ARCADIO PARDO: SU INCESANTE Y SINGULAR OBRA (I parte), Por Amador Palacios

 

«Como punto de partida, la poesía de Arcadio Pardo se origina en una especie de desasosiego, en una tensión extrema del espíritu, fruto de la cual es un lenguaje encendido, único en la poesía actual. Desasosiego que sólo se aplaca con la palabra poética, con esos poemas que –se dice a sí mismo el autor- “te apaciguan algún tiempo”. De ahí la necesidad incesante de escribir, de llenar la angustia con palabras, a lo largo de una vida.»   Isabel Paraíso

 

Arcadio Pardo es un poeta entusiasta. Este año cumple 92 años y sigue componiendo. Es un poeta que, por edad, podría estar adscrito a la llamada Generación del 50, aunque no puede estar en ella por circunstancias de residencia y por su independiente posición estética. Según él mismo declara a la prensa, ha llegado exultante a tan provecta edad, “en pleno gozo de la vida, sintiendo la majestad de la existencia”.

El hecho de que a partir del inicio de la década de los años 50 haya vivido en Francia, dedicado a la docencia, casado con una profesora francesa, le haya, digamos, perjudicado para difundirse fluidamente en España, su situación no es nada desalentadora. Él mismo sabe que, a pesar de todo, no es un poeta desconocido. Y también él mismo manifiesta tener la ilusión de que su obra no se extinga con él sino que perdure en el tiempo.

Desde 1946 ha ido publicando, paulatinamente, su poesía. En 2018 aparece su poesía completa en Buenos Aires, incluyendo en ella un nuevo título, Presente y cercanías del presente.

En todo momento, su obra poética ha sido siempre innovadora; su última poesía, en palabras de su estudiosa, autora de una tesis doctoral sobre la creación poética de Arcadio Pardo, está dotada de una “febril actividad” que va en paralelo con el dinámico pensamiento del autor.

Aunque alejado tanto tiempo de España (a la que siempre, no obstante, ha regresado con frecuencia) –ahora vive en Chaville, al lado de París, solo, teniendo muy cerca a sus hijas, hace poco enviudó-, Arcadio Pardo participó en movimientos de la poesía española. Con Luis López Anglada y Manuel Alonso Alcalde, fue en 1946 fundador en Valladolid (aunque nació en el País Vasco, Beasáin, 1928, es vallisoletano, de padres castellanos) de la revista Halcón.

Y ha colaborado en las más señeras revistas literarias españolas e hispanoamericanas del momento, aún estando en España, y también cuando residió fuera de ella: Proel, Espadaña, Verbo, Poesía Española, Garcilaso, Rocamador, Cántico, Bahía, Árbol de Fuego, Atlántica, Campo de Agramante, etc.

Como indica su estudiosa antes citada, en el sosiego de la lectura individual de su obra, una lectura que sea dinámica y espontánea, se revelan poderosamente los grandes valores de su poesía. El propio Arcadio considera que su primer libro con cierta calidad es Soberanía carnal, donde destaca, como precisa Matía Amor, una notable “reverberación acústica” y un marcado “vigor lingüístico”.

Ya residiendo varios años en Francia, cuando publica Soberanía carnal, al poeta se le presenta el problema de querer preservar su idioma, como expone Jaime Siles, que también vivió muchos años en Austria, intensificando entonces lo que Siles define como “fonación”, que nítidamente exhibe este poema de Soberanía carnal:

Blanco sucio el rebaño ante la casa
pasa y cascabelea.
la brisa montañesa y fría pasa
sobre el polvo de cal, sobre la brea.

El niño oye balidos y ve lana
y las cabras cornudas
que olfatean nerviosas la mañana
brillantes y barbudas.

El niño es hijo mío, y osaría
decir que, como el niño,
hay un prodigio en la mañanería
mío de paz y desaliño.

La cara del pastor es de corteza.
La ley es el cayado.
Casi animal ostenta su rudeza.
Patriarca destronado.

Mi hijo mira ahora el cabeceo
campanil que se aleja.
A transhumancia huele y pastoreo,
a cuero de zurrón y mucha oveja.

