alguna posibilidad en esa batalla o si la damos por perdida… Y, si está perdida, qué función es la de la poesía y la de la literatura, en general; o cuáles serían las estrategias más eficaces de escritura, desde tu punto de vista, si la batalla por las palabras aún no estuviese decidida del todo.

AO: Todas las posibilidades siguen abiertas. La poesía, la literatura, como bien decía Juan Carlos Rodríguez no es inútil, es un útil. En nuestras manos, ese útil tiene una función clara, transformarnos en tanto individuos para colectivamente poder cambiar nuestra forma de habitar el mundo y nuestra forma de relacionarnos con el resto de los seres sintientes.

Esta forma de entender la literatura, nos coloca inmediatamente enfrente del discurso dominante y de todo el entramado cultural, económico y político que lo sostiene, haciendo muy difícil que lo que queremos comunicar encuentre cauces de difusión masivos, pues en la sociedad capitalista en la que vivimos la difusión no tiene nada que ver con la calidad de lo difundido, sino que está directamente relacionado con la potencia económica que está detrás de lo que se difunde. Quien más tiene no solo comunica más, sino que esa comunicación se vuelve toda la comunicación en tanto que naturaliza su imposición, porque termina siendo toda la comunicación posible, transformada en percepción y relación con el mundo y del mundo.

A partir de aquí los intereses económicos de los poderosos acaban siendo también los intereses económicos de los desposeídos. Así los ricos seguirán decidiendo qué se puede leer, qué se puede escuchar o quién puede ganar unas elecciones, pero a pesar de ello, desde nuestra insignificancia y nuestra escasa potencia económica (y por tanto comunicativa), nosotros seguiremos haciendo literatura, porque seguimos apasionadamente trabajando por cambiarnos individual y colectivamente, más aún en estos momentos finales del antropoceno, con la que se nos viene encima (cambio climático, sexta extinción masiva, agotamiento de combustibles fósiles, escasez de minerales, etc.), donde cambiar de vida va a ser la única posibilidad que tengamos de seguir con vida, al menos con una vida digna de ser así llamada.

MEC: Esa convicción es justo la que percibí con la lectura de La ciudad de las croquetas congeladas, por eso, te sentí tan cercano, porque alentabas una de las intuiciones iniciales que animaban mi propia escritura poética: que la realidad real, la que nos constituye verdaderamente y nos fija en el mundo, tal como somos, dentro de una clase y en una orilla determinada, es la auténtica materia poética desde la que edificar cualquier obra literaria con sentido y que, a pesar de nuestra insignificancia merece la pena expresarla; sobre todo, por nosotros mismos. Sí, es cierto, escribir así nos transforma a nosotros, los primeros. Pero hay otro aspecto que me atrajo y me atrae especialmente de tu escritura; lo descubrí en mi siguiente “choque” con uno de tus poemas, quizás, supongo, uno de los más sentidos por ti mismo, Que el fuego recuerde nuestros nombres

¡Ufff!… Te lo escuché recitar de un tirón (creo que en la presentación de la cuidada y hermosa plaquette de la colección Insurgentes, a cargo de otra persona importante en tu vida, Uberto Stabile, en la que salió publicado ese impresionante y denso poema, fruto de tu experiencia cercana a la muerte). En él, me impactó, claro, esa rítmica envolvente sucesión de adioses que resumían una vida, la tuya, hasta ese momento; pero lo que más me acercó, y acerca aún, a ese emocionante poema es el comprobar cómo esos adioses reflejan un espíritu y una mente abiertas de par en par al mundo, a la diversidad de las ideas que fluyen a nuestro alrededor y a la múltiple y paradójica experiencia de las cosas, sin dogmas, sin prejuicios, sin verdades absolutas, sin fronteras inexpugnables, ni siquiera las que aparentemente separan la materia y el espíritu. Y esto siempre me ha atraído de tu escritura, ese estar, de par en par, abierto al otro y a lo otro.

La misma apertura que sentí, desde el primer momento, en Moguer contigo y con el resto de los compañeros, donde me vi inmerso en un delicioso espacio de encuentro en el que la vieja fractura que nos separó se restañaba… Por eso, me pregunto también si es posible una escritura y una poesía crítica, si no es desde la apertura absoluta a lo otro y al otro.

Y, para quienes no te hayan leído o escuchado aún, ¿cómo haces compatibles experiencias tales como la militancia social y sindical, en CNT, y las iniciáticas, e incluso las experiencias místicas, en América o en Asia…? ¿Cómo integrar en tu vida y tu escritura a Kropotkin, a Durruti, a Buda, a Jack Kerouac, Ginsberg, Marx, Lou Reed o Francisco de Asís…? ¿Se puede escribir algo con sentido, si no es desde esa múltiple y contradictoria diversidad…? ¿Qué es lo que logra articular y dar unidad y sentido, en tu obra y dentro de ti, a toda esa riqueza arrebatadora de experiencias diversas y paradójicas que es la vida…?

