PALABRA DE ARGONAUTA – Celeste Miranda

© Owen Davey
Palabra de Argonauta, vuestra sección de narrativa contemporánea en Odisea Cultural, selecciona en esta ocasión un tierno relato  de Celeste Miranda (Madrid, 1985), acompañado de un dibujo de su autoría también. Animamos a todos los escritores de narrativa española a participar en esta sección de Odisea Cultural, abierta a todos los curiosos.  Podéis leer las nuevas bases al final de la entrada. Sin más, qué disfrutéis de la lectura. Fuerza y ánimo para todos.

 

CUANDO ÉRAMOS PÁJAROS

A veces Paloma me pide que le enseñe en el globo terráqueo de dónde venimos. Le divierte verme señalar la intersección exacta de tres fronteras, una pequeña isla en medio del Amazonas que escapa a banderas: ni Perú, ni Colombia, ni Brasil. Isla Fantasía es tan pequeña que ni siquiera es representada como un pequeño punto en el mapa, escondida bajo la línea discontinúa que separa los tres países. Ningún atlas la representa, pero en cuanto me pongo a hablar de ella, emerge en la imaginación de la niña de forma tan viva que, solo con su mirada, la isla parece contornearse en el globo de la sala de estar.

–Háblame de cuando éramos pájaros, abuela –me dice.  Y yo comienzo mi relato.

Isla Fantasía flotaba sobre una gran serpiente enroscada como un ovillo, se llamaba Viperina. Ella protegía la isla desde tiempos inmemoriales y cuando un nuevo guerrero se acercaba con la intención de plantar su bandera en nuestra tierra, enseñaba los dientes. Debía ser un espectáculo bastante aterrador, pero la verdad es que nosotros lo vivíamos con gran ligereza. Viperina siseaba «pppprrriisssss ppprriiissss, pppprrriisssss ppprriiissss» y toda la isla parecía vibrar como una pandereta, mientras nosotros bailábamos y celebrábamos nuestra libertad renovada.

–Dime cómo era el baile, abuela.

Como cualquiera, cada uno bailaba a su manera. Los capihuaras bamboleaban el trasero y chocaban sus pelajes rítmicamente en los pulsos tres y cuatro. Los jaguares se ponían a dos patas y bien agarraditos rugían fuerte en los tiempos alternantes. Peces y caimanes por una vez se ignoraban, rodeaban la isla y plas plas, colas y aletas a repiquetear en el agua. Los más divertidos eran los monos que tamborileaban los helechos como si no hubiera un mañana.

–¿Y nosotros, abuela? ¿Cómo hacíamos? –me dice, mientras con los brazos extendidos simula volar por toda la habitación.

A mí me encantaba el primo Tucanos, que era de los que solo mueven la cabeza, pero muy resultón, a golpe de pico conseguía intercalar unas buenas corcheas. Finalmente, mis hermanos y yo nos reuníamos en círculo sobre la isla, entonces batíamos las alas fuerte, muy fuerte, y todo eso producía como una especie de redoble sostenido.

Nuestro baile debía de oírse a varios kilómetros de distancia. Estoy segura de que nuestra felicidad debía de parecer el colmo del recochineo a nuestros vecinos abanderados. Sobre todo por lo que pasó después…

–Cuéntame lo que pasó después, abuela –me dice, y sus ojos se llenan de una densa preocupación mientras se sienta frente a mí con toda la gravedad de una niña de seis años.

Los hombres que intentaban conquistar la isla eran un pueblo de guerreros. Con el tiempo entendieron que nunca podrían vencer a nuestra poderosa guardiana. Entonces dejaron las armas y recurrieron a la magia. Para ellos no fue fácil, hacía mucho que las leyendas les parecían disparates para niños o simples de espíritu. Y cuentan que el más profundo de los odios podía leerse en el rostro de Militaris II cuando su padre, el jefe del reino más poderoso circundante, desoyó las estrategias del primogénito para consentir a la demanda de su hijo pequeño, Colorado: optarían por la magia. Con la luna nueva, Militaris I mandó una expedición a la cumbre del cerro de Autana, en busca de la casa de los mil techos.

–¡Háblame del espía, abuela!

Así es, teníamos un espía. El cuñado de uno de los habitantes de la isla, un tapir enjuto y un poco huraño que sin embargo se había ganado la confianza de Colorado y estuvo presente en toda la expedición. Aunque no le interesaba la política, una noche, escuchando a los hombres, comenzó a alarmarse. Entonces habló con una oruga, que le pasó el mensaje a una mariposa, que le dijo a un sapo y este a una guacamayo, que era tu tataratía, vamos, mi tía abuela Lucinda. Tuvimos miedo, como todos los buenos planes, el suyo era sencillo: el árbol de la vida.

–El árbol de la muerte –susurra mi nieta con aires de misterio.

De la vida y de la muerte, tienes razón. En cualquier caso, la clave se encontraba en ese árbol mítico, en la cima del monte Autana. Una infusión de su corteza convertía a los vivos en espíritus durante dos días y dos noches. Solo así se podía acceder a la casa de los mil techos. Pero al tercer amanecer, si no habías logrado salir de la misteriosa morada, quedabas ahí atrapado, para siempre.

Siglos atrás los hombres veneraban el árbol de la vida. Bajo los mil techos, había mil cuevas, interconectadas por pasillos laberínticos y pasajes secretos. Los muros de las cuevas estaban llenos de inscripciones mágicas, recetas de pócimas y hechizos para todo lo que uno pudiera imaginar. Para evitar que sus poderosos conjuros cayeran en manos equivocadas, un grupo de magos seleccionaba cuidadosamente a quién le era concedido un trocito de la corteza del árbol de la vida. Tan celosamente había sido protegido, con tanta vehemencia habían rechazado toda demanda, que con el tiempo, los hombres dejaron de creer en las propiedades mágicas del árbol, y por extensión, en toda magia.