Hacia el Somport también la pata escala
de tan manso conjunto.
A ras del suelo el nubarrón resbala,
tan lejano y tan junto.

Hierba menuda pero hierba sana
de altura y montañesa,
silvestre muerde el diente en la mañana
hierbas silvestres y silvestre fresa.

Más alta que los montes la humareda
la cañada cabría no avisa,
y ahora chirría un carro y una rueda
raja, aguda, la brisa.

En otro poema de este mismo libro, ya se hace uso de recursos que posteriormente Arcadio Pardo va a emplear en abundancia, como es el caso de alterar las categorías gramaticales, poniendo sustantivos en la función del adjetivo: “tiempo río”, “tiempo caverna pedernal”, “lecho caja”, “madre niña”, “noche piedra”…

La crítica señala que la creación poética de Arcadio Pardo tiene a inclinarse a reflejar la realidad de un modo lo más sui generis que queramos, y muchas veces en apoyarse en elementos culturales, bien artísticos bien históricos bien geográficos, etc. Estos dos elementos están presentes en el poema “Nido de golondrinas en el establo”:

La viga del establo oculta un nido,
hogar de pluma negra golondrinas,
de estío a estío vienen, van; morada
fugaz de soles de verano, nido
de golondrinas siempre renovadas,
aparecéis conmigo y con las mieses,
a la hora en punto de mis junios claros,
hacia los mismos robles seculares,
hacia el mismo tejado envejecido,
al abrigo del heno y los mujidos,
desde la arena luminosa de África,
de los brillantes oasis de Nigeria
hasta el rumor verano de mis hijos,
incansable sorpresa de mis ojos,
clamor de Tilh en África enredado,
renacer golondrinas del establo,
os esperaba en este julio verde
de maíces y atlánticas mareas,
veros entrando en el establo oscuro,
auroras del desierto en nuestras vigas,
en estival retorno algarabía,
volved largos estíos a estos valles,
júbilo de mis hijos clamorosos,
trashumante y fecundo griterío,
compañeras también, oh golondrinas.

Este poema, en el que domina una muy fuerte esticomitia, pertenece al libro Tentaciones de júbilo y jadeo, publicado después de un silencio de 14 años tras la aparición de Soberanía carnal. La aliteración del título se contagia, también en jota, a muchos versos del libro. Otros poemas lucen aliteración en ce, otros en be. Ha de notarse en éste, y en su verso decimotercero, una alteración categorial llamativa, tomando el sustantivo “verano” como adjetivo en el sintagma «rumor verano».

Cuando en España se edita, en 1977, su libro En cuanto a desconciertos y zozobras, una poesía religiosa, o paisajística, o meditativa, había dejado de ser en el panorama general nacional. Arcadio Pardo retoma estos temas con la fuerza de su dicción poética, concebida como una realización fónica completa en cada verso.

En la conversación que mantiene con Dios, sólo usa las mayúsculas en los nombres: Dios, Padre, pero no en los pronombres; detalle conversacional para evitar la convencional plegaria (“Días y noches son tu andar, tu ritmo. / Precipitados, y nos das tu júbilo”). Un diálogo muy humano, exigente y protestatario con Dios tiene lugar con mucha fuerza en el poema “Dejados de tu mano”:

Ahora sí que nos tienes
dejados de tu mano,
estamos fuera del redil que es tuyo,
vamos sin pastos y sin sal, tenemos
ya tanta oscuridad que nunca damos
con el sendero que tú sigues,
palpando las paredes malheridos,
de verdad malheridos y tocados
por las sombras sin término,
fuera de tus fronteras,
al otro lado de tus montes,
en la jaula feroz del desconcierto,
en la zozobra de los días negros,
esperando un abril que no se anuncia,
esperando las hierbas que no brotan,
que las aguas se alejen de esta orilla,
que se alce el pecho de esta tierra,
dejados de tu mano en este invierno
en que tu soplo es apetencia,
oteando por los montes tu regreso
hasta nuestras paredes arruinadas,
hasta nuestra humildad que se derriba,
casi gritando contra ti Dios mío,
en rebelión ya casi en el desierto,
ya casi con las piedras en las manos,
ya casi ahogados en tu mano, Padre,
en tu terrible mano poderosa.