AO: Nuestra poesía se hace a la intemperie, no tiene dirección única, ni preferencia de lectura, ni rótulo generacional. Nuestra poesía no son imágenes, no son representaciones, no es mercancía. Nuestra poesía ha abolido el fin. Nuestra poesía es un dispositivo con el que pensar y vivir el mundo, un instrumento de indagación en lo social conformado por el capitalismo.

Nuestro deseo es que nuestra poesía desaparezca con él, pero mientras persista nuestra poesía no se separará de él, al contrario, busca las formas de revelar sus múltiples articulaciones para hacer estallar la normalidad, el simulacro y la superficialidad de las relaciones sociales que esconden el conflicto, las resistencias, el exceso de sentido que nos permite producir nuevas identidades, nuevas formas de relacionarnos, de articularnos, de vincularnos, porque nuestra poesía no imita la vida, nuestra poesía es la evidencia de nuestra intervención en la producción de realidad, libre y liberada, para la vida.

MEC: Y esa apertura al conflicto y a la paradoja continua que es lo vivo, que, en la escritura, se manifiesta, en parte, creo, en la capacidad para considerar de modo crítico y conflictivo también a nosotros mismos a nuestras propias convicciones y a “los nuestros”, es la que me impresionó cuando leí otro libro tuyo que me cautivó, «Libro de las derrotas», editado por Alfonso Serrano, en La Oveja Roja. Recuerdo especialmente dos textos de ese libro que me dejaron tocado y que me acercaron aún más a ti como compañero, “Turismo”, en el que rememoras una jornada turística de Federica Montseny a Granada, en medio de una revuelta popular; y “Las siete muertes de Durruti”, en el que tratas de la necesaria mitificación del héroe del anarquismo español por excelencia.

Y es que centrarnos en el otro, en el enemigo de clase, tan bien localizado, determinado y definido, desde hace más de un siglo, el Capital y todos sus dispositivos de dominación y explotación, sigue siendo, claro está, necesario e imprescindible, sobre todo, ante los nuevos y más sofisticados modos de dominación del último capitalismo, que, como hemos visto antes, son esencialmente lingüísticos, algo que tú has trabajado y trabajas de un modo impecable; pero no menos necesario, desde mi punto de vista, resulta esforzarnos por lanzar esa mirada crítica, igualmente, a la parte de Capital, de dominador, de manipulador, de amo o de siervo fiel que nos constituye, aunque nos resulte doloroso, nos convierta en disidentes y nos aleje, incluso, de algunos de nuestros compañeros.

¿Merece la pena la disidencia, el coste de mantenernos fieles a esa mirada crítica e insobornable hacia el mundo o a tu propio concepto, en este caso, del valor y del objetivo final de la escritura? Se me viene ahora a la mente, al decirlo, el caso de otro gran compañero y amigo tuyo, Paco, el Niño de Elche, y su relación conflictiva, no solo con el instrumento de su arte, sino con su propio campo de referencia. ¿No te parece que, a menudo, nos olvidamos de nosotros mismos como objetos de disección crítica y nos reducimos a repetir lo que “los nuestros” esperan que debemos o vamos a decir…?

AO: Desde luego, no solo sería más fácil, es lo que se te demanda desde todos lados, lo contrario es incurrir en una herejía social y moral. Negar tus servicios mercenarios a las líneas editoriales que imponen los grandes grupos de comunicación o trabajar al margen del canon literario tiene un precio. Los que se pliegan y trabajan de forma acrítica, con jactanciosa presunción y fenomenal engreimiento, olvidando que sus opiniones son reclamadas no porque sean suyas, sino porque son las opiniones de la ideología dominante, ya lo pagaron.

Esto es lo primero sobre lo que tienes que decidir cuándo comienzas a escribir, si rechazas o no el mercenariado del ruido blanco de lo indistinguible, de lo irrelevante y de lo banal que nos devuelve un mundo sin sentido, donde es imposible interpretar críticamente un discurso o “elaborar” emocionalmente al otro, y donde la imaginación colectiva es incapaz de ver posibles alternativas a la devastación, el empobrecimiento o la violencia capitalista… Y no hacerse esta pregunta es ignorar que ya se ha respondido, positivamente además… Ese es otro de los maravillosos trucos de la ideología dominante…

En su libro En los bordes de lo político, decía Jacques Rancier que no es porque se sea útil a los iguales que se entra en su comunidad, sino porque se es su semejante. Para ser contado entre ellos, solo hay que hacer una cosa devolverles su imagen. El igual es aquel que porta la imagen de lo igual… “Mi único compromiso consiste en escribir cada vez mejor”, lo he leído y oído miles de veces en artículos y entrevistas. Escribir cada vez mejor, ¿pero de qué? La cuestión no es secundaria, supone una elección moral. Para nosotros no es lo mismo silenciar a los muertos que hablar de ellos, incluir a los seres sintientes en nuestros textos o reducirlos a una hamburguesa, solidarizarnos con los que sufren o con quienes son la causa de su sufrimiento, exaltar la rebeldía o sembrar el conformismo. Podemos trabajar por la dignidad humana o para los centros de altos estudios económicos, para la poesía o para el genocidio, con la misma eficacia, pero no con los mismos efectos…

En la lógica de la poesía política postmoderna dominante (esa forma atroz de ornamento del neofascismo naturalizado como vida cotidiana, participación consumista, tecnocracia, ecocidio e ilusión democrática de la optimista clase media del primer mundo), la escritura se ha vuelto experiencia privada, íntima, autosatisfecha, fragmento emotivo, vestigio de la memoria, fulgor narcisista, pieza anémica en un tiempo ensimismado y autorreferencial. En ella no hay espacio para la rebeldía, el conflicto, la crítica o la indagación social porque tampoco lo hay en la vida cotidiana de quien la escribe.

