El puente que cruza la luna, de Tess Gallagher, por Enrique Arias Beaskoetxea

Tess Gallagher odisea cultural

Tess Gallagher nació en Port Ángeles, Washington el 21 de julio de 1943. Pasó su infancia en contacto con los bosques, la vida natural encendieron en ella una sensibilidad peculiar. Mientras cursaba el instituto descubrió la poesía gracias a un par de profesores que la incentivaron a leer y escribir.

Fue abriéndose camino como la poeta estadounidense, autora de versos naturalistas e introspectivos sobre el autodescubrimiento, la feminidad y la vida familiar.

Se relacionó con importantes figuras de la literatura del momento, como Theodore Roethke y Mark Strand. Tess Gallagher estudió con Theodore Roethke en la Universidad de Washington (BA. Bachelor of Arts, 1968; MA, Master of Arts. 1970) antes de asistir a la Universidad de Iowa (MFA, Master of Fine Arts, 1974).

Entre sus premios están la beca de la Fundación Guggenheim, el premio National Endowment for the Arts y el premio de la Fundación Maxine Cushing Gray.

En 1977 se cruza en su vida Raymond Carver (1938-1988), poeta y narrador, entonces solo una promesa, con dificultades para publicar, había dejado el alcohol un año antes de ir a vivir juntos. Un autor que se sentía perdido, con miedo a no volver a escribir.

Su unión no fue solo una relación sentimental sino también una relación artística. Carver había publicado 3 libros de poemas, junto a Tess Gallager escribió dos libros capitales de cuentos: “De qué hablamos cuando hablamos de amor” (1981) y “Catedral” (1983). Raymond Carver, por su parte, la animó para que ella escribiera los cuentos que se recopilaron en “El amante de los caballos” (1986).

Carver muere en 1988, cuatro años después Tess Gallager publica “El puente que cruza la luna”. Es un libro muy personal, con imágenes y visiones muy particulares, manteniendo el tono de una obra esencial, dolorosa pero sin perder de vista que es una obra poética. El fantasma del amado fallecido aparece en cada página, en la naturaleza, en un vaso, en un anillo, memoria pegada a la piel de la compañía invisible. Los saltos de tiempo son constantes: el presente se haya interrelacionado con el pasado incluso en el desgarro, en la melancolía. La autora detalla el recuerdo concreto, celebra una y otra vez el día de San Valentín, cumple el ritual de visitar la tumba.

I

El primer capítulo comienza con una cita de Neruda (Cien sonetos de amor. LIV) cuya última estrofa dice: Hasta que en la balanza se elevaron, gemelos, / la razón y el amor como dos alas. Así se construyó la transparencia.

 “Sí”,  el primer poema, interpela directamente al fallecido, ¿Quieres que esté de duelo?, es el momento en que todo queda reducido a un montón de arena iluminada por la luna en un jardín zen, … que use tu oscuridad para brillar, para relucir?. No hay repuesta a ese dilema, en el último verso dice: Brillo   Estoy de duelo.

En “Despertar” la autora se acuesta al lado del cuerpo frío en la cama donde habían dormido y amado, Tres noches yaciste en casa. Tres noches con escalofríos en el cuerpo. Pegada a su cuerpo, quieta para oír el reclamo de sus mensajes, absorbe la frialdad e incluso la muerte. Permanecimos muertos / … / en el vasto y extraño manto /  del mundo abandonado.

Alterna los poemas cortos (los dos primeros) con otros largos en el constante recuerdo y duelo por el ausente. Las imágenes recurrentes del pasado y las acciones comunes serán una constante en el libro.

“Cuna cadáver” acusa el exceso de preguntas, el llanto constante; la capilla abierta al bosque es una puerta a un futuro que con un olor excesivo a néctar peina / su aliento. Llueve y llueve. Entonces vuelve a los sitios comunes a  ambos y a las acciones que le acerca, con la cabeza descubierta en el muelle / en el que fumaba, soñadoramente, un cigarrillo y la guiaba. En la lluvia escucha los pájaros cantando al alba y se identifica con ese sueño y ese despertar al mundo, al recordar ella su último descanso / en el que se sumió, y se sume todavía, lenta y blanca / preguntando hasta lo hondo, honda con su oscuro abajo.

