PALABRA DE ARGONAUTA – José Luis Cubillo Fernández

Palabra de argonauta regresa a Odisea Cultural con dos relatos de José Luis Cubillo Fernández (Madrid, 1959), ilustrados con obras de distintos artistas internacionales (Jeremy Geddes, Drew Young, Dan Voinea, Nigel Van Wieck y Susan Sykes). Al final de esta entrada, os recordamos las bases para colaborar en esta sección de narrativa. Sin nada más que añadir, queridos lectores, disfrutad de esta selección de textos inéditos.
Drew Young

 

EL SUCESO

Lo primero que he hecho por la mañana ha sido comprar el periódico. Lo he abierto por las páginas de sucesos, he buscado… No venía. He buscado en las páginas de local. Tampoco venía. He revisado ambas secciones otra vez enteras por si se me había pasado en algún recuadro en cualquier esquina de cualquier página. No he encontrado ninguna mención. He leído el periódico entero minuciosamente con idéntico resultado. He comprado otros periódicos pero tampoco lo recogían. He estado atento a todos los informativos de todas las cadenas de radio y televisión pero por ninguna parte nadie lo ha insinuado siquiera.

Le vi por primera vez anteayer al atardecer. A veces me asomo al ventanal del salón de mi casa a ver pasar la gente y los coches por el paso elevado que está enfrente a escasos metros. En ocasiones la gente se para allí arriba. Hay una bonita vista de las vías del tren pasando por debajo para irse a perder a lo lejos entre los edificios de la ciudad. También se puede ver un jardín en el que los chiquillos juegan con su alegre guirigay. Él estaba parado allí arriba, cerca de la barandilla. Era delgado y vestía informal. De su hombro colgaba un pequeño macuto. Por lo demás no tenía ningún rasgo que le hiciera destacar. Pero me llamó la atención, no sé por qué, tal vez por su forma de estar allí, o por su manera de mirar, bien distintas a las de otras personas.

Ayer por la mañana me levanté temprano, casi al amanecer. Subí la persiana del ventanal y medio cegado por el sol que me daba de frente pensé que era un muñeco. Estaba con la cabeza ladeada, como si se hubiera quebrado el cuello, y  giraba a cámara lenta sobre sí mismo a izquierda y derecha mecido por una sutil brisa. Tardé en darme cuenta de que se trataba del mismo hombre que me había llamado la atención la tarde anterior. El macuto estaba en la barandilla del paso elevado.

Pensé en llamar a la policía pero antes de que me moviera ya venía un coche. Casi a continuación fueron llegando una ambulancia del Samur, los bomberos, y otro coche de la policía. Los bomberos instalaron unas cuerdas que colgaban por la barandilla hasta él. Luego esperaron un buen rato. De vez en cuando le miraban.

Pasada una media hora – el Sol se había desplazado en el cielo y me dejaba ver con mayor nitidez -, llegó una furgoneta oscura con una luz azul en el techo. De ella bajaron unas tres o cuatro personas, entre ellas una mujer. Se asomaron por encima de la barandilla para ver al hombre y la mujer dijo algo a sus acompañantes. Estos, a su vez, hablaron con los demás. A continuación un par de bomberos descendieron por las cuerdas hasta el hombre, le pusieron un arnés, y otros bomberos y los policías tiraron de él hacia arriba.

Drew Young

Con el hombre ya depositado en el suelo del paso elevado una de las personas que había llegado en la furgoneta se puso unos guantes y estuvo durante un buen rato inspeccionando sus ropas. Luego observó todo su cuerpo, el cuello, los brazos, las piernas, el abdomen, la espalda. Cuando acabó lo taparon con una manta y tal como habían llegado pero en orden inverso se fueron marchando todos: La furgoneta azul, la ambulancia, los bomberos y uno de los coches de policía. Sólo se quedó el otro coche de policía.