El poeta se limita a reproducir patrones sociales estandarizados y altamente convencionales, su memoria y su conciencia no van más allá de localizar en El Corte Inglés los gadgets que vio en El País de las Tentaciones, al arte se accede pasando por la galería de moda y dejándose fotografiar con el artista sancionado, la participación democrática pasa por el desprecio del diferente y consiste en conquistar espacios en el mundo espectacular donde, aparentemente, el capitalismo no existe…

Negarse a todo ello y trabajar contra uno mismo, en las zonas oscuras de nuestra construcción como sujetos sociales, abordar críticamente nuestros instrumentos de trabajo y su campo de referencia, son, por eso, ejercicios necesarios, materia prima de los vínculos, potencia de las voces heterodoxas, descreídas, insumisas y beligerantes contra el orden, contra el pensamiento conservador y la profilaxis literaria; es nuestra forma de ir más allá de la literatura, hacia la vida, hacia la transformación de la vida, de lo que pensamos, de lo que soñamos y de lo que deseamos.

Ejercitemos el ser, cambiémonos a nosotros mismos, hagámonos habitables, jibaricemos nuestros colosales egos para que quepan otros, aprendamos a dejar huecos donde encontrarnos, en una lengua común y en unas prácticas sociales como negación del discurso del poder y la lógica de la dominación.

ANTONIO ORIHUELA

MEC: Un modo realmente hermoso, Antonio, de expresar lo que haces y deseas, lo que debemos hacer con nuestra escritura y con nuestro estar en el mundo. Eso es, al menos, lo que tú intentas en cada uno de tus trabajos, sean del carácter que sean, pasquín, fanzine, icono, investigación histórica, ensayo, poesía y hasta novela. Es lo que César de Vicente expresa, de alguna manera, en el prólogo de tu último poemario Todos atrapados en la misma trampa, en GARVM, del que me gustaría hablar un poco, y lo que, precisamente, el título de uno de los poemas de este libro evoca, el titulado “ESTETIZAR LA POLÍTICA VERSUS POLITIZAR EL ARTE”, que concluye de este modo: “Di que no, / ni huida, ni retiro, ni resignación.”

Aquí está la clave de lo que decías antes, pero es que esta misma convicción, además, está, desde el principio, en los cimientos de la poesía europea moderna, desde la primera generación romántica; de modo que los que nos acusan de que tú o nosotros, los poetas de la conciencia crítica, no hacemos poesía, sino política, no han leído siquiera a los románticos o a los simbolistas, las dos estéticas que están en la base de la poesía contemporánea.

El propio Novalis, si lo hubiesen leído con atención, lo entenderían, considera que la poesía es ritmo, más intuición y pensamiento sistemáticos, y tiempo y construcción histórica; literalmente, en sus Fragmentos, afirma: «Yo es igual a no-yo – principio supremo de toda ciencia y de todo arte». Es decir, la poesía debe conectar lo aparentemente inconexo y heterogéneo…

Como tú has dicho, qué jactanciosa presunción y fenomenal engreimiento los de esta gente que nos desprecia sin habernos leído, pero, sobre todo, sin haber leído con sentido la tradición de la que se sienten guardianes, sin comprenderla siquiera… Ufff… Me llevan los demonios, cada vez que los oigo o leo… Qué presuntuosa ignorancia hay detrás de sus poses tan frívolamente esteticistas, pues no comprenden nada de las hondas raíces políticas que subyacen en la obra, e incluso en la vida, de buena parte de los grandes poetas esteticistas que ellos reivindican y adoran. En fin, así es, la ignorancia es atrevida, como se suele decir…

Pero lo que me interesa ahora destacar de este libro tuyo «Todos atrapados en la misma trampa» es el hecho de que en él están presentes tres aspectos claves de tu tarea y tu proyecto poético: el que la lucha por las palabras es fundamental, esto es, que nuestra labor es una labor lingüística, en gran medida, como decíamos antes, de resignificación o de desenmascaramiento de las trampas léxicas que nos tiende el capitalismo; que esas trampas lingüísticas conducen a un general aniñamiento e infantilización de los sujetos dominados por ellas, con lo que nos encontramos con sociedades profundamente infantilizadas; y que la noción de “clase media” es, no solo una de las trampas más poderosas que nos han tendido a los trabajadores de las sociedades opulentas, sino también una de las más complejas de desentrañar. ¿Estás de acuerdo con estas apreciaciones?

