La escritura itinerante de Antonio Beneyto (1934-2020), por Jaime D. Parra

Beneyto foto Judith Vizcarra
Fotografía de Judith Vizcarra.

¿Qué es lo que siente un escritor cuando deja su tierra, una capital de provincia y se dirige a una gran ciudad, a otra ciudad donde mejor pueda abrirse paso? Un escritor joven, quiero decir.

Pues que en su imaginación vuelan sueños y proyectos. Y ese primer viaje, en barco, tren o autobús –o a veces, avión-, se convierte en un latir especial, un toque de inquietud, mezcla de alegría y nerviosismo, dulzura o temor. Imagino a Gustavo Adolfo Bécquer, saltando de Sevilla a Madrid, llena su cabeza de ilusiones, antes de sentir el frío “sudario” de la ciudad.

Imagino a Alejandra Pizarnik, dejando Buenos Aires, hacia París: las ensoñaciones del viaje, la llegada, el encuentro con la cuna de la gente que admiraba. En el caso de Antonio Beneyto, lo imagino dejando atrás la Mancha, a su apreciado profesor Pi, al predicador que le enseñó los Cantos de Vida y esperanza, al profesor de música, a la señora protectora de su intelecto en la capital de provincia,  y tomando el barco a Palma de Mallorca, donde estaba una de las mecas de la literatura de aquel tiempo: la de Papeles de Son Armadans y su grupo, con Camilo José Cela, poeta y narrador; Antonio F. Molina, poeta postista-surrealista y pintor; Cristóbal Serra, surrealista a la inglesa, con sus poemas en prosa y aforismos eléctricos; Robert Graves, con su pasión por la narración y por los mitos.

En ese mundo se cuece el verdadero arte de Beneyto. Surrealismo, pintura, poemas en prosa, fragmentos, relatos, novela. Beneyto recoge y resume las principales líneas del ambiente mallorquín de entonces. Escribe y pinta, como muchos postistas y surrealistas. Descoyunta la realidad. Fernández Molina, sobre todo, será su maestro en surrealismo. Sería Molina, precisamente, quien le pondría en contacto con Alejandra Pizarnik. Desde Palma de Mallorca da otro salto: Barcelona.

A finales de los sesenta llega Beneyto a la Ciudad Condal, buscando otras referencias poéticas, narrativas y pictóricas, pero sobre todo una vía promocional: Barcelona se había convertido uno de los centros neurálgicos de convergencia entre la literatura hispanoamericana y la española, sobre todo, una gran impulsora del mundo editorial. En Barcelona, tras una breve estancia en la c/ Marqués del Campo Sagrado (San Antonio),  acabó eligiendo el Barrio Gótico, el más vivo y típico de la localidad, para vivir. Y desde ahí entró en contacto con toda la literatura y arte del momento: críticos de arte, poetas, novelistas, cineastas, pintores, periodistas, actores, actrices y personajes curiosos de todo tipo. Cirlot, Brossa, Marsé, Perucho, Goytisolo, Vázquez Montalbán, Tharrats, Gil de Biedma, Manuel Andújar,  Arnau Puig, Joaquín Marco, Javier Lentini, Corredor-Mateos, Josep M. Cadena, J. Vallés Rovira, Ricardo Senabre, Pere Gimferrer, Luis Alberto Cuenca, José Mª. Nunes, Cortázar, Patti Smith, Allen Ginsberg, fueron algunos de ellos.

Benyto en el Rte. Schilling
Antonio Beneyto en el Restaurante Schilling (Barcelona)

Pero Beneyto se mezclaba, también, sobre todo, con las tendencias beat, hiperrealista, neosurrealista y contracultural: Raúl Núñez, Esteban Sanz,  Bolaño, Mario Lafont, Ocaña, Macario… Y con otros más jóvenes: David Castillo,  Juan Bravo, J. L. Giménez Frontín, Bruno Montané, Albert Tugues, Enrique Granell, Juan Manuel Bonet, Ricard Ripoll, Carmen Borja, Neus Aguado, Carlota Caulfield, Francesc Cornadó, Tesi Rivera, Tomás Paredes, Isabel Navas Ocaña, Raúl Herrero,  Silvia Rins, Gemma Ferrón,  Roser Amills, Adriana Hoyos, Esther Lapeña, y un largo etcétera, pues se trataba con gentes de todas las edades y tendencias.  Y él mismo tenía esa imagen contracultural, de hippie, en aquel momento  -cercano al mayo del 68-  con su melena negra y sus barbas fluviales a lo Demis Roussos. Así entraba y salía en el café La Ópera o los locales Bar London, El ascensor, el Paraigua, o el Zurich. Y otros espacios de uno y otro lado de Las Ramblas. Ese fue el momento en que lo vi y le seguía con mi amigo Mario Lafont –su doble colombiano: poeta y pintor, defensor de Lautréamont-. Beneyto en las Ramblas, Beneyto en las callejuelas celestinescas del Gótico, Beneyto en su estudio de la calle Còdols.