Es importante subrayar que en este poema, como en el transcrito anteriormente, no hay ningún punto seguido, señal de que aquí la intención del poeta es conformar un robusto continuum en el mensaje. La devoción que siente el, sin duda, católico Arcadio Pardo hacia Dios y su reino, se confunde con el paisaje y los objetos relacionados con la tierra, resultando una cierta visión panteísta que luego va a desarrollarse en un notable avance.

Con En cuanto a desconciertos y zozobras se va cerrando una segunda etapa de la obra poética de Arcadio Pardo, según clasificación de María Eugenia Matía, quien la califica como etapa de transición, cargada de “reflexión religiosa y metapoética” explayada en un “tono discursivo, intimista y de ritmo atenuado”. Hasta aquí, afirma otra estudiosa de Arcadio Pardo, Isabel Paraíso, su escritura se constituye en “libros plásticos, cuajados de imágenes expresionistas y lenguaje hermosamente duro”.

Con el libro Poemas del centro y de la superficie, publicado en 1991, se cierra otra etapa de la poesía de Pardo, que Matía llama etapa de madurez, caracterizada por una “ampliación argumental y originalidad en las impresiones”.

Este libro, informa Isabel Paraíso, “es una larga reflexión del poeta sobre su amor a España, su patria madre, de la cual se encuentra tan alejado desde hace tantos años. También, secundariamente, nuestro autor se interroga sobre el instrumento que posibilita su reflexión: la escritura poética.

Por eso el libro consta de dos partes: la primera, de 21 poemas, plasma su problemática filial con España, y en la segunda, de 11 poemas, su problemática con la escritura”. En toda la obra de Arcadio Pardo se revela la conjunción de dos fundamentales intereses poéticos: la forma, basada en una recalcada dicción, y la sed por el desarrollo del conocimiento. Y la nostalgia por España y el dilema de la escritura se insertan en esos dos fundamentos centrales de su poética.

En esta fase de su trayectoria, Arcadio Pardo ya se abre a una experimentación lingüística que va a caracterizar su poesía posterior, consistente en una diferenciación de vocablos que transforman su uso convencional, mudando la función de las categorías gramaticales, como ya llevamos dicho, centrándose en las partículas pronominales e inclinándose por un uso predominante del artículo neutro (“la infancia me fue mí”, “lo mis muertos”).

Se da también un atractivo empleo de la nominalización que, en el sistema, sólo forzadamente admite el artículo o adjetivo posesivo (“hallar la huella de tu aquí”). Esto está llevado al extremo en este par de versos del poema “Nueve”: “Cada escalón lo sú, / cada sú es otro lo”, donde las partículas finales de cada verso se convierten en una especie de sustantivos abstractos concebidos como grandes, aun difusos, resúmenes conceptuales.

En Poemas del centro y de la superficie, y en su primera parte, se establece el dilema de la nostalgia de España versus el presente del poeta en la tierra francesa, más el anhelo de otras bellas tierras; todo ello en la interrogante, sin resolver, concerniente al sitio donde prefiera morir el poeta. Añorante en el poeta es de España predominantemente su visión: su paisaje, su clima. Desde luego que está mejor en la democrática Francia, o viajando cuando puede por el mundo; pero añora intensamente a España, “amanecida / acurrucada en la memoria”, “futuro en penumbra”.

El poema “Dieciséis” es un intenso ofrecimiento de amor a España, un amor incondicional centrado en un rincón de la Meseta:

El mundo son dos palomares,
y el valle del Esgueva y un recodo
a la entrada del pueblo.

La hora temprana todavía, y
nosotros, el camino, el palomar.

Y el otro palomar algo más lejos,
puesto en la misma tierra,
en igual línea que nosotros y
el palomar primero.

El eje somos y la dimensión
del mundo:
tres centros, núcleos tres de la existencia.
Nos y los palomares. Incipiente

calor también de la mañana. Sol.
Lo solar que se viene y anexiona.

Y hasta el barrunto de un otoño que
doblega hierbas, hace el campo más
profundo, más lejano.
Esto es el cenit y es la cima,
centro del sueño, corazón del cosmos.