AO: Sí, no te falta razón. Quienes denostan nuestro trabajo por político ignoran lo político que es el suyo, desde una matriz idealista, consideran que instalarse en el formalismo es una manera de resistirse a la política… cuando ven cómo desde el campo literario se les premia, promociona y subvenciona no piensan que haya detrás una decisión política sino sencillamente calidad, que es la palabra que se exhibe en la institución arte cuando hay que ocultar el criterio subjetivo del gusto y el mucho más objetivo de formar parte de las ideas en ese momento dominantes, y que como Marx ya dijo hace mucho, siempre serán las ideas de la ideología dominante…

En cuanto a lo que reseñas de mi libro Todos atrapados en la misma trampa, te felicito. No se puede decir mejor con menos palabras.

En efecto, el poemario se centra en la gran trampa que significa la clase media, un sujeto político complejo y, por eso mismo, apasionante de analizar, y pivota sobre los tres ejes que, fundamentalmente, la construyen: las fricciones entre el ente individual (que se quiere autónomo y libre) y la rotunda materialidad de la sociedad (que nos señala que somos interdependientes y ecodependientes), el conflicto cada vez más agudo entre producción y consumo (del que ella misma es efecto) en un planeta con recursos finitos y al borde del colapso ecológico, y el papel de ideología para dar carnalidad a su presencia siempre espectral.

MEC: Y aquí justamente vamos a entrar, de la mano del prólogo de este libro –en realidad, de la mano del autor del mismo, César de Vicente–, en el meollo de la cuestión, no solo de este poemario –una de las pocas respuestas inspiradoras y estimulantes, dicho sea de paso, a este tiempo de pandemia que haya caído en mis manos–, sino, estoy convencido, la cuestión central de nuestra propia escritura, de la de aquellos, claro, que nos vinculamos, de uno u otro modo, a lo que Alberto García-Teresa, en su ya mítico libro, fijó como Poesía de la Conciencia Crítica.

Sin embargo, antes de plantear el asunto y para los que no conocen a César de Vicente, decir que es, desde mi punto de vista –y tú estarás de acuerdo– uno de los intelectuales y críticos más brillantes, agudos e insobornables –honesto hasta decir basta– de la izquierda en España, por lo que pedirle un prólogo es ya una acto de valentía, puesto que encontrará, sin duda, todas y cada una de las fisuras y debilidades que el libro prologado tenga; lo hizo con mi primera novela publicada, «Un mar invisible», y lo hace con tu poemario, y esto mismo, en estos tiempos de crítica ramplona, superficial y laudatoria, es una rara y preciosa oportunidad que no debemos despreciar, salvo que seamos unos necios, y nosotros no lo somos…

AO: Claro, por supuesto…

 

MEC: Asumido esto por quienes lean, al final, esta conversación: que nos encontramos ante un crítico extremadamente inteligente e implacable y que nosotros, ni tú ni yo, no tenemos miedo a la franca y cruda expresión de las opiniones críticas acerca de nuestras obras, sino que las agradecemos, César expone una cuestión que afecta, en sentido estricto, no solo al poemario, sino a toda nuestra escritura, creo; y lo hace a partir ya del mismo título, de ese “todos” de Todos atrapados en la misma trampa, pues, desde su punto de vista, que yo comparto, no existe ese “todos”, ni siquiera como seres interdependientes y ecodependientes que decías tú antes. Sí, en términos de especie, claro, pero no de clase, entendámonos.

Por ejemplo, ante la situación excepcional que ha provocado esta pandemia y a sus efectos, experiencia que ha movido y que vertebra al propio poemario, ese “todos” no existe, sus efectos tienen clase, está comprobado, pues no azota igual a ricos que a pobres, ni se defienden o pueden defenderse del mismo modo los ricos que los pobres, como tampoco del desastre medioambiental; el tren de vida derrochador y depredador del medio y de los recursos materiales y naturales que ha provocado esta última y quizás definitiva crisis, que se denuncia en el poemario –y que denunciamos de diversas maneras en nuestros textos–, afirma César no se corresponde con ningún “todos”, sino solo con una parte de ese todos, los que podían o pueden permitírselo, ese tren de vida derrochador, se entiende; de modo que ese “todos” indiferenciado, viene a decir César de Vicente, es una construcción ideal, un prejuicio ideológico y una presuposición propia justamente de la clase media; esto es, que nuestra escritura no sería exactamente crítica, sensu estricto, sino aporística, concluye; de modo que nuestra expresión poética, en general, y este poemario, en particular, no propondría un nuevo lenguaje alternativo al del capital, no daría –no daríamos– una real alternativa al mismo, sino que nos quedaríamos, se quedaría el poemario en una modulación dura, lúcida e insatisfecha, resentida y rebelde, pero no realmente crítica ni “otra” del lenguaje propio del capital, eso sí, desde una perspectiva de clase media…

Y esto, reconozcámoslo, es una cuestión central. La mayoría de nosotros seríamos, en tal sentido, voces disidentes de la propia clase media, pero desde u dentro de la clase media, no daríamos el paso decisivo para el establecimiento de un lenguaje alternativo que manifieste y sea correlato de una propuesta política y económica concreta y material alternativa a la del capital.