Se comportaba como un escritor hispanoamericano, y se reunió con muchos de ellos: hablaba de Marcelo Covián, de Oscar Collazos, Severo Sarduy, Norberto Gimelfarb, y otros varios. Hablaba del mundo funambulesco, del onírico, del tabernario, del culinario, del artístico y del festivo. Entonces, lo vi, lo oí, pero veinte años menor, para él, seguramente yo no era más que un imberbe o el aprendiz que iba por allí, un estudiante de poesía. Luego me dediqué a mis estudios y a mis clases y le perdí la pista tanto a él como al mismo Lafont.

Fue veinte años después, ya doctorando, cuando estudiaba a Juan-Eduardo Cirlot, cuando realmente entré en contacto con él, por recomendación expresa de A. F. Molina, que me dijo: “En Barcelona,  deberías conocer a… ¡Antonio Beneyto!”. Carmen Borja me acercó de nuevo a él en el bar Cervantes. Ahora ya en un plano de igualdad. Desde entonces ya nos vimos con frecuencia, y en ocasiones varias veces a la semana. Beneyto siempre hablaba de su mundo, de sus conocidos, de su ambiente. De sus viajes, de sus amores perdidos, de sus libros.

Sentía una especial atracción por Polonia, país a donde viajó en ocasiones, y donde contactó con escritoras como Wislawa Szymborska y Ewa Lipska, incluso hizo una antología de la poesía polaca y fue filmado por la televisión de aquel país como ejemplo de creador postista. Cuando iba a Polonia, pasaba la frontera como pintor, porque los escritores eran sospechosos. En cierta ocasión, me llamó apenado porque había muerto una gran amiga suya polaca, de la que tenía una foto colgada en su estudio. Con Polonia están relacionados también algunos momentos de sus diarios.

Óleo del pintor polaco Mirek Sikorski

También le atraía el ambiente de New York, la urbe, a donde viajó en más de una ocasión: la New York de personajes populares, la New York de las misteriosas mujeres negras, la New York del jazz, del góspel, del cine, de Woody Allen. La New York que reflejaba la diversidad, como sus barrios barceloneses, el Gótico y el Raval (siempre iguales y siempre cambiantes). Sobre New York también escribió un libro: Còdols en New York, que me ofreció a prologar, porque sabía que mi abuelo paterno pasó años allí, y porque yo aparecía como personaje, “el poeta de los cabellos azules”, creo que me decía. Beneyto salía y entraba en Barcelona, e iba a otras ciudades, y a veces con el viaje proyectaba un libro.

Semejante fue también su aventura parisina: la que canta en Eneri desdoblándose, la historia de un amor efímero que se acaba en Cardona. El viaje era una huida. Pero era también una resurrección: cuando viajó a New York en los noventa, yo le dije: “Beneyto, vas a New York a buscarte”. No se había perdido, pero necesitaba un respiro. Un respiro o una transición. Otras veces las rutas eran más cortas: de Cataluña a Cataluña, por ejemplo; o de Cataluña a Albacete, con motivo de los premios Barcarola; o de Cataluña a Madrid, por las ferias de arte y los libros. Y en otras ocasiones viajaba por amor. O desaparecía para todos los conocidos. Y es que Beneyto era hábil como un mago para aparecer y desaparecer, lo que le producía tanto gozo, como a los amigos inquietud.

Aparte de ello, Beneyto, necesitaba la fuerza de amor para escribir. Y entonces escribía, escribía y escribía. Ocultaba sus historias bajo nombres raros, aunque por los anagramas se las descubríamos. Así, detrás de Airun, una pasión tormentosa, desvelábamos Núria; como detrás de Eneri desvelábamos Irene. Del mismo que Alcebate escondía Albacete. Y a es que  Beneyto le gustaba vivir en anagrama. La magia. A Beneyto le gustaba llevar los nombres al espejo y verlos del revés. Torcerlos. Muchas obras suyas se generaban así.