“Rastro al unisono” rememora un despertar cualquiera cuando una pierna pesa sobre su cadera, una  caricia asentada, afuera la lluvia y dentro, Sus brazos, su hermosa / despreocupada respiración, un lugar donde solo hay lluvia y una luz, donde ser feliz y si entrara un extraño empapado, confuso y condenado, ambos le dijeran: Pues llora, pues ama. La lluvia no cesa en el espacio y el tiempo, en la mañana y en el lecho, mientra ilumina una luz ártica firme / en la liberación de la mente.

“Ahora que no estoy nunca sola” comienza encontrando en su baño una mariposa, con un par / de labios imperdibles. Mientras el agua caliente cae recuerda la anécdota en la que él puso su cabeza bajo un chorro de agua fría. Hermosa travesura / que congela aquel momento. El ensueño decae en cuanto recuerda su soledad, la carencia de presencia, y como le ha convertido en este tosco revoloteo, de igual manera que él la ha convertido, en tu centinela nocturno, en tu luz homicida.

II

El segundo capitulo comienza con una cita de Jeff Keller (coach motivador) : Si creemos en el alma, quizás tengamos más en común con los muertos que con los vivos.

“Dos cualesquiera” es un poema en el que entremezcla recuerdo y reflexiones sobre la muerte. La vida es un viaje con ciertos temores, mientras ambos permanecen juntos se resuelve con un pequeño gesto de amor, el enmarañado  / azul de la noche y la premonición / que lo disolverá. Los barcos y los trenes avanzan, recuerda los caballos de la infancia, hasta que mira el horizonte, hasta más allá del horizonte; no: dos / horizontes. Al final se impone la realidad, un horizonte que compartió y otro horizonte obligada a ver sola. Entre ambos un bullicioso transitar de barcos, ninguno / vacío.

Anillo” es un poema circular en el que persigue el transcurso del objeto, el que vimos juntos / en aquella tiendecita de Oregón, destinado a su dedo. A su muerte, regala el anillo hasta que descubre que está abandonado en un cajón, junto a baratijas diversas. Recupera el anillo y lo lleva colgado como un amuleto, un recuerdo de amor para el que ya no estaba. Pero ella pierde el anillo, la burla azarosa de la memoria, piensa que su vida está preparada para apariciones pero también que  la presencia en curso de los muertos / es volátil y sacramental. Entonces él regresa -en el amor, en la memoria suya y en la ajena- a la tienda de Oregón, muerto viviente de amor, / con la extrañeza de la plata fría / ciñéndole el dedo de la mano recién creada.

“Él habría». La poeta despierta, Hablar por él es dejar un hálito. No puede hablar por él y tampoco con él, entonces imagina lo que él habría hecho una mañana cualquiera, porque él me habría llamado, / mientras ponía a calentar el café del desayuno. Este gesto cotidiano hace que la poeta gire hacia su mundo interior, quieta junto a una ventana, observa la nieve como quien observa la caída de pétalos. Ambos gestos, el cotidiano y el interior, se reúnen: Nudo alerta y desnudo de la infinidad.

“Fría y creciente” está dedicado a una de las prendas preferidas de la poeta: los chales. En el poema recuerda la compra de uno de ellos cuando no sabía que se acercaba la muerte, y admiro cómo se enlaza al cuello, cuánto me favorece. Era un tiempo sin miedo a la muerte, aquella sencilla guadaña de tela. Tiempo después saca del cajón ese mismo chal pero ya está cargado de negrura, de muerte, de impotencia, y lo único que podemos hacer / es negarnos a seguir ese arrebato de irretorno.

“Tras los chinos”. Al amanecer con nieve y viento norte, ella se dirige a él, ¿Pensabas que la muerte y un poco de tiempo me detendrían? La poeta vuelve a partir de una anécdota que pudiera haberse producido para dirigirse a su condición interior, gira alrededor de la tumba hasta crear un sendero, para mantener el calor /  mientras te hablo. Hay una fuerza interior que la mantiene cerca de la tumba, la única persona en el cementerio, Nadie es tan obstinada como yo, y mi caballo tártaro / prefiere el viento del Norte.

III Las elegías de San Valentín

Al principio cita a la poeta japonesa Izumi Shikibu (976-1030), Nunca te olvidaré, / ni siquiera durante un intervalo / tan breve como el que hay entre campanadas.

El apartado III es el único que Tess Gallager titula mientras los anteriores solo eran numerados. Son una serie de poemas alrededor del tema de la celebración de ese día.