¿Qué te parece, que te pareció esta particular lectura y análisis que César hace de tu libro? ¿Has hablado de esto con él, luego de leer tú mismo el prólogo…?

AO: Desde luego el poemario no plantea un lenguaje alternativo al del capital, no creo que haya siquiera un lenguaje alternativo, lo que debemos aspirar es a desvelar ese lenguaje y a revalorizar las zonas (palabras, herramientas, construcciones) de ese lenguaje que nos conduzcan a vivir en un mundo alternativo al del capital, fuera de sus lógicas de producción, consumo y desigualdad social. No creo que la crítica de César de Vicente vaya tanto por ahí como por el hecho de que César nos está pidiendo a los poetas que no nos quedemos en la mera disidencia verbal de clase, en este caso de clase media…

Es cierto, y lo hablé con él, que uno escribe desde la clase en la que se inscribe, y que por tanto nuestra poesía deja fuera demasiadas realidades, yo creo que esa es la crítica que César hace, pero es una crítica maximalista, que tenemos que aceptar en tanto poetas de clase media, pero que, sinceramente, no sé cómo desbordar desde la poesía. La clase media, y eso queda bien claro en los poemas del libro, también es un imaginario, y en ese sentido entiendo el Todos que preside el título, pero el reto que plantea César sigue abierto. Tal vez, me temo, no tenga respuesta desde la poesía sino desde las prácticas sociales, individuales y colectivas, que deberíamos asumir y poner en marcha si de veras queremos salir de la trampa del capitalismo… Pero me gustaría saber tu opinión al respecto…

MEC: Mi opinión va en una dirección parecida a la que has expresado tú; está claro que lo que plantea César, además de llevarnos a la avellana del asunto, se parece mucho a una carga de profundidad… Somos lo que somos y no podemos abstraernos de nuestra posición de clase al contemplar y expresar el mundo, pues sencillamente no hay alternativa… Me explico, el origen de nuestra esencial contradicción es que no hay clase alternativa, ni sujeto revolucionario ninguno de referencia, ya no; la vieja clase obrera ha desaparecido, el trabajo regulado y pactado en sí ha desaparecido o está en trance de desaparición, el último capitalismo ha devuelto a la condición de siervos y de esclavos a la inmensa mayoría, y los nuevos esclavos aún no tienen palabras para expresar su mundo (aún Cristo no ha entrado en su Éboli, siguiendo la imagen muy aguda y certera que el propio César usa en su prólogo), las están buscando; por eso, tampoco tienen un proyecto alternativo de mundo. Y los restos de la vieja clase vinculados aún al capital mediante una regulación laboral pactada y producto de una negociación son muy minoritarios e integran subjetivamente, la mayor parte de ellos, esa clase media a la que pertenecemos la mayoría de nosotros; en la que se dan, sin embargo, como César sugiere en un momento del prólogo, fricciones internas, y ahí está nuestro papel, el que tú enuncias y al que yo me refería también, el ahondar en esas fricciones, el papel de la disidencia y la búsqueda activa de distancia subjetiva respecto del capital…

Y aquí es donde conviene recordar algo en lo que el compañero Quique Falcón insiste mucho, “el encargo”, el hecho de que nosotros deberíamos escribir por encargo de un grupo, un colectivo o una clase en trance de combate que nos necesite, pero el problema es que la clase –y sus organizaciones– en estado de combate ha desaparecido, solo nos quedan agrupaciones y colectivos disidentes que sí podrían necesitarnos, pero la mayor parte de esas agrupaciones y colectivos proceden o se incluyen también en la clase media y no poseen –ni piden– una alternativa política y económica, no están en combate con el capital, sino en una demanda general de amejoramiento del sistema vigente; y eso se vio muy bien en el 15M, un movimiento típico de disidencia de la clase media, la inmensa mayoría, en las plazas, no pedía un sistema alternativo, sino tan solo que el sistema capitalista funcionase en los términos que venía funcionando, sin tener en cuenta que, desde la desaparición de la Unión Soviética, eso ya es imposible, el capitalismo del estado del bienestar pactado en Bretton Woods ya no es factible. En fin, que estamos en una tesitura liminar en la que deberíamos repensar nuestra escritura y nuestra función; por eso, estaría bien un encuentro entre nosotros y compañeros que, como César de Vicente, o David Becerra, o Eva Fernández, o Aurelio Pezonaga, o Belén Gopegui, o Constantino Bértolo, nombres que me vienen ahora a la mente, han pensado estas cosas y se han planteado en algún momento estas cuestiones de un modo sistemático…

Es curioso –o no, quizás sea simplemente sintomático–, pero este es precisamente el asunto de mi último poemario concluido, aún inédito, Réquiem y exaltación, que quiere ser una emocionada y reflexiva despedida poética de la vieja clase obrera y, al mismo tiempo, una bienvenida a los nuevos esclavos, desde una voz que no es ni unos ni otros, porque esa es nuestra posición, una tierra de nadie, elusiva y sinuosa (un imaginario, como tú dices y desde el que se entiende ese “Todos”), algo que yo personalmente he asumido desde el principio de mi escritura, sin autoengaño ninguno, pero desde la que honestamente, como tú y como muchos compañeros, trato de aprovechar las grietas y las rendijas que se abren en el muro –siguiendo la imagen del compañero Alberto García-Teresa– para agrandarlas y así socavarlo…