Beneyto Odisea Cultural
Els Còdols i la meva Airun_1998

El amor, o mejor, el erotismo, le servía de acicate para vivir y crear, como a Lope de Vega. Recuerdo cómo me llamaba con una sintaxis alucinada y entrecortada y me iba leyendo los poemas escénicos de Tiempo de quimera, a medida que los vivía y los escribía, hasta que se terminó. Yo le propuse llamar a ese libro, al modo de Bukowski, Tiempo de follar, pero una importante poeta –B. A.– se lo quitó de la cabeza diciendo: “como lo llames así, a mí no me hables más: ponle Tiempo de Quimera”. Y así salió, aunque se lo prologué –por dos veces-. Tiempo de quimera. ¡Qué bonito! Como muchos de sus amores. Una obra de eros: casi un guion de un film, que estuvo a punto de convertirse en película de Bigas Luna. La experiencia de eros fluyó por otras obras suyas; una de ellas fue la novela El subordinado -que yo llamaría La amante-: una pobre historia de amor furtivo entre un casado y una camarera emigrada; otra, el Diario del artista suicida, que comienza en la nostalgia y sigue con un eros tórrido, cercano a Henry Miller. Pero es sobre todo en su obra plástica y escultórica, donde lo dionisíaco y erótico cruza como un rayo desbocado, a veces; y otras con una coloración más delicada; y en otras ocasiones, también, con tanto dramatismo, que la sangre parece brotar al lado de las tintas negras, sobre el fondo blanco, hueso o marfil.  Ya dije una vez, que en Beneyto todo lo que no era Postismo –juego, fulgor surrealista, imagen descoyuntada- es eros.  Y en ese sentido es de los postistas y filopostistas –Ory, Arrabal, Lapeña- que mejor han tocado la vena de Eros.

El arte de Beneyto tiene una vena realista o realista tremendista, también, al principio, como ocurre en sus primeras novelas y libros de viaje: El subordinado, Una gaviota en la Mancha, o la Habitación, ejemplos de un cierto neorrealismo oscuro hispánico.  Pero a partir de cierto momento el que domina es el Beneyto, creador postista, que es el recogido en la antología artística del mismo nombre y en la mayor parte de la antología literaria El retorno de Antonio Beneyto. Es decir,  en lo que él llama “textos”, en la escritura (Los chicos salvajes, Algunos niños, empleos y desempleos de Alcebate, Cartas apócrifas, Textos para leer dentro de un espejo morado, Còdols en New York, Un bárbaro en Barcelona, Tiempo de Quimera); “objetos postistas”, en las esculturas;  y “obras” (nunca las llamaba cuadros), en la plástica. En esas producciones se nota la incidencia de los manifiestos del Postismo, de Ory-Chicharro, fundamentalmente, en lo que se refiere al juego, la imagen, la parodia, el aire funambulesco, la euritmia, la invención, la locura inventada, los aires goyescos y carnavalescos –culto al disparate-, cierto festival dionisíaco y festivo.

Pero, además, Beneyto, al contrario que otros postistas, que abandonaron pronto la tendencia, como dice Joaquín Marco, él se mantuvo fiel hasta el final. Y desde ese punto de vista es uno de los de más larga vida y trayectoria filopostista, tanto en su escritura como en su pintura y su escultura. Teniendo en cuenta que el Postismo, no está tan alejado del grupo Dau al Set, de Cataluña, Beneyto tampoco era un extraño en Barcelona. El arte de Beneyto así, se instaura en esa delgada línea que hay entre la realidad y la imaginación, que le permite mantenerse, sin caer a ninguno de los dos lados. Irracionalismo lírico llamó Cirlot a su pintura en los setenta. Postismo ha llamado él a su arte siempre. Y a sí mismo se ha definido como un “creador postista”. Poliédrico, sí –poesía, pintura, relato, micro relato, novela, diario, ensayo, escultura, cerámica-, pero postista.

A su lectura esencial de los textos de Ory-Chicharro y A. F. Molina, suma Beneyto también su pasión por Macedonio Fernández, Juan-Eduardo Cirlot, Lautréamont, Brossa, Cortázar, Pizarnik, Michaux, Serra, un reducido grupo de nombres que aparecen en Textos para leer dentro de un espejo morado, especie de poemas en prosa, y en Escritos caóticos, ensayos que lo confirman en la tendencia artística imaginativa, mágica y a veces visionaria. Por otra parte, tenía también su especial mitología de mujeres artistas, a las que rendía homenaje: Nina Hagen, Alejandra Pizarnik, Karoline Von Günderrode, Leonora Carrington, Remedios Varo, Valentine Penrose, Nicole Kidmam, Patti Smith.