“San Valentín negro”. Una ocupación cotidiana, ella le corta el pelo a él, Querida mía, dice el pelo al rozarme, en los últimos tiempos es una fuente de dolor que intentan ocultar, Si el pelo es un reflejo del alma, el alma obedece a nuestra gravedad, se ha convertido en el mito de Berenice, aquella que prometió raparse el pelo si su amado regresaba de la guerra. Si hubiera dioses, / deberíamos creer que dieron vida a sus cortadas guedejas, mientras él se dirige a la muerte con calma y ella debe encarar la muerte, tan lastimosamente arrasada por el amor. Al final no tiene sentido preguntar por los cabellos cortados, vivos o muertos.

“Mancha fresca”. El poema va desde el juego trivial hasta el deseo profundo. Plantea una diversión de dos muchachas, Pero yo te quería conmigo, con cajas de frambuesas frente al joven, La camisa blanca que llevaba fuera de los vaqueros. Se cruzan las miradas pero eran dos jóvenes que no dicen nada, solo recogen frambuesas entre risas, Los talles delgados, el brotar / de los pechos y la mancha colorada como besos aún no dados, las manos hundidas dentro de las cajas de fruta, y siguiendo, con puro e incontestable deseo, al muchacho, / que volvía a casa para cambiarse de camisa.

“Encuentro más allá del encuentro”. En el poema retrata ese intervalo entre la realidad más oscura, Se cierne aquí tu amenaza, sabiendo que el tiempo vendrá para llevárselo todo, y una ensoñación, Aún podría creerme que las puertas se abriesen. Y en ese no-tiempo ambos pueden volver a reencontrarse, como manos que cogieran orquídeas / en la oscuridad, con la delicadeza que solo dos amantes conocen.

IV

El capítulo comienza con una cita de Peter Matthiesen (“El leopardo de las nieves”) introduciéndose la autora un poco más en el budismo: ¡Por supuesto que soy feliz aquí!  ¡Es maravilloso! ¡Especialmente cuando no tengo elección!

“Ébano”. Crece la necesidad de aceptar el ciclo de la vida y la muerte (Samsara en sánscrito), Yacer junto al amado / significaba disfrutar del jardín en todas las estaciones. / Ahora lo veo. Tess Gallagher va abandonando el halo de la muerte y el prestigio de la memoria para aceptar que todo pertenece a un ciclo, y las que fueron lágrimas en alguna leyenda oriental / son vigorosamente borradas por la erosión. Él fue una piedra, ella aprendió a serlo, ambos flujo y reflujo del agua, Lo gris, lo verde en mi negrura.

Poema sordo”. La poeta se encuentra con el dilema de querer expresar algo para lo que el lenguaje es insuficiente, algo que no puede ser dicho ni escuchado con los sentidos corporales, Necesita concentrar la reciente capacidad inhumana de su alma / en dispersarse por lo más espeso / del bosque. No sabe dónde está él y nada puede hacer sino escribir, Que este poema alcance / su sordera. Prestando atención, con la frente apoyada, esperando hermanarse, quizás de un modo erróneo y distante, en la creencia en el poder del amor  / para manifestar, a pesar de la distancia, la alegría que nos hermanaba.

A pesar de todo, es hermoso poder comunicarse con los muertos, aunque a veces le duele y exclama: ¡Soy yo! ¿Cómo pudiste marcharte así? Un recuerdo malhumorado por el abandono, las promesas por cumplir que él no podrá llevar a cabo, él no intenta nada pues nada puede. Entonces ella imagina que puede volver a la vida un lapso de tiempo suficiente para ser captado por la eternidad, hasta que uno de nosotros / pueda velar y escribir el poema sordo, / un poema al que le falte hasta el  lenguaje / con el que no está escrito.

 V

La cita en este caso es una larga anécdota contada por Daisetz Teitaro Suzuki (maestro zen y erudito budista) sobre la forma en que un alumno y un maestro ven un puente. El alumno ve unas tablas podridas (desde los sentidos y la mente dormida) y el maestro ve un puente de piedra (desde la mente intuitiva y despierta).

“El puente que cruza la luna”. El texto que da título al libro es un poema de apenas una docena de versos pero cada uno pleno de concentración. La poeta se queda junto al río, observa el puente, “no creáis que mi atención obedece / a lo meramente estético. No necesita los pies para atravesarlo sino algo más liviano para transportar / a los vivos por esa brecha de fulgor. Afirma la autora que nadie puede afirmar que no lo haya atravesado por haberlo utilizado para observar, el agua siendo agua y a la luna cartografiando, un paso ilusorio para la unión de la que estaba segura.