Lo que no tengo claro y esto sería otra derivación del mismo problema, que deberíamos plantearnos en ese hipotético encuentro de análisis y reflexión compartidas, es si nuestras prácticas sociales se pueden disociar de la expresión poética, literaria o artística, ni de nuestra posición de clase… Ufff… Creo, Antonio, que el amigo César nos ha obligado a abrir un melón con mucha carne y muy jugoso, como se daban, cuando yo era un niño, por Calamonte, cerca de donde vives…

AO: Sí, así es… Poco me queda por añadir…

MEC: Pues pasemos, si te parece, a «El refugio más breve», el jugoso ensayo sobre la contracultura europea de la segunda mitad del siglo XX que publicó Piedra Papel Libros el pasado año 2020 también… Para quien no lo haya leído aún, decir que este libro es un ensayo de divulgación sociohistórica y cultural de primer nivel, pues cumple las tres condiciones de los mejores ensayos de este tipo: uno, da información rigurosa y fundamentada acerca del tema tratado: los movimientos sociales y culturales de la segunda mitad del siglo XX considerados tradicionalmente como “contraculturales”; dos, propone pistas de interpretación personal al lector sobre aquello que ha leído o, incluso, que puede haber vivido; y tres, alcanza un alto nivel explicativo de los fenómenos estudiados, a partir de un marco de análisis crítico reconocible y expreso, algo de lo que adolece la mayoría de los ensayos de divulgación sociohistórica y cultural al uso.

Y todo ello con una escritura atractiva, sugerente y directa, que no se convierte nunca en obstáculo para el lector; en fin, Antonio, que se notan, tanto tu especialidad universitaria de partida, la historiografía, como tu vocación literaria, algo que se agradece, al leer este breve pero sustancioso ensayo…

AO: Mi intención fue esa, que llegase a la mayoría; a todas las personas interesadas por los fenómenos que se describen y analizan, pero de un modo lo más riguroso posible…

MEC: Pues lo has conseguido del todo. Y, de la lectura del mismo, se deduce que los fenómenos contraculturales de la segunda mitad del pasado siglo, en el occidente capitalista, son, por lo general, un producto, precisamente, de la naciente “clase media”, debido, por una parte, al repliegue histórico de la clase obrera en lucha –asimilada por el capitalismo del estado del bienestar–, y, por otra, al enorme vacío vital que provoca, sobre todo, en los jóvenes de los medios urbanos el capitalismo de consumo, desde los años cincuenta en adelante. De ahí, el indiscutible carácter biopolítico de las propuestas de tales movimientos y de los fenómenos contraculturales, desde el grupo beat inicial y sus epígonos beatnik, o el movimiento hippie, hasta los fenómenos mod o punk, por ejemplo, más tarde… Dicho de otro modo, que, ante la desaparición de la identidad de clase, los jóvenes en las sociedades occidentales, provengan de la naciente clase media o de la agonizante vieja clase obrera, echan mano de otras identidades grupales alternativas, vinculadas con las formas de vida, la música, la poesía, los modos de vestir, etc. ¿Es esto así?

Y si es así, ¿poseen estos fenómenos un carácter revolucionario o son explosiones meramente reactivas? ¿Se pueden meter todos estos movimientos en el mismo saco? Es decir, ¿la denominada contracultura es un fenómeno homogéneo, son todas sus manifestaciones equipolentes en términos sociopolíticos, por decirlo de alguna manera, o no…?

AO: Qué duda cabe que la cultura de masas ha sido la gran vertebradora de las sociedades occidentales, y el caso de España no es una excepción, pero también es cierto que la cultura de masas produce una experiencia vicaria, sustitutiva de la propia, que a muchos de los recién inventados jóvenes por el Estado del bienestar les resultaba estrecha dentro de la sociedad de consumo en la que parecía que únicamente podían buscar su identidad…

Serán las peculiares características de nuestro país tomado por una dictadura militar el que retrase las propuestas contraculturales que se estaban dando en el resto del primer mundo, y también de que cuando aquí se abra la posibilidad de expresarlas, lleguen todas a la vez, unas de flujo y otras de reflujo, con lo que la amalgama contracultural en la España de los setenta es realmente curiosa, por heterogénea. Lo que no significa que tener dieciocho años durante el tardofranquismo lo haga a uno contracultural.

