La dualidad jerárquica en Esparta: luces y sombras de una polis (des)mitificada, por Tamara Iglesias

Hay dos cosas de las que los historiadores solemos huir despavoridos: los usuarios de redes sociales que postulan teorías sobre el origen interplanetario del Antiguo Egipto y las películas contemporáneas que usan el contenido histórico como excusa para contar una historia surrealista o manipulada, al gusto del consumidor.

A ver, no me entendáis mal: no es que no disfrutemos del noble arte cinematográfico, o que no nos guste debatir con personas que dan más veracidad a un discurso paranormal que a uno probado científicamente (de hecho nos encanta saber qué piensa la gente y por qué), pero es que a veces la inabarcable red comunicativa nos regala errores de contextualización dignos de un desmayo.

Ese fue mi caso, por ejemplo, con la película «300» de Zack Snyder que, por cierto y para quien no lo sepa, se basa en los cómics de Frank Miller y no en la narrativa histórica fidedigna; teniendo esto presente, traté de eludir escenas como la patada de Leónidas al mensajero persa o el hecho de que se mantuviera la figura de los éforos pero se ignorase la monarquía dual.

portada 300
Portada del cómic «300», de Frank Miller.

Sin embargo, casi tuve un síncope cuando los espectadores comenzaron a tratar esta producción como una prueba historiográfica indiscutible, lo que terminó provocando una oleada de interferencias entre las creencias lacedemonias y la arenga audiovisual del famoso director. Así que, con intención de romper esta cadena, hoy os hablaré de dualidad espartana.

Para empezar quiero deciros que la primera singularidad en su formación, y que marcó su carácter aguerrido, fue la anexión constante de territorios entre el siglo IX a.C. y el VIII a.C.

De hecho una de sus últimas y más famosas conquistas fue el sur de Laconia, cuyos habitantes recibieron el nombre de heilotes (que significa literalmente «capturados»); obligados a adaptarse a su nueva situación como siervos sin derechos (la castellanización del término dio lugar al vocablo «ilotas» que seguramente habrás oído más a menudo) fueron testigos de cómo sus familias eran incluidas como parte de los klaroi (lotes de tierra a disposición de la venta y compra espartana) e impelidas a entregar parte de su producción mensual a su nuevo «señor».

Mapa Batalla Termópilas
Mapa Batalla Termópilas

Este punto es muy importante porque marca la diferencia con el resto de los griegos (veáse el caso de los atenienses) quienes disponían de esclavos a quienes se les privaba de toda libertad; en el caso lacedemonio podríamos decir, a grosso modo y simplificándolo mucho, que el sistema es más feudal que esclavista (pues existe la posibilidad de darle la libertad y plenos derechos al ilota convirtiéndolo en un neodamodes) y enlaza a los participantes entre sí exigiéndoles que adopten sus respectivas posiciones sociales; por ejemplo, al homoioi («hombre o mujer de pleno derecho») se le exigía una syssitia (un tanto por ciento de la producción que recibía) para el Estado, y fallar a este compromiso conllevaba la pérdida de los derechos políticos y el descenso a la categoría de hypoméiones («inferior») desde la que difícilmente se podía ascender.

La compleja organización patrimonial era gestionada por las mujeres, que no renunciaban a sus deberes públicos ni al entrenamiento (a diferencia de las atenienses que, en cuanto tomaban el mando de la casa como esposa del dueño, quedaban reducidas al espacio de su gineceo).

Seguramente esta información pueda haceros creer que los espartanos eran un ejemplo de igualdad e integridad, pero tal idea se desvanecerá al mencionar la Krypteia, una masacre anual en la que los lacedemonios liquidaban a todo ilota que encontraban como medida preventiva para evitar sublevaciones; imagino que ahora entenderéis por qué las encantadoras maneras de Gerard Butler para con su pueblo no encajan con la realidad histórica, ¿verdad? Eso sí, también quiero aclarar que no todas las polis colonizadas por los espartanos corrieron la misma suerte: por ejemplo, en Mesenia o Arcadia los nativos recibieron el estatus de periecos, pudiendo servir en el ejército como hoplitas o incluso hacerse ricos e influyentes en sus propias comunidades a pesar de no tener derechos políticos reconocidos.

