Entrevista al filósofo Luis Alfonso Iglesias Huelga: «La especie humana sobrevivió porque cooperó»

la etica del paseante

 

El profesor de filosofía y poeta Luis Alfonso Iglesias Huelga publica un libro errante que va de un tema a otro avanzando a ritmo de reflexiones y de juegos de palabras. Editado por Alfabeto, La ética del paseante. Y otras razones para la esperanza es perfecto para descubrir en las calles que ansiábamos pisar nuevas avenidas como la del sosiego o la gratitud. Lo explica en esta entrevista, de modo que, como escribe en su introducción, «salgamos a pasear entre la incertidumbre, sin temor ni temblor». 

No podía saber Luis Alfonso Iglesias Huelga cuando escribió su libro La ética del paseante —editado por Alfabeto— que frases como «quien se detiene es sospechoso porque precisamente solo desde la quietud se engendra la razón crítica» se volverían literalmente ciertas. Fue cierta, rigurosamente, la primera parte: en un tiempo bien reciente había que estar en la calle para hacer algo, para dirigirse a algún sitio, más que nunca había que tener objetivos, porque si no, lo mejor era quedarse en casa. Entonces entraba en juego la segunda parte del enunciado: «Solo desde la quietud se engendra la razón crítica». Y quietud, lo que se dice quietud —salvo en los hospitales—, sí hubo bastante; forzada y forzosa, pero quietud igualmente. Lo que está por ver es que seamos capaces de transformar ese estado y esa quietud en razón y en razón crítica.

Y qué bien vendría, después de este extraño paréntesis de quietud, salir al mundo con ganas de pasear y de hacerlo de una manera y con una mirada nuevas o renovadas. Después de la cuarentena llegó el momento del paseante y ojalá lo sea también de esta ética del paseante, que incorpora en su camino otras razones para la esperanza.

¿Por qué la figura del paseante en sí ya es una razón para la esperanza?

Porque quien pasea ya mueve dentro de sí mismo la esperanza, es decir, la inquietud por buscar, la confianza en encontrar, la avidez por conocer. Por supuesto, se trata del paseo entendido como metáfora de la vida, de la historia, del pensamiento y, dicho en términos platónicos, también del amor. El paseante representa la rebeldía de quien no precisa llegar a ningún sitio ni tampoco tiene la necesidad narcisista de contarlo. Sin esas ataduras se llena de razones para la esperanza, entre otras cosas porque descubre el poder que tienen la memoria de lo que fue y la conciencia de lo que va llegando a ser. Por eso es oportuna la referencia a la poética descripción de la utopía que hizo Eduardo Galeano en la que juega con la paradoja de que cuanto más nos intentamos acercar a su horizonte ella, más se aleja de nosotros. ¿Para qué sirve, entonces? Para seguir caminando, concluye el escritor uruguayo.

El «Dios ha muerto» decretado por Nietzsche supuso un redescubrimiento del ser humano. «¡El algoritmo ha muerto! ¡Y lo hemos matado nosotros!», se lee en su libro. ¿Hay que matar al nuevo dios del algoritmo para recuperar cierta humanidad perdida?

Ahora que estamos intentando acabar con el coronavirus no olvidemos que podríamos aprovechar para hacer limpieza de otros virus: el de la vanidad tecnológica, la hipercomunicación telemática o el exhibicionismo en redes. En el libro se cuenta una anécdota que lo ilustra muy bien, la de un antiguo carcelero de la RDA que, tras su jubilación, vive dedicado a mostrar la cárcel ahora convertida en museo. Se queda perplejo al comprobar que los jóvenes durante las visitas están actualizando sus páginas de Facebook, mandando mensajes a sus amigos, tuiteando o colgando la visita entera en YouTube. Ante eso exclama: «¡Y pensar en todo lo que hacía la Stasi para espiarnos! Ni siquiera ellos fueron capaces de soñar con un mundo en el que los ciudadanos llevaran voluntariamente artilugios de seguimiento, se vigilaran e informaran sobre sí mismos, mañana, tarde y noche». Es una reacción muy aleccionadora. El algoritmo está bien si nosotros llevamos las riendas.

Como profesor, le dedica líneas vehementes a la escuela. ¿Cómo conseguir que deje de ser el lugar de tránsito y obligación que parece ser y se convierta en uno de descubrimiento y liberación?