Como otra media hora más tarde llegó una furgoneta de los servicios funerarios. Al hombre le metieron en una bolsa y luego lo introdujeron en la furgoneta. Se marcharon. El coche de la policía también se marchó. No tardaron en aparecer los primeros paseantes de la mañana con periódicos y barras de pan bajo el brazo.

Esta tarde, después de comprobar que ni en los periódicos ni en los informativos se mencionaba nada del suceso, he preguntando a los vecinos y a la gente del barrio. Nadie ha visto nada, nadie ha escuchado nada, nadie sabe nada. Tengo la curiosidad de saber quién era esa persona, por qué lo hizo, qué pensaría su familia, cómo ésta se enteraría. Estos interrogantes quedarán sin respuesta.

Comienza a anochecer. Las madres recogen a sus hijos del jardín y se los llevan a casa. Voy a prepararme la cena. Mañana tengo que madrugar y he de acostarme pronto.

Nigel Van Wieck

LA FIESTA

– ¿Te falta mucho? -preguntó mi mujer.

– No, ya acabo – contesté.

Estaba en la bañera, sumergido en el agua caliente, cubierto de espuma, deslumbrado por la luz del baño que rebotaba en los baldosines blancos, escuchando el cadencioso concierto para oboe de Mozart. Frente a mí había un gran espejo en el que me reflejaba. Me pareció ver alrededor de los ojos unas líneas extrañas. Me acerqué para observarlas mejor. Eran una especie de surcos divergentes que iban de los ojos hacia las sienes. Seguramente llevaban allí mucho tiempo, pero no me había fijado hasta entonces. Debían de ser el principio de lo que llamaban «patas de gallo». También observé que de las aletas de la nariz surgían sendos surcos profundos que a modo de paréntesis bajaban hasta casi las comisuras de la boca. Del pelo qué decir. Cada día me resultaba más difícil peinarme porque no podía juntar un número suficiente de cabellos como para doblegarles en una dirección o crear alguna forma presentable. Me tumbé de nuevo en la bañera. La barriga sobresalía del agua como una isla desierta.

Pensé que debía hacer ejercicio. Unos días atrás llegaba tarde a la oficina y cuando iba a coger el autobús se puso en marcha. Corrí tras él cuanto pude pero no le alcancé. Las piernas no me respondían. Era como si mi cerebro quisiera correr más de lo que ellas daban de sí. También me faltaba el aire. A los pocos metros no me quedó más remedio que pararme y estuve un buen rato intentando recuperar el resuello entre toses. De joven eso no me ocurría. Podía correr tras los autobuses cuanto quisiera. Los perseguía casi de una parada a otra y me subía a ellos de un brinco. Este tipo de contrastes eran los que te golpeaban en la cara haciéndote despertar al tiempo que había pasado en tu vida sin que lo apreciaras.

Susan Sykes

Llamaron a la puerta de entrada a casa. Mi mujer abrió, saludó con respeto a los visitantes y los hizo pasar al salón. Después vino hasta el baño.

– Han llegado tus padres – dijo -. ¿Sales ya?

– Enseguida – contesté.

Se marchó de vuelta al salón.