Antonio beneyto
La Bitxa. Catálogo de homenaje a Lautréamont

Pero hay otro Beneyto, que es el difusor de obras ajenas, primero desde su posición de director-editor de los cuadernos La Esquina, donde publicó plaquettes como las de Cirlot –Del no mundo– o Pizarnik –Nombres y figuras-, y luego como antólogo en otras editoriales, especialmente de relatos, como Manifiesto español o una antología de narradores, o Narraciones de lo real y fantástico, pero también de poemarios, como la antología de Alejandra Pizarnik, El deseo de la palabra, que salió en Ocnos (Barral Editores), y otros textos como Dos letras   –cartas de Alejandra Pizarnik-, siendo el primero en introducir la obra de la escritora argentina en España, como detallé en Poéticas del Origen (Huerga y Fierro). Luego continuó también su labor desde otras entidades como la Asociación de Escritores (ACEC) y la revista Barcarola, hasta retomar su trabajo de director de una colección en March Editor, con “Biblioteca íntima”, donde salieron una veintena de obras, entre ellas algunas de Joan Perucho, Pizarnik, Javier Tomeu, o la propia Pizarnik. Sin olvidar su libro Censura y política en los escritores españoles. Una labor que ejerció con pasión.

El último Beneyto se dedicó también a la recopilación, reedición y recuperación de obra propia, tanto plástica como escrituraria, a animar a los nuevos filopostistas, y a atender amigos y admiradores, o a dar cortos paseos, lo que le permitieran sus fuerzas, dejando preparadas algunas obras, que no le permitió ver salir el Covid, que se lo llevó el pasado octubre.

La obra de Beneyto sigue viva en los libros ya mencionados, pero también en otros,  como Porta d´elles i Port d´Hades / Heros y Thanatos en los libros de Rull (La Plaquetona Vilamarins), Los cuerpos Imaginarios, Pinturas /esculturas negras, y en los vídeos esenciales, donde también hizo de actor, como en Beneyto desdoblándose y Amphitrite dans Rull, mientras que una visión crítica sobre su obra es la que se da en el monográfico de Barcarola núm. 78  (2012), Beneyto, hacedor poliédrico (Cine. Literatura. Pintura), que coordiné.

La antología literaria de Beneyto se recoge en el libro El retorno de Antonio Beneyto, que selecciona muestras de todas sus épocas, así como un largo apéndice de exposiciones y publicaciones. El título de este libro, pensado para después,  se complementa con una portada con dos planos: el Beneyto vivo, abajo, a la izquierda, que piensa y alza la mirada reflexiva al Beneyto muerto, arriba, a la derecha, que pesa como una losa: fotos que se hizo imaginándose así, para un tiempo futuro: el retorno tras de su desaparición. Imagen para después. Para ahora. Aunque la muerte nunca le dijo nada. Lo que le fascinaba era vivir; y luego el suicidio, sobre todo, de los escritores, porque era voluntario y no forzado, libremente elegido. Y por no sé qué halo mágico que tiene desde el Romanticismo, y Beneyto, aunque lo disimulaba, en el fondo era un mitómano, un romántico.

El último viaje que Beneyto quería hacer era a Madrid, para acompañarme a mí a presentar mi libro del Postismo –Poéticas del caos  donde él tiene un capítulo. Pero le importaba un comino lo que decía el libro: el viaje era una excusa para ver de nuevo una mujer, a quien apenas había conocido, y de la que se había enamorado platónicamente. Aunque ella nada sabía. Su nombre seguramente lo habría escrito Rehtse. Cuando anulé el viaje por la pandemia, no dijo nada pero se puso triste. Entró por entonces en flojera física. Y poco a poco se fue apagando. No murió de amor, como tampoco se suicidó. Era demasiado vitalista. Le importaba la vida. Tal vez cuando feneció, solo, en una clínica, de covid, tuvo un recuerdo para ella: nunca volvería a Madrid.

 

Jaime D. Parra

 

Jaime D. Parra (Almería, 1952). Doctor en filología por la Universidad de Barcelona, ciudad en la que reside desde 1973. Realizó su tesis doctoral sobre Juan-Eduardo Cirlot y se ha centrado, en especial, en las creaciones experimentales, la escritura de Cirlot, la poesía de mujeres y el mundo de los símbolos. Es autor de ensayos y antologías como La simbología (2001), El poeta y sus símbolos (2001), Las poetas de la búsqueda (2002), La poesía otra de Barcelona (2004), Místicos y heterodoxos (2003), Poesía in-versa (2018), Poéticas del origen (2019), Claves de simbología (2019), Poéticas del Caos (2019) y Poesía bajo sospecha (2020), que siguen siendo la base de su actividad ensayística y axiológica. En poesía ha escrito, expuesto o publicado obras como Contrición bajo los signos (1978), Poemas gráficos (1994), Huellas vacías (2005), Escolium (2007) o Dominós aperturas: Integral de Á má zú lat (1975-2015). En la actualidad dirige varios ciclos de lecturas poéticas en Barcelona, como Radical 3 y Bajo sospecha, y se ocupa de obras de creación y nuevos textos.

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Texto/Imágenes: Los textos e imágenes incluidas en este artículo han sido facilitadas a Odisea Cultural por Jaime D. Parra para su uso exclusivo en este medio y están sujetas a derechos de autor.

 

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