¡Buf! Creo que la teoría la conocemos, solo hace falta recordar experiencias como la Institución Libre de Enseñanza o a personalidades como Francisco Giner de los Ríos, Manuel Bartolomé Cossío o el mismísimo Emilio Lledó. Hay que empezar por eliminar el asignaturismo, los exámenes constantes, la obsesión por unos contenidos memorizados, los estándares (¡qué horrorosa palabra, me recuerda a la película Tiempos modernos!). Aprender tiene que ser como volver a nacer, no podemos consentir que los alumnos vayan a clase con ganas de que llegue la hora de regresar a casa. Y esta sociedad nuestra debe empezar a creer en el poder transformador de la educación. Prestarle, al menos, la mitad de atención que a las fiestas patronales, por ejemplo.

En su libro recupera el caso Sokal. ¿La filosofía, si no se entiende, no es filosofía?

El caso Sokal representa el origen del concepto de posverdad, una forma muy eufemística de describir la mentira. El físico Alan Sokal coló a una revista un artículo plagado de citas absurdas sin ningún sentido y escrito en un estilo oscuro e incomprensible propio de algunos textos posmodernos que él pretendía combatir y aderezado de sinsentidos. El artículo, titulado Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravitación cuántica, fue publicado sin que los responsables de la revista se dieran cuenta de la broma que suponía. Ahora la difusión de las falsas noticias se ha perfeccionado y al exhibicionismo vanidoso añaden la intencionalidad de la ignorancia, una mezcla peligrosísima.

Y ahí la filosofía tiene mucho que decir, porque ya desde Sócrates, el no entender representa el inicio de querer entender. La filosofía es, sobre todo, curiosidad hacia las cosas, inquietud por pararse a entender y disfrutar del comprender. Todos los hombres y mujeres, decía Popper, son filósofos. No es un mal punto de partida, puesto que no existe libertad sin pensamiento crítico. ¿Se puede ser justo sin reflexionar sobre la justicia? ¿Se puede ser ciudadano sin reflexionar sobre la ciudad? La filosofía no proporciona el consuelo que puede darnos, por ejemplo, la religión, pero nos enriquece con sus preguntas y ese es el camino del conocimiento. Un proverbio indio recomienda aprovechar el golpe de la caída para comenzar el impulso de la ascensión. La actitud filosófica supone hurgar en nosotros mismos y en nuestros alrededores llevándonos a formular preguntas de forma adecuada e imaginativa para poder desarrollar nuestras capacidades como seres pensantes y autónomos.

En línea con lo anterior, usted mismo escribe esta frase que convierto en pregunta: ¿cuánta ciencia deberíamos saber? Y otra más: ¿cuánta ciencia debería saber un filósofo?

La respuesta a ambas preguntas es: ¡toda la que podamos! En el libro se hace una defensa cerrada de la ciencia en la línea de Mario Bunge, fallecido recientemente. La actualidad ha venido a dar la razón a quienes llevan advirtiendo del avance de las estupideces de la pseudociencia y de sus influencers (otro nombre muy poco alentador para calificar a sus seguidores) frente al retroceso del conocimiento científico. Carl Sagan decía que, si dudamos acerca de si rezar por un enfermo del cólera o darle quinientos gramos de tetraciclina cada doce horas, debemos empezar por lo segundo. La reciente pandemia ha dejado muy claro este tema, ahora corresponde a la sociedad prolongar el aplauso a los científicos y a los gobiernos incrementar la inversión en ciencia.

El autor opina que la actualidad ha dado la razón a quienes llevan advirtiendo contra la pseudociencia y sus influencers frente a la ciencia: «Ahora corresponde a la sociedad prolongar el aplauso a los científicos y a los gobiernos incrementar la inversión en ciencia»

En cuanto a la relación entre la filosofía y la ciencia, no debemos olvidar que ambas surgen de la misma admirativa pregunta por el origen de la naturaleza. No en vano a los primeros filósofos los llamaron «físicos». Debemos evitar maltratar a la ciencia, porque dejar a la ciencia de lado es dejarnos a nosotros mismos. Esa absurda, innecesaria y, sobre todo, falsa, división entre ciencias y letras ha hecho el daño que siempre hacen los compartimentos estancos: restarle eficacia al pensamiento crítico.

Uno de sus capítulos se titula La modernidad del pasado: ¿qué nos enseña el pasado en este momento preciso del presente, es decir, sobre el miedo, el pánico, el caos…?