El paso de una río es una metáfora habitual en el budismo, en una orilla está el mundo fenoménico y en la otra está el despertar, la visión clara de la mente intuitiva. Parecida oposición a la que existe entre la tabla podrida y el puente de piedra. No son los pies los que atraviesan el puente sino la mente en su proceso de despertar.

La propia autora explica de este modo el sentido del título:

“El puente que cruza la luna» es una traducción de los caracteres chinos del Puente de Togetsu, en el río Oí, cerca de Kioto, en la zona de Arashiyama, conocido por las muchas e importantes obras literarias que celebran su belleza. En los antiguos días de la aristocracia, había una curiosa costumbre (…) que consistía en tirar abanicos al agua desde los barcos, para que flotaran río abajo.

“Aniversario”. Para comprender el poema, hay que contar que R. Carver y T. Gallagher se casaron semanas antes de la muerte de Carver a pesar de llevar viviendo juntos muchos años.

Lo máximo que pudiera desear es que entrara un hombre como él, pero no te atreverías a desear. La muerte le ha preparado para apartar ese tipo de deseos o visiones.

La boda en Reno (Nevada) fue silenciosa a pesar de las mesas de juego y tintineo gélido / de los dados. No hubo brindis alegre puesto que Carver era un enfermo terminal, poco puede decir de aquel amor tierno y duradero si las palabras son velas que apago / en el mismo instante en que las pongo. Entonces decide contemplarlo desde el ojo de un caballo que lleve a ambos al río, mientras el espacio entre ambos impide que se besen, cuando las copas bajan, nos engulló la negrura / desbordante del ojo del caballo.

“Dejo de escribir el poema”. Un poema breve en el que ella dobla la ropa, da igual quién viva / o quién muera: sigo siendo una mujer. Y en ese sencillo acto de doblar las camisas de Carver se expresa la más delicada ternura para quien se fue. La camisa se agranda entre sus manos y recuerda cómo miraba a su madre haciéndolo y la niña que aprende a hacerlo.

“Uvas azules”. Un poema casi minimalista que finaliza con versos parecidos a un haiku (poema japonés de 3 versos). La autora come uvas azules, mira por la ventana una paisaje nevado, un mundo inmenso que parece devolverle la mirada, entonces cruza el cielo un arrendajo azul. No hay mundo; no hay encuentro. Solo / estremecimientos, dulzura / en la lengua.

“Ahora cerca de mí”. Otro poema minimalista, mencionando a sus amados caballos vistos entre la niebla, la poeta suspira: El amor humano es una maravilla, / aunque solo sea para decir: ¡este cuerpo! ¡esta niebla!

“Habitación infinita”. Vuelve la autora al extenso poema, rememorando al amante perdido, Habiendo perdido el futuro con él, no puede aceptar otro tipo de futuro pues él le dio todo hasta el último suspiro y una fuente, un propósito, acercar mis labios y saciarme de recuerdos. La habitación en la que se encuentra es inmensa para una niña que tuviera miedo, un espacio en el que buscar la certeza de la duración a pesar de la fragilidad de su corazón al que desea limpio de los desechos que llamamos esperanza.  Solo entonces comprenderá lo que significaba que él dijera “te quiero” y todo lo que le ofreció, lo que pensabas que era nada.

“Brillo”. La autora rememora a dos poetas japonesas Shikibu (976-1030) y Komachi (825-900) que esperaban el regreso de aquellos hombres rudos, tal vez en vano, que escribían en los periodos de ausencia y mantenían su esperanza de reencontrarse siquiera con un pálido amor. Mujeres que esperaban en castillos y palacios a alguien que fuera algo más que una pérdida, alguien con el que intercambiar textos escritos, tal vez un haiku, en un papel doblado con un nuevo mensaje: “No el trabajo del amor, / sino el amor en sí: nada menos”.

Así que la autora se prepara, por si no llega el amor adecuado, y acuerda con el amante muerto que la luz, de la luna llena, que se refleja en sus manos, me pertenecía principalmente a mí.

VI

El último capítulo comienza con un cita de Marina Tsvetaeva, Ignoro si los terraplenes tienen / fin. Pero he aquí un puente y  -luego?  Dando señales de cómo serán los siguientes poemas.

“Un extraño”. Un poema con versos cortos y secos, El corazón empieza / su fiero viaje / al amor y a la pérdida / del amor. Pero tú, tú / no comienzas. Es la certidumbre de la pérdida, el amor es el comienzo de dos amantes pero ahora la poeta está sola, ella puede comenzar el día pero no estará acompañada, empezar consiste en avenirse / a vivir entre fuerzas demediadas. Ella termina reconociendo la carencia de fuerzas, Nunca te dejo empezar , / Es mi regalo más incierto. El poema termina aún mas derrotada, No / empieces. Nunca empieces.