Muchos jóvenes se instalaron en el pragmatismo, básicamente preocupados por alcanzar el bienestar material que esa misma sociedad de consumo prometía, pero también, en su reverso, una minoría rechaza las promesas consumistas y el compromiso político canalizado a través de las estructuras jerárquicas y autoritarias que experimentaban en los partidos e intentan practicar una revolución de la vida cotidiana sobre la base de la creatividad libre y liberada y unas nuevas formas de vivir, producir y relacionarse donde primaba la calidad de lo humano sobre la cantidad de las mercancías y lo libertario sobre lo partidista, ellos serán los que den forma a la contracultura, esa amalgama donde el situacionismo se da la mano con el anarquismo, con el hipismo o con los nuevos movimientos sociales (homosexuales, feministas, ecologistas, antimilitaristas, naturistas, etc.) que darán lugar a búsquedas colectivas de nuevas formas de vida (comunas, trabajo no alienado, neo ruralismo…), y de relaciones afectivo-sexuales que no se habían explorado antes, al menos de forma colectiva…

MEC: Lo recuerdo perfectamente, porque yo pertenezco a esa generación de los setenta, en la que sucedía tal como dices, yo personalmente me sentía muy atraído por el movimiento hippie, pero mi primera experiencia militante fue repartiendo el periódico de CNT de la construcción en Aluche, traté luego de vincularme a la LCR y acabé en el PCE, en la Universidad, pero todo era un magma fluido, los jóvenes hippies, trotskistas, comunistas y libertarios íbamos a los mismos sitios, compartíamos la mismas ansias de libertad biopolítica, ensayábamos las mismas vías de liberación personal y compartíamos las mismas ansias de libertad colectiva, pero, en un determinado momento, algo empezó a cambiar…

AO: Claro, fue así, hacia la segunda mitad o finales de los años setenta, cuando, desde esos colectivos, retrocediendo hacia los basureros, una buena parte de los jóvenes, conscientes de que el mundo parecía imposible de alegrar, de pintar, de sentir en beatitud, se entregarán a la decrepitud y la fealdad, naciendo entonces lo que unos años después será bautizado como el punk. Sin embargo, no se rompe con el punk el discurso anticonsumista, al contrario, lejos de buscar nuevos caminos para el diseño de la vida cotidiana, como habían hecho los hippies, por ejemplo, al constatar hasta qué punto habían sido copados por la industria, el punk se apropiará del exceso objetual, del stock de mercancías, de los sobrantes del mercado, de sus desperdicios.

El punk también rescató al individuo de las garras de los santones y los gurús nacidos al calor del movimiento hippie, conservarán los rasgos antiautoritarios de aquel, pero sobre la base de un pensar autónomo, no dogmático, y defenderá el make your self como liberación de la creatividad humana… Con todo ello, y a pesar de que, para entendernos, seguimos hablando de contracultura, lo que en realidad se construyó, también con ella, fue un nuevo sujeto político que puso en crisis la dominación capitalista. Pues si la cultura de masas sigue teniendo como principal objetivo hacer dinero y facilitar el control de la población, la contracultura quiso hacer biopolítica, es decir, introducir la vida individual y colectiva en una nueva esfera marcada por prácticas culturales y políticas propias de una democracia radical en la que, finalmente, los sujetos se han apropiado de su propia vida y proponen un modelo de vida alternativo…

Pero, a pesar de que la contracultura (encarnada a veces en auténticos movimientos autónomos como los yippies norteamericanos, los Kommune alemanes, los Provos holandeses o los situacionistas) le plantara cara, la industria de consumo aprende rápido la lección y decide, antes de que los propios jóvenes vuelvan a adelantársele, construir ella misma los estilos y las narraciones vitales de los jóvenes, se alienta su rebeldía pero se desvía hacia una superficialidad cultural plana y sobre todo no política. Es decir que, al final, fue la cultura del espectáculo quien parasitando el imaginario contracultural lo impulsó, aunque desactivado de sus valores y transformado en mercancía, como otro pseudoestilo de vida…

MEC: Esta era otra cuestión que quería plantearte, precisamente, la inmensa capacidad del Capitalismo de consumo para fagocitar, desvirtuar e integrar todas las clases de disidencia social o artística, e incluso política, diría yo…

AO: Exacto, es cierto; pero es que, además, si las cosas, en ese momento, estaban cambiando, sólo era eso, las cosas. Cultura y mercancía continuarán viviéndose como esferas separadas. Es lo que sucede con una revolución cultural cuando no se apoya en una revolución social… La contracultura será, pues, la vía que tiene el capital de rescatar para la mercancía lo que fue libre creación, actividad autopoiética y programa político radical hecho en la práctica de independencia, contestación a lo dado y vida en los márgenes…

Estereotipadas, autistas, efectistas, conformistas, homogéneas y pasivas, el triunfo de las subculturas de consumo no podría ser más completo: New Romantics, Glams, Grunges, Emos, Góticos, Skatos, Pijos, Yuppies, Hípster, Canis, Lolailos, Nacos, Rockers, Skinheads, Heavies, Raperos, Electros, Rastas, Frikis, Otakus, etc., no son ya más que cáscaras vacías, formas de experimentar la realidad que terminan disgregando la identidad personal en un mosaico de hipersensibilidades marcadas por iconografías y martirologios extraídos de una arqueología sentimental profundamente pop, estilos de consumo diseñados en condiciones de laboratorio y ajustes del mercado sobre el nivel intelectual y/o la capacidad adquisitiva de los distintos segmentos sociales.