Y precisamente en lo que a política se refiere, el complejo entramado gubernamental de Esparta no tuvo comparación, a pesar de que la Historia haya precisado su favoritismo hacia Atenas o Roma. A diferencia de la película, lo cierto es que el poder monárquico se disputaba entre dos familias, los Agíadas y los Euripóntidas, que decían descender del héroe Heracles (más conocido como Hércules debido al sincretismo romano); incapaces de llegar a un acuerdo por el trono, terminaron co-reinando y asimilando el papel de comandantes del ejército.

La victoria de un rey y la demostración de su coraje significaban un punto a su favor para ganarse el apoyo de los éforos, un cuerpo de cinco magistrados que delimitaban el poder monárquico para evitar corrupciones; he aquí una pausa para aportar un dato curioso: los homoioi tenían prohibido ejercer actividades productivas o estar en posesión de oro y riquezas, ya que creían que una vida ascética los alejaba del vicio y prevenía el emponzoñamiento de su ciudad.

Éforos en el cómic "300" de Frank Miller.
Leónidas consulta a los éforos. Cómic «300» de Frank Miller.

Ocurría lo mismo con los móthakes, hijos bastardos de los homoioi que si bien no tenían el mismo estatus que sus progenitores debían mantener la austeridad si deseaban alcanzar su lugar como ciudadanos de pleno derecho tras el entrenamiento en la agogé y la prestación de servicios al Estado. Por eso la escena de corrupción de los éforos con el oro persa en la película de Snyder resulta muy interesante.

Pero continuando con el régimen político, tras los reyes y los éforos se encontraba la gerusía, un consejo de 28 ancianos mayores de sesenta años (que nada tiene que ver con la asamblea que se nos presenta en la película) elegidos según su sensatez y capacidad militar; de ellos dependía la propuesta y promulgación de leyes, el enjuiciamiento de ciudadanos que hubieran incurrido en actitudes deshonrosas y el derecho a veto.

Y llegamos al plato fuerte, porque sin duda el hecho que promovió la imagen del valeroso espartano con cierto aire furibundo, fue el ejército. Como todos sabréis (pues esta es una de las pocas partes que la leyenda no ha alterado excesivamente) Esparta aseguró su superioridad militar por medio de una férrea educación en la agogé, que comenzaba a los siete años y terminaba en torno a los catorce o quince; durante ese tiempo, tanto los niños como las niñas eran entrenados en diversos ejercicios físicos (atletismo, lucha y caza) pero también en materias culturales como la música, la danza, la lectura o la escritura.

agogé 300
La agogé en el cómic «300» de Frank Miller.

El objetivo de esta formación era crear a ciudadanos volcados en la grandeza y protección del Estado, y fue por ello que no se hicieron excepciones de género, (por mucho que Miller nos presentase el toque morboso de las cabezas rapadas y el himatión carmesí). La eugenesia es otro tema que merece ser comentada, pues si bien ha sido demostrada la obsesión de los lacedemonios por alumbrar hijos sanos que sirvieran a la defensa, conquista y gloria de la polis, lo cierto es que muchos historiadores y arqueólogos (entre los que me incluyo) coinciden en que no hay pruebas concluyentes de esta práctica fuera de lo escrito por autores de ciudades rivales (cuya palabra es evidentemente susceptible de duda y crítica).

Centrándonos ya en el ejército, hay que decir que resultó el pilar fundamental en la vida social de los ciudadanos; estaba compuesto principalmente por la falange de infantería (aunque en algunos casos como en la guerra del Peloponeso se llegó a emplear la caballería ligera de manera auxiliar) destacando los hippeis: 300 individuos excelsos en el manejo de las armas entrenados para luchar junto al rey como soldados de élite.