Cuando era joven pensaba que al llegar a este momento de mi vida habría conseguido una serie de objetivos, como por ejemplo tener una estabilidad económica, un trabajo con el que me sintiera realizado y por el que los demás me valorasen, un buen piso, amplio y luminoso, bien situado, en el que poder instalar a mi familia y vivir en paz el resto de la existencia, etc. Pero de estos y algunos objetivos más no había alcanzado ninguno a plena satisfacción. Para lograrlos había luchado con gran esfuerzo cada uno de los interminables días de todos los años de mi vida, mas con la perspectiva del tiempo pasado tenía la desconcertante sensación de que ese inmenso montón de días que juntos formaban tantos años se habían esfumado todos a un tiempo, en un suspiro, por puro capricho, dejándome una amarga y traicionera sensación de haberlos desperdiciado lamentablemente. Por más explicaciones que buscaba – y en esto empleaba gran parte del día y de mis energías -, no encontraba una a por qué mi trayectoria vital había discurrido por derroteros opuestos a mis deseos. Quizá lo más saludable para mi mente sería asumir con resignación la realidad, que era yo en la bañera, mirándome reflejado en el espejo, con el peor aspecto que nunca había tenido, en una permanente crisis económica sin visos de solución, en el mismo puesto de trabajo de siempre, ya sin apenas posibilidades de ascender porque los que venían detrás eran más listos, estaban mejor preparados, tenían «más experiencia» y además estaban dispuestos a trabajar más por menos,  y sin que mis jefes me valorasen pues me conocían demasiado y siempre lo nuevo creaba más expectativas. Había conseguido, pese a haber intentado por todos los medios justo lo contrario, convertirme en un anónimo ciudadano más, desconocido hasta para mí mismo, y al que la implacabilidad de la vida había aplastado sus sueños juveniles. Hasta entonces había ascendido una montaña hasta el punto más alto que pude lograr y en adelante sólo me quedaba dejarme caer por la cuesta abajo.

Llamaron otra vez a la puerta y mi mujer fue a abrir de nuevo. Saludó a los visitantes con efusión y jolgorio. Luego los acompañó hasta el salón, los unió con mis padres – de nuevo profusión de abrazos, besos y «¿qué tal estáis?» – y vino hasta el baño.

– Ha llegado tu hermano y tu cuñada con los niños -dijo-. ¿Cuándo vas a salir?

– Me seco y voy para allá -contesté-.

– No sé qué haces ahí tanto tiempo. Te metes en el baño y parece que te duermes…

No estaría mal dormirse, pensé. La bañera comenzaba a enfriarse. Abrí el grifo para que saliera el agua muy caliente y enseguida mi cuerpo comenzó a coger temperatura. El espejo se empañó. Las notas del concierto para oboe se prolongaban en el tiempo, se estiraban y se estiraban elegantes como volutas de humo, luego hacían unas graciosas filigranas y desaparecían por encanto como pompas de jabón. Me podía quedar allí para siempre.¿Para qué salir?, me preguntaba. En ningún sitio  iba a estar más confortable como en aquel baño-útero.

Jeremy Geddes

Volvieron a llamar una vez más a la puerta. Pensé que podían dejarla abierta para que pasara la humanidad entera. Mi mujer saludó con profusión de besos y abrazos a las nuevas visitas. Deberían de ser unas seis o siete personas. Luego las llevó al salón donde se saludaron con las visitas anteriores: Más besos, más abrazos, más «¿qué tal estáis?». Calculé cuánto tardaría mi mujer en volver al baño. Aposté por unos cincuenta y cinco segundos. Comencé a contar. A los cuarenta segundos ya oía sus pasos encaminándose hacia mí. A los cincuenta se detenía ante la puerta.

– Han venido mis padres y mis hermanos -dijo-. ¿Vas a salir de una vez, o voy a tener que entrar a por ti?.

– Me peino y salgo -mentí, pues seguía en la bañera, sin gana ninguna de ver a mi familia.

– Está bien. Voy a poner los aperitivos. Te esperamos.

No entendía por qué la gente se empeñaba en celebrar días como aquél. Para mí eran más bien deprimentes, destinados al olvido. Animados, les oía hablar de mí en el salón. Me llegaban palabras sueltas, fragmentos de frases que yo completaba porque les conocía tan bien como a mí mismo.

Preguntaban a mi mujer por mí. Ella me excusó con habilidad intentando ganar tiempo. Alguien, cualquier gracioso, comenzó a hacer bromas sobre mí. Los demás le rieron la gracia. Entonces se envalentonó y siguió con las bromas cargándolas de mordacidad. Otros se animaron y le siguieron con las suyas propias, aún más mordaces, en una competición absurda. Comenzaron a reclamarle a mi mujer mi presencia. Ella, viendo que la situación podía escapársele de las manos, vino al baño a por mí.