“Mientras estoy sentada en un lugar soleado”. El poema plantea la alternativa de volver a ser la joven alegre, Si la palabra “feliz” / tiene algún futuro, es mío. Sin embargo, se reconoce encerrada en un caparazón, deseando dar un salto, como un ciervo, sobre la calamidad, si eso es posible. Solo dispongo de estas manos de viuda, frías y calientes / para tocar de nuevo el mundo.

Mar dentro del mar”, Comienza el poema desplegando un rollo con la figura de Buda, un estandarte que empuja hacia ellos mismos una marea hasta que nuestros cuerpos ya no acumulan eternidad, una manera de deshacer las profundidades del alma, liberarse de ellas.

En el siguiente párrafo cambia radicalmente, pasa de la espiritualidad a la sensualidad, Le lamo la sal debajo de los ojos, recorre todo el cuerpo en una tarde con su presencia mientras está quieta e inquieta a la vez, Porque el amor / ha decidido y ha hecho de nosotros un lugar. El amor plantea preguntas para las que no tiene respuesta, Somos la lucidez de la sal, a lametazos, sintiendo la corporeidad y tras el agotamiento, como el opresivo aroma / del anís que lleva su sexo, aún quedan las preguntas y respuestas, del amor que no sabe hablar, abriendo abismos. Y el mar ennegrecido toda la noche / por la marea negra de su pelo / que no rompe en ninguna playa.

“Si este nuevo amor se acaba”. La autora afirma que no cree en un segundo cielo porque haya jugado siendo una muchacha con trenzas que esperaba ser liberada por el amor. Pero ya he consumido mis muertes en amarle, / al morir él.  Si pudiera volver a amarle, solo podría perdurar en ella, como la sombra de una montaña sobre un pueblo, y si aún pudiera existir la memoria de esa niña, todo se convertiría en ojo, bañado por la luz, en el que él vivía, imperecedero / como lo ofrecido para coexistir / con lo irreemplazable.

En la lápida de Raymond Carver (May 25, 1943 –  Aug. 2 , 1988) se dice que fue poet, short story writer and ensayyist. Debajo de esta definición queda inscrito el último poema que escribió.

Último fragmento

¿Y conseguiste lo que
querías de esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amado, sentirme
amado sobre la tierra.

Dice el traductor Eduardo Moga.: “El puente que cruza la luna es un homenaje íntimo al marido muerto: al hombre galvánico y contradictorio que fue Raymond Carver. Las ensoñaciones de la memoria se alían, en estos poemas desgarrados, con las fábulas del presente, para construir un mundo pleno de caricias y de heridas, pero atravesado también por la lucidez que irradia la soledad. Las piezas breves, de delicados trazos simbolistas, conviven en estas páginas de Tess Gallagher con los poemas extensos y las fulguraciones irracionales. El conjunto supone un doble descubrimiento: el de una persona enteriza y el de una poeta excepcional.”

 

Reseña: Enrique Arias Beaskoetxea

Obra: El puente que cruza la luna, Tess Gallagher, Editorial Bartleby, 2006.

 

Enrique Arias Beaskoetxea (Bilbao, 1958) tiene varios poemarios publicados en revistas digitales de literatura de España (Cervantes VirtualPoemaria y 3D3) Francia (Revue d’art et de littérature, musique). Sus poemas se han publicado en revistas de España (Ágora, De Sur a Sur, 3D3 y El Gato Negro), Colombia (Túnel de letras), Venezuela (Letralia y Alborismos), Uruguay (Casapais)  y Estados Unidos (Furman217 , Vuela Palabra y Baquiana). Ha publicado reseñas literarias en revistas de España (De Sur a SurGaleradas, y Odisea cultural) y Colombia (Noche Laberinto). Tiene los siguientes libros publicados: La lejanía de las cosas (Ápeiron Ediciones, 2017), Visible-Invisible (Editorial maLuma, 2017), Un mundo, una atmósfera (Ediciones Ruser, 2019) y Condición terrenal (Editorial Literarte, 2019). Escribe en el blog “Alfabeto” y cuenta con la web de autor  https://enriquearbe.wordpress.com/ y la página “Espace d’auteurs. RAL, M” (http://www.lechasseurabstrait.com/revue/spip.php?rubrique1253) 

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