Su presencia ha llegado a nosotros algo distorsionada gracias al personaje de Leónidas (cuarto hijo del rey Agíada Anaxandridas II) y la batalla de las Termópilas, cuya narración helénica dio lugar al cómic «300» y posteriormente a la adaptación cinematográfica. La realidad tras la leyenda no es ni mucho menos decepcionante: para empezar, a la contienda acudieron los 301 espartanos de pleno derecho, 900 ilotas y/o periecos (que no han sido contabilizados por no ser considerados hombres libres), 700 tespios, 400 tebanos y 1000 focidios.

Batalla de las Termópilas en el cómic «300» de Frank Miller
Batalla de las Termópilas en el cómic «300» de Frank Miller

La misión de todos ellos, que había sido aceptada previamente por el consejo espartano a pesar de que el oráculo de Delfos predijera la muerte de uno de sus reyes («la tierra de Lacedemonia llorará la muerte de un rey de la estirpe de Heracles»), consistía en retener a los persas el tiempo suficiente para que la flota griega llegase al estrecho de Eubea, una tarea nada sencilla teniendo en cuenta que Jerjes contaba con la ayuda de un autóctono: Demarato, rey espartano de la dinastía Euripóntida que había sido depuesto tras abandonar al co-regente Cleómenes en Eleusis.

La cantidad de anécdotas recogidas sobre esta lidia es innumerable y obviamente saber cuáles fueron reales y cuales invención de los bardos sería una tarea casi imposible; de entre las más famosas, quisiera mencionar la lapidaria respuesta de Leónidas cuando se le conminó a la deposición de las armas («Ven a buscarlas tú mismo») o el burlón comentario de Dienekes cuando animó a sus camaradas diciéndoles que «La enorme cantidad de flechas del ejército persa haría que luchasen al fresco de la sombra».

Pero por desgracia, poco se comenta sobre cómo terminó esta historia cuando Jerjes, desesperado viendo que sus tropas no avanzaban, decidió apostar a arqueros en lo alto del desfiladero, asaetando tanto a sus enemigos como a sus propios hombres enzarzados en batalla; para ahorrarme detalles escabrosos, os resumiré el final diciendo que los griegos perdieron a 2.000 hombres, los persas sufrieron 20.000 bajas y la cabeza de Leónidas fue puesta en una pica para horror de todo el pueblo helénico, que tomaría luego el recuerdo de su valerosidad como impulso para vencer en Salamina, Platea y, finalmente, Mícala.

Fotograma de "300". Muerte de Leónidas.
Fotograma de la película «300». Muerte de Leónidas.

Como podéis constatar, Esparta se ha convertido en un compendio de leyenda y realidad que unos adoran y otros detestan, reconfigurando constantemente el discurso sobre su forma de vida o sus grandes momentos en la Historia Clásica.

Por mi parte, quisiera animaros a que reviséis las quimeras y mitificaciones de esta polis, porque sólo así podréis crear un balance proporcional que os acerque a la realidad de la capital de Laconia, donde todo soldado debía volver a casa o con su escudo en el brazo o con su cuerpo sobre él.

 

Tamara Iglesias

 

Tamara Iglesias (Galicia, 1991). Graduada en Historia del Arte, ha centrado su actividad profesional en la docencia y la divulgación histórica por medio de conferencias para
colectivos pedagógicos y culturales, así como por una asidua colaboración en diversos magazines entre los que destacan Culturamás, HA!, OCésarONada, Acento Cultural y MoonMagazine, entre otros. Comisaria de exposiciones para museos, centros y asociaciones culturales en localidades de España e Italia (la más reciente “Intraimpresionismo” de A.Tellería), despunta su participación  en múltiples investigaciones, especialmente la de M.Uzuaga sobre sogueados protoindoeuropeos y la de H.Ochoa respecto al comercio mediterráneo durante la Edad Media. A partir de disciplinas como la estética del arte, la heurística anacrónica y la historiografía heteróclita creó los términos del “supra” y la “idiosis”, referenciados en sus publicaciones y sobre los que actualmente se encuentra investigando. Escritora por vocación, publicó “O gato negro” en 2005 en un volumen monográfico llamado “Cousas do Catelao”, un trabajo narrativo que continúa en una serie de novelas que (de momento) no están a disposición del lector.

 

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