La dimensión es la mirada:
del palomar redondo a lo sin lindes,
de lo lejano al palomar redondo.
De lo redondo a nuestras manos
que se enlazan y aprietan como para
captar la perfección,
retener esta cima,
y así poder cantar con nuestras pobres
mojadas arizónicas de allá.

En el último poema, “Y otro once”, de la segunda parte y del libro, se identifica el poema con el mundo. Antes (“El poema está fuera, como el viento, / como el calor y los vestidos; / es lo que te rodea y te acompaña, / pero está fuera y es lo otro”) ya había afirmado que el poema es una cosa distinta a uno, adhiriéndose así a la justa creencia de que el poema no es exclusivamente comunicación, sino fundamentalmente conocimiento, dotado de una autonomía que lo independiza totalmente del tema que lo abriga:

En los trazos que escribes está el mundo.
En estas rayas verticales que
vienen una tras otra como el trote,
como el jadeo o la respiración.

Y se te viene el mundo hasta los dedos
si cuentas uno a uno los asombros;
o si el pie sigue al pie y andas y avanzas
por la calle, la nieve, la tamuja.

Y otros ejemplos que no das por no
acarrear la sangre y las campanas,
o el sueño que abre y cierra maravillas
para atarte a los ritmos.

Porque el mundo es el trazo, la escritura,
el respiro del pecho, la venida
del sueño, el lento despertar:
el cosmos es cadencia.

Que nos penetra, nos diluye en sí,
nos incluye en el flujo de los días,
nos sumerge en su cántico:
somos el coro en la cantata. Y

al fin, el río, la montaña,
lo amor, lo claridades,
lo siendo, lo emanado, lo emanante,
se desmenuza y rumorea, hasta

cobrarse en ritmo, serse en movimiento,
para venir a estas heladas de ahora
a trazar lo solar unos momentos
y seguir esperando.

En palabras de María Eugenia Matía, estos poemas “interesan especialmente por la variedad de su retórica (rica, enigmática, simbólica y muy original) y por su ajuste a la introspección sentimental o intelectual que persiguen, tanto en las imágenes de su expansivo mundo bipar como en la consustanciación en el Tiempo único”.

Arcadio Pardo y Carlos Edmundo de Ory
Arcadio Pardo y Carlos Edmundo de Ory

Arcadio Pardo y Carlos Edmundo de Ory cultivaron durante muchos años una intensa amistad. Tantas veces Arcadio arrancaba su coche y se dirigía, en un par de horas, a Amiens, para visitar a su entrañable Carlos en su “cabaña”.

De Ory escribe sobre la poesía de su amigo afirmando que sus poemas revelan “la tensión, el ardimiento cristalizado, la emotividad envasada en ritmo modélico, en belleza escrita”.

 

Reseña y selección de poemas por Amador Palacios

Próxima entrada ESPECIAL en Marzo– ARCADIO PARDO: SU INCESANTE Y SINGULAR OBRA (II parte)  por Amador Palacios.

 

Amador Palacios (Albacete, 1954) es poeta, traductor y crítico. Ha sido fundador, consejero o director de diversas publicaciones. Colaborador en numerosas revistas de literatura y suplementos literarios. En la actualidad es crítico de “Artes y Letras” de ABC y colabora asiduamente en las revistas FronteraDCampo de AgramanteOdisea Cultural y Oropeles y Guiñapos. Miembro del consejo asesor de la Fundación Carlos Edmundo de Ory y uno de los principales estudiosos del movimiento postista. Becado durante varios años consecutivos por la Fundación Calouste Gulbenkian de Lisboa, es traductor de importantes poetas portugueses y brasileños (Cesário Verde, Camilo Pesanha, Miguel Torga, Casimiro de Brito, Lêdo Ivo y Vinicius de Moraes, entre otros). Miembro de la Real Academia Conquense de Artes y Letras (RACAL). Ha compilado sus estudios sobre la vanguardia poética española en diversos volúmenes. Biógrafo de los poetas Ángel Crespo, Gabino-Alejandro Carriedo y Dionisio Cañas. Su poesía ha sido recogida en 2018 en la antología Las palabras son nocivas, publicada por la editorial Pregunta de Zaragoza.

 

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