–Pero entonces, abuela, ¿cómo supieron que era su única posibilidad? ¿estaban tan desesperados?

El hijo pequeño de Militaris I, Colorado, tenía mucha carisma. Era aficionado a la historia y le encantaban las leyendas que se contaban de su país. Unos dicen que Militaris I creía de veras en el proyecto de Colorado solo por la pasión con que lo presentaba. Otros, que era incapaz de negarle nada al benjamín de la familia. Sea como fuere, lo puso al cargo de la expedición. Mi tía abuela Lucinda –que había recibido el mensaje de un sapo, que lo había escuchado de una mariposa a quien se lo había susurrado una oruga, y a esta, el mismísimo tapir que se codeaba con Colorado– nos explicó el proyecto de los humanos. El plan consistía en encontrar un hechizo que convirtiera momentáneamente a un humano en animal, y no en cualquier animal, sino en una feroz serpiente, aún mayor que Viperina.

–Y vosotros, abuela, ¿qué hicisteis?

Nuestra propia expedición, ¡solo faltaría! Aunque dudábamos que pudiera existir ninguna serpiente más feroz que nuestra amable Viperina, aun magia de por medio, no podíamos dejar nada al azar. Se decidió discreción, aunque en el viaje no se preveía ninguna lucha y solo se trataba de impedir que los humanos encontraran el hechizo. Así, salió mi abuela Lucinda al vuelo con Bala, una araña que se había hecho conocida en la isla por la rapidez de su tejer y de su ingenio, y con Murinus, una pequeña culebra de mordedura mortal, por si acaso.

–¡Qué gran equipo, abuela!

Dos días después estaban de vuelta. Estaban eufóricas y aliviadas. Por lo visto, la casa de los mil techos ya no era como la relataban. Los magos se habían retirado y tras años de no ser penetrada, las trampas se habían oxidado así que llegar hasta la inscripción del hechizo que convertiría a un humano en una aterradora anaconda había sido bastante fácil. Por suerte llegaron antes que los hombres. Murinus echó su veneno sobre la leyenda, y la pared se derritió un poco como soltando un humillo amarillo, y para esconder los restos de inscripción que aún quedaban, Bala tejió rápidamente una tela, espesa, pero discreta, que parecía continuación del muro poroso.

–¡Y cómo lo celebrasteis! –dice entusiasmada Paloma, mientras cabecea imaginándose las corcheas de su primo abuelo Tucanus.

Y tanto que lo celebramos. Nunca habíamos bailado tan extasiados. Toda la isla se balanceaba al ritmo de nuestra danza. Fue nuestro último baile. La mañana siguiente todo empezó a venirse abajo.

–Maldito teléfono escacharrado –dice mi nieta, llevándose la mano a la cabeza. Entonces, como para seguir al lógica de esta historia, que ya se sabe casi de memoria, Paloma toma la palabra.– A ver si lo he entendido: el tapir le susurró a la oruga que los hombres buscaban una pócima para transformar a los animales en hombres y así librarse de la feroz Viperina; con la oruga, la pócima se convirtió en hechizo; con la mariposa apareció un enfrentamiento entre dos serpientes gigantes; y entre el sapo, mi tataratía Lucinda y la isla, ¡cambalache! Los animales tomaron el lugar de los hombres.

Así es, Paloma. No habíamos entendido nada del plan. Los humanos consiguieron la receta de su pócima, como nosotros habíamos conseguido llegar al hechizo. Luego la vertieron en el Amazonas, y esperaron a que nos hiciera efecto. Así, Paloma, dejamos de volar, como las ranas dejaron de saltar y las arañas de tejer. Los perezosos y los monos bajaron de los árboles. Capihuaras y caimanes se irguieron en dos patas, como si nada. Nosotros perdimos las plumas y las garras de los jaguares fueron de repente una planta con cuatro dedos alargados y uno regordete, un poco más apartado. Era el final de todo.

También de Viperina, la pobre, tan valiente, que renegaba de abandonar su puesto. Allí estaba, encogida y paliducha, intentado sostener la isla con sus piernas y sus brazos.

@ Celeste Miranda

 

SOBRE LA AUTORA: CELESTE MIRANDA (MADRID, 1985). En la actualidad ejerce como profesora de español en un instituto de secundaria en Lyon. Cuando no está corrigiendo exámenes cuelga collages, cianotipos y animaciones bajo el seudónimo @de_azules en su cuenta de Instagram. Recientemente ha escrito un poemario titulado Los pronombres son escarcha aún por publicar.

 

NUEVAS Bases para participar en Palabra de Argonauta (convocatoria permanente):

1) Se aceptarán textos narrativos (relatos, cuentos, microrrelatos, etc.) en español de hasta cuatro páginas máximo, sean inéditos o no, de cualquier temática. No hay límite de edad para participar.

2) El formato de los archivos será DOC o DOCX. En el mismo archivo, deberá incluirse una pequeña bibliografía (de 5-6 líneas máximo).

3) El nombre del archivo que tendréis que remitir de manera adjunta será TEXTOS Y BIO DE (vuestro nombre y apellidos a continuación). Ejemplo: TEXTOS Y BIO DE PATRICIA BRAVA.doc.

4) Se remitirán al correo de la revista, a la atención de su directora, Esther Lapeñaodiseacultural@yahoo.com, con el asunto: «SECCIÓN NARRATIVA ODISEA CULTURAL». 

5) No se aceptarán borradores, textos desordenados o con faltas de ortografía. No se considerarán textos pegados al cuerpo del mensaje. Las propuestas que no cumplan con estas bases serán automáticamente descartadas.

 

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