Hegel decía que el presente procede del pasado y es grávido de futuro por eso el presente era la eternidad. Ya se sabe que la vida se entiende mirando hacia atrás pero se vive mirando hacia adelante, salvo que tal giro de cuello histórico nos impida ser contemporáneos de nosotros mismos. El pasado nunca se va, se adhiere, por eso el miedo, el pánico, el caos es vino viejo en odres nuevos, la misma condición humana en distinto formato. De ahí la necesidad de revivir la historia y, como decía Gabriel García Márquez, también «vivir para pensarla».

La modernidad del pasado, ese capítulo al que te refieres, va dedicado a otro gran paseante, Diderot, quien proponía que la mirada crítica hacia el pasado debe dirigirse a la transformación de las costumbres. Hemos de recorrer nuevas avenidas como la avenida del sosiego, la avenida de la contemplación, la avenida de la intimidad, la avenida de la transparencia o la avenida de la gratitud.

Todo el libro está plagado de juegos de palabras. ¿Repercute la manera de expresarse en lo pensado? ¿O es al revés? ¿O cómo cree que funciona la relación entre pensamiento y expresión?

Soy un incondicional de Les Luthiers desde muy pequeño, a quienes conocí gracias a mi tío Vicente. Con ellos aprendí que jugar con las palabras nos humaniza de una forma exponencial. Como somos palabra y lenguaje, la metáfora es uno de nuestros refugios más pensados. La ironía es un buen estimulante del pensamiento y la polisemia del lenguaje expresa la polisemia de la vida. El cuerpo es a las palabras lo que el alma a las ideas y, en cierto modo, lo que no expreso no existe. En una época como la nuestra, en la que se condena la expresión a la planicie del formato en el que se expresa y el pensamiento a la simplicidad de la imagen que lo muestra, deberíamos realzar esta relación inevitablemente maravillosa entre pensamiento y expresión.

El último capítulo del libro (aunque todo en general) es una llamada a hablar, a recuperar la esperanza. Pero un dicho popular afirma: «Dime de qué presumes —o sea, de lo que hablas demasiado— y te diré de lo que careces». ¿Algo que comentar?

En pleno confinamiento el periodista y científico Javier Sampedro lanzaba un alegato contra el optimismo asegurando que las tres grandes pandemias del siglo XX no cambiaron el mundo ni la doctrina económica y que, por tanto, la actual tampoco lo hará. Y que se equivocaban los analistas que parecen confiados en que la pandemia de coronavirus transformará la sociedad, generará un mundo más justo que el anterior con una nueva visión de la política y de la economía. Creo que obviaba los cambios que sí trajeron las grandes convulsiones mundiales en la ciencia, la política y la economía.

Puede que no vivamos en el mejor de los mundos posibles, pero es innegable que tenemos la posibilidad de hacerlo mejor si abandonamos el fatalismo atávico y el egoísmo absurdo. La especie humana sobrevivió porque cooperó, y es obvio que la solidaridad aumenta la supervivencia. La esperanza es una condición inherente al ser humano, tanto como que no hay que esperar a que llegue sino salir a buscarla.

¿Te apetece dar un paseo?

 

Entrevista realizada por Pilar G. Rodríguez

 

Artículo publicado originalmente en el portal Filosofía&co: www.filco.es/luis-alfonso-iglesias-huelga-especie-humana-sobrevivio-porque-coopero/

 

Luis Alfonso Iglesias Huelga.  Nacido en Sotrondio, Asturias, Iglesias Huelga es profesor de Filosofía y licenciado en Geografía e Historia. Autor de títulos como Armonía en Rebelión, Primer Premio Internacional de Poesía «Fractal» (2015) y Berkeley, El empirista ingenioso (2016). En 2017 recibió el Primer Premio Internacional de Ensayo «Diderot» por su obra España, la Ilustración pendiente: la educación que sueña un país (Ápeiron Ediciones), también galardonada con el Premio del Libro Ateneo Riojano. Ese mismo año publicó, junto con el ilustrador José Arenas, el poemario Las esquinas del mundo (Editorial Cuestión de Belleza). En abril de 2018 obtuvo el Primer Premio del LII Certamen Nacional de Poesía «Rafael Fernández Pombo» del Ayuntamiento de Mora por su libro El único argumento de la obra. Asimismo, es coautor del libro Pensar en voz alta (Herder Editorial), junto con el filósofo Manuel Cruz. Su última publicación, El mapa de la memoria, resultó ganadora del XXXV Certamen Internacional de poesía «Ángel Martínez Baigorri» convocado por el Ayuntamiento de Lodosa.

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