– O sales de una vez – dijo nerviosa -, o vendrán a sacarte ellos mismos.

Les oí que comenzaban a dirigirse hacia el baño gritando entre bromas, con la empatía ridícula de los que se saben pertenecientes a un mismo grupo: ¡Que salga ya, que salga ya!

-Ya están aquí – dijo mi mujer apremiándome a que tomara una decisión de una vez -. No voy a poder hacer nada para detenerlos. Sabes cómo son.

Llegaron hasta el baño. Les oía al otro lado de la puerta, esperándome como lobos, y el «que salga ya», «que salga ya», lo salpicaban con comentarios pretendidamente graciosos sobre lo que, según ellos, significaba ese día  para mí.

Me supe perdido. Mi resistencia era por completo inútil. No podía contrarrestar aquella fuerza familiar que me reclamaba. Podía dar por satisfecho mi acto de rebeldía anual.

– Acabo de peinarme y me echo un poco de colonia – dije para ganar unos minutos ante el imparable empuje de amor familiar que amenazaba con desbordarse si yo no aparecía de inmediato -. Salgo enseguida.

Con dolor tenía que abandonar mi refugio-baño-útero. Apagué el casete, salí de la bañera y en un suspiro me sequé, me vestí y me peiné. Luego respiré profundamente, esbocé una sonrisa de oreja a oreja, me armé de valor y salí.

Me recibieron con una traca de chuflas y jaleos.

– ¡Muchísimas gracias por venir! – dije con énfasis y ceremonioso.

Como una sola voz comenzaron a cantarme el «Cumpleaños Feliz». Hacía cuarenta años que había venido al mundo, aunque todavía no sabía muy bien para qué.

Drew Young

SOBRE EL AUTOR: JOSÉ LUIS CUBILLO FERNÁNDEZ (MADRID, 1959). Director, guionista y escritor. Diplomado en Cinematografía (Guión y Dirección). Sus relatos han sido publicados en diferentes revistas literarias de España, USA, Argentina y México. Autor del libro inédito Y si no está aquí, ¿dónde está?. Ganador del premio a la mejor idea original en el Festival Global Motion Picture Awards (USA) en 2018.

SOBRE LA RESPONSABLE DE PALABRA DE ARGONAUTA: ANA PATRICIA MOYA (CÓRDOBA, 1982). Estudió Relaciones Laborales y es Licenciada en Humanidades por la Universidad de Córdoba. Ha trabajado como arqueóloga, bibliotecaria, documentalista, etc. Actualmente, se busca la vida como puede y dirige el Proyecto Editorial Groenlandia. Su obra más reciente es  La casa rota (Versátiles Editorial). Sus textos aparecen en distintas revistas y antologías literarias; también ha obtenido algún que otro premio por sus despropósitos lírico-narrativos. Eterna finalista.

Más relatos y autores en la sección Palabra de argonauta

Bases para participar en Palabra de Argonauta (convocatoria permanente):

1) Se aceptarán una selección de relatos, cuentos, microrrelatos, etc, hasta cuatro páginas máximo, sean inéditos o no, publicados o no, en distintos medios. El formato de los archivos será DOC o DOCX. En el mismo archivo, deberá incluirse una pequeña bibliografía (que ocupe menos de un folio). No se considerarán textos pegados al cuerpo del mensaje. También se aceptarán todo tipo de géneros temáticos.

2) No se aceptarán borradores, textos sin corregir, con faltas de ortografía o fragmentos de novelas.

3) El nombre del archivo que tendréis que remitir de manera adjunta será TEXTOS Y BIO DE (vuestro nombre y apellidos a continuación). Ejemplo: TEXTOS Y BIO DE PATRICIA BRAVA.doc.

4) Se remitirán al correo de la encargada de la sección: yosoyperiquillalospalotes@gmail.com, con (IMPORTANTE) el asunto: «SECCIÓN ODISEA CULTURAL». 

Dan Voinea
 

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.