«La vida del monstruo» de José Ángel López Jiménez, por Manuel Guerrero Cabrera

José Ángel López Jiménez odisea cultural
«Te saludo, viejo amigo que caminas
de puntillas por pasillos imperecederos.
[…] Déjame abrazarte, pareces cansado,
aliviaré un segundo la carga que soportas.»

 

Con esta invitación a acompañarnos, se presenta el poeta, y su voz poética, en La vida del monstruo, el primer poemario de José Ángel López Jiménez (Sevilla, 1973), que se divide en cuatro capítulos y un epílogo distribuidos en dos partes. Ya en los mismos títulos de los capítulos el poeta nos avisa de que el tema esencial de la obra es la soledad.

Así, en el primer capítulo se nos habla de una soledad inicial, propia de cada ser humano, la primera vez que la sentimos («Quizá no haya nacido / o puede que ya esté muerto») y, aunque se recuerde el refrán de que no se siente lo que no se ve, la soledad deja un vacío:

No recuerdo si me vendé los ojos
o los arranqué con una cuchara.
El dolor desapareció en aquel momento
aunque todavía siento la oquedad de la herida.

Para López Jiménez, esta sensación, en verdad, la tenemos todos, una manera triste de comunión con los demás, con la paradoja de que no hay correspondencia:

La soledad que llevas dentro
es la soledad que todos llevamos dentro.

Hasta llegar al final del capítulo uno, a la soledad final, la de la muerte y la nada («La lluvia empapa mi cara / hasta que cierran el ataúd». «Los huesos se transforman en harina, / reduciéndome a un montón de polvo»). En este tránsito de una soledad a otra, el poeta nos ha ido presentando la imagen del monstruo que se alude en el título de la obra.

Si bien el capítulo dos sugiere una soledad grupal, en el tres, «La soledad de la sangre», hallamos los versos más intensos del libro, ya que la soledad se centra en la familia. El poema «El lugar» es una declaración tardía de amor a su madre, marcada por la ausencia de esta; es, pues, uno de los poemas más íntimos y de mayor fuerza de López Jiménez:

Aunque ya no sirve de nada,
hoy que camino sin faro,
quiero que sepas que me arrepiento.
Y anhelo regresar a aquel lugar,
madre.
Regresar donde empezamos.

Hallamos igual intensidad y fuerza en el resto de poemas de este capítulo, destacando el segundo de «Tormenta de verano en una ciudad abandonada» en la soledad de cada miembro de la familia («y todos a la vez miramos el techo») y «El ciclo de la soledad», en el que la abuela y la cortina se hallan bajo el mismo signo.

En la segunda parte, el capítulo cuatro alude directamente al monstruo, «Un monstruo vive en casa», que nace de las soledades, del dolor de estas; el monstruo puede hallarse en cada uno y convivimos con él, forma parte de nuestra vida cotidiana:

Una silueta deshabitada pasea por la habitación,
en silencio.
Algunos la llaman fantasma.
Otros, depresión,
melancolía,
o una mala racha.
Pero lo dos sabemos,
ese espacio hueco y yo,
que están equivocados.

En el epílogo, cada cual acaba finalmente con el monstruo («Alza la vista y observa al monstruo arder contigo»), en esa destrucción hallamos un «campo de luciérnagas», imagen de una renovación personal a partir de las ascuas del monstruo.

Es, precisamente, en esta obra, el empleo de la imagen, desde la metáfora a la alegoría, el recurso más importante. Destacan las metáforas muy originales, casi de tintes surrealistas, que causan por igual sorpresa y extrañeza, como la anteriormente mencionada de arrancarse los ojos con una cuchara, o la de reducirse a una parte pequeña del cuerpo: «Sé que algún día seré reducido a oreja». Otra manera de lograr un buen efecto mediante la imagen es con enunciaciones propias de definiciones:

La hora de la cena
es como llegar tarde a la estación
y ver alejarse el tren.

Incluso, hallamos poemas completos que se construyen metáfora sobre metáfora, como el titulado «Ejército», o, como en todo el libro se ha ido elaborando el monstruo.

Intensidad y fuerza, estos dos elementos hallamos en los poemas de La vida del monstruo, la primera obra de José Ángel López Jiménez, junto a un uso original de las metáforas que van creando, verso a verso, y dan vida a ese monstruo que se alude en el título y que forma parte de nosotros.

 

Reseña: Manuel Guerrero
Obra: La vida del monstruo, José Ángel López Jiménez, Ediciones En Huida,  2019.

 

José Ángel López Jiménez  (Sevilla, 1973) Nació en Las Tres Mil Viviendas, el barrio más pobre y con más delincuencia de Sevilla. Sin estudios, todo lo aprendió de los libros, cómic y películas de forma autodidacta. Ha colaborado con la editorial Maclein y Parker, publicando asiduamente relatos cortos en la revista Telegráfica. También participó en el proyecto cultural Léptica de Madrid y su revista virtual. La vida del monstruo es su primer poemario.

 

Manuel Guerrero Cabrera (Córdoba, 1980). Es profesor de lengua y literatura, articulista y poeta, y ha realizado, desde la Asociación Cultural Naufragio, una importante labor de difusión cultural en el sur de Córdoba. También posee un espacio semanal sobre literatura en Lucenaradio.com con el nombre de “El azucarillo”y es director y presentador del programa mensual de literatura “La voz a ti debida en Radio Atalaya de Cabra. Es autor de los libros de poesía El desnudo y la tormenta (Moreno Mejías, 2009), Loco afán (Ediciones En Huida, 2011), El fuego que no se extingue (Manantial, Ayuntamiento de Priego de Córdoba, 2013),  Las salinas del aliento (Cuadernos del laberinto, 2015) y La ciencia de estar contigo (Diputación de Cádiz, 2018); ha publicado los títulos de narrativa Para despertar (Moreno Mejías, 2011) y Vieja túnica y otros relatos (Ática Books, 2017). Es responsable, junto a Ana Patricia Moya, de la sección No es país para Viejóvenes, en Odisea Cultural.  En su web personal, podréis encontrar información actualizada de su biobibliografía, su presencia en medios y redes, así como podréis acceder a su blog.

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