Expresiones de una postmodernidad de signo reaccionario, inscritas en las dinámicas neocon y en el desprecio de las prácticas más connotadas políticamente… De la generación del sexo, droga y rock and roll hemos pasado a la del máster en Estados Unidos. De la borrachera de la imaginación hemos dado paso a la resaca de la estupidez universal, el integrismo católico, el conservadurismo pequeño burgués y, en definitiva, al tedio general en el que hoy morimos de soberano aburrimiento.

MEC: Finalmente, quería hacerte un par de preguntas, aparentemente desligadas, pero más relacionadas entre sí de lo que parece a primera vista; ¿fue la heroína una de las armas más letales usadas por el sistema para desarmar a los jóvenes de la contracultura desde finales de los setenta y, sobre todo, en los ochenta…? Y, luego, la pregunta con la que tú mismo abres una de las secciones del libro, que me impactó nada más leerla, ¿por qué, entonces, si somos tan pocos nos temen tanto?

AO: Los intelectuales de izquierda, lejos de hacer autocrítica, y reconocer “la tendencia entre el proletariado a imitar los vicios de sus enemigos de clase”, como afirma Juan Carlos Usó en Drogas, neutralidad y presión mediática, optaron por esgrimir el argumento de la inducción toxicológica y la conspiración estatista capitalista, casi al mismo tiempo que se extendían las drogas heroicas entre la clase obrera en España… La heroína no fue un fenómeno exclusivo de España, pues afectó por igual a toda Europa Occidental, si bien aquí la particularidad es que llegó cuando se masificaban y trivializaban determinados aspectos de la contracultura en un contexto histórico y psicológico, el de la segunda mitad de los setenta, marcado por la crisis, la depresión y la falta de expectativas para los jóvenes, que hacía también muy apetecibles estos paraísos artificiales del abandono emocional y sensorial ante una sociedad de la que se veían excluidos.

Este contexto es el que se ha utilizado para eximir a los consumidores de heroína de toda responsabilidad autodestructiva, presentándolos como víctimas inocentes y propiciatorias de algo que ellos mismos no desencadenaron, aunque qué duda cabe que fue, en última instancia, una elección personal que marcó una forma de ser y estar en el tiempo demonizada y amplificada por el Estado…

En una entrevista concedida al periódico El Confidencial, Juan Carlos Usó resumía con estas palabras la tesis central de su libro: “El mito tiene una fuerza lírica y una belleza estética de la que la historia carece. El mito rectifica la historia, es como si dijera: puede que las cosas no sucedieran de este modo, pero así es como deberían haber sido, como queremos recordarlas (…) Los humanos somos proclives al autoengaño y el mito consigue hacernos más tolerable la realidad. Sin la ayuda del mito, la realidad se nos indigestaría (…) A los consumidores se les suele presentar como víctimas involuntarias, una especie de buzones, que están ahí para que se traguen lo que les echen. No se tiene en cuenta para nada su voluntad, porque se supone que no tienen, que su cerebro está químicamente secuestrado. En las sociedades consideradas libres, las decisiones de las personas son respetadas en materia de sexo, política, opinión, religión… pero no en materia farmacológica”… Y, por fin, ¿por qué nos temen tanto cuando somos tan pocos?

Imagino el capitalismo estatista como una fábrica fordista, todo está organizado para que todos los productos salgan según patrones establecidos, pero incomprensiblemente algo falla y, de vez en cuando, aparecen piezas defectuosas, el éxito del negocio está en poner el foco no en los productos que salen bien sino en estudiar, controlar, vigilar y poner fuera de circulación a los que salen defectuosos. Temer a los defectuosos, los imperfectos, los fallidos, los malogrados y los anormales, y establecer protocolos, programas y agendas para su control, gestión y eliminación es la garantía de su éxito.

MEC: Bueno, está bien saber que somos piezas defectuosas del sistema, reducidas a la intemperie. Para la próxima conversación dejamos pendientes el asunto de tus dos novelas, artefactos, más que interesantes, intrigantes. Gracias, Antonio; cuídate mucho.

Y a nuestros lectores, gracias por haber llegado hasta el final. Paul Celan, para el que el secreto de la comprensión residía en “seguir leyendo”, se sentiría recompensado y orgulloso de vosotros.

 

Conversación propuesta por Matías Escalera Cordero para Odisea Cultural y Casa Bukowski 

 

Matías Escalera Cordero (Madrid, 1956) es un escritor versátil: poeta, novelista y dramaturgo. Ha publicado las novelas Un mar invisible (IslaVaria, 2009) y El tiempo cifrado (Amargord, 2014); la colección de relatos Historias de este mundo (Baile del Sol, 2011) y los poemarios Grito y realidad (Baile del Sol, 2008), Pero no islas (Germanía, 2009), Versos de invierno: para un verano sin fin (Amargord, 2014) y Del amor (de los amos) y del poder (de los esclavos) (Amargord, 2016), y Recortes de un corazón herido: por la esperanza (Huerga y Fierro, 2019). Es asesor internacional de la revista de filología Verba Hispanica, editada por la Universidad de Ljubljana, de la que fue profesor. En 2019, apareció una antología bilingüe de su obra, titulada Poemas del tiempo y del delirio / Poems Of Time And Delirium, en la editorial neoyorkina Artepoética Press Inc.