A la memoria de José Hierro, por JR Crespo

José Hierro fotografía Alberto Schommer

DE REPENTE, LAS PALABRAS

(Publicado originalmente en el número 9 de la revista El Cobaya, Ávila, 2003. Número especial dedicado a la memoria de José Hierro)

No intentaré escribir un artículo crítico sobre la obra de José Hierro pues, como él mismo dejó dicho en Elementos para un poema: «(…) los cirujanos de la estética, del formalismo, del estructuralismo, sajan, separan y analizan para demostrar lo que está claro: que el poeta es aquel que dice más de lo que dice (significantes y significados); que las palabras cautivan antes de que captemos su sentido.» (Agenda).

Además, creo sinceramente que mi intento de «explicar lo que está claro» no añadiría nada nuevo a los numerosos y eruditos estudios que, sobre su obra, son el mundo.

En cambio, dejad que os cuente una historia; intentaré relatar cómo me cautivaron las palabras de José Hierro…

 

«EN-CUENTO»

Antes de nada, debo confesar que llegué tarde a su obra. Podemos añadir, además, que fue un encuentro casual.

Yo iba en Metro a una entrevista de trabajo. En el asiento de enfrente encontré una antología poética. Allí descubrí los versos de José Hierro; la sencillez de su expresión hizo que mis sentidos y sentires se zambulleran de lleno en el misterio de lo cotidiano.

No recuerdo muy bien el instante preciso en que leí uno de los poemas que más me han emocionado, aquel titulado Lope, la noche, Marta; pero debió de ser entre Gran Vía y Atocha.

Ahí estaba la Noche, «(…) entra sin hacer ruido», convertida en negrura «(afuera deja sus constelaciones)», convertida en todas las noches posibles. No es la noche física, pero también es ella. Es la Noche personificada que viene a pedir cuentas y que lo sabe todo «pasa las páginas de sombra / en las que todo está ya escrito». Quiere algo que sólo el poeta y Ella conocen, quiere «lo de todas las noches; / si no, por qué habría venido.»

Ahí estaba Lope de Vega, hecho carne y lágrimas, rindiendo cuentas a la Noche que, deslumbrada por la claridad que emana de las palabras, tiene que entornar los ojos. El amante calla al llegar a la puerta de la iglesia, quiere salvaguardar su secreto «(…) entraría conmigo / si no me callase, si no me detuviera». A continuación, confiesa su secreto; pero lo hace para sí, en una reflexión atormentada «(…) En la misa del alba / no dije Agnus Dei qui tollis pecata mundi, / sino que dije Marta Dei (ella es también cordero de Dios / que quita mis pecados del mundo)». El poeta siente (sabe) que la Noche no puede comprenderle.

Marta es, en su ceguera física y espiritual (« no vive ya en el mundo nuestro»), lo que el amor no puede ser ya para Lope-Hierro: inocencia («no sabe que el pecado es de los dos»).

Al levantar la vista descubrí que me había pasado de estación. Maldije al poeta y la poesía. Mientras caminaba hacia el andén contrario, vi que aún llevaba el libro bajo el brazo, quise tirarlo pero, no pude resistir la tentación de volver sobre aquellos versos.

La Noche, convertida en los miedos y la soledad de Lope-Hierro, lo sabe todo «antes que yo lo diga, antes que yo lo sepa». Conoce las burlas que, sobre su amada y él corren de boca en boca, sobre todo las de cierto «malaleche del Andalucía» que va envenenando los oídos con unos versos: «Dicho me han por una carta / que es tu cómica persona / sobre los manteles, mona / y entre las sábanas, Marta». Ese amargado se atreve a hacer mofa de Marta «amor mío, resumen de todos mis amores», sin saber «lo que es amor». Marta es el último amor de Lope y es, además, la esperanza de Lope-Hierro, igual que la Noche son sus miedos y su soledad.

No sé cuánto tiempo estuve parado en medio del pasillo, sin sentir a la gente que pasaba a mi alrededor; sumido, no en pensamientos, sino en una especie de ensoñación brumosa. Veía con los ojos de Lope-Hierro a Marta ciega escuchando la música que trae la noche, que es como el polvillo de las alas de las mariposas «mientras barre el suelo que no ve / manchado de ceniza, de aroma de trigo candeal / de jazmines, de estrellas, de papeles rompidos». Lo acompañé en sus tareas cotidianas: regar el jardín, decir misa… Sentí la tristeza de su alma (Deus meus, Deus meus, quare tristis est anima mea). Después dimos de cenar a Marta, la aseamos, la peinamos…

De regreso, mientras el vagón devoraba la distancia, confesé a Marta. Luego le conté «aventuras de olas, de galeones (…) / de lo que fue y que no fue / y que pudo ser mi vida».

Una vez en mi estación de destino, dejé el volumen sobre el asiento. Quise que otros ojos quisieran que Marta abriera los suyos verdes para poder oír el mar.

 

JR Crespo

 

J.R CRESPO (MADRID, 1972). Licenciado en Historia. Poeta, narrador y redactor. Es autor del poemario Tras los muros del silencio (Editorial Libros de Umsaloua, 2014). Sus poemas, relatos y artículos aparecen en distintas publicaciones (Revista El Erizo Abierto, Revista El Cobaya, Revista Mombaça, Odisea Cultural, Entropía, etc) y antologías literarias (Vigilia poética: Solsticio de Verano, Centro de Poesía José Hierro, 2003; Agua, símbolo y memoria, Ediciones Slovento, 2006, etc). Actualmente, dirige un taller literario en Alcobendas. Más información sobre el autor en su blog “Los delirios de El Rey Peste”.

 

 

 

José Hierro fue un destacado poeta español nacido en Madrid en abril del año 1922 y fallecido en la misma ciudad en diciembre de 2002. Pasó su infancia en Santander donde años más tarde le pilló la Guerra Civil, que ciertamente repercutió en su vida. Fue encarcelado varias veces y después de ser liberado en 1944, trabajó en varias revistas y tuvo varios oficios hasta establecerse en Madrid, donde inició una larga carrera como escritor, jalonada por numerosos premios y distinciones entre los que destacan: Premio Adonais 1947, Premio Nacional de Literatura 1953, Premio Nacional de la Crítica 1957, Premio Príncipe de Asturias 1981, Premio Nacional de las Letras Españolas en 1990, Premio Reina Sofía 1995,  Premio Europeo de Literatura Aristeión 1999, Premio Cervantes de las Letras 1999, Doctor Honoris Causa de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo 1995, y Miembro de la Real Academia de la Lengua desde 1999.

Aparte de su labor poética, también se especializó desde muy joven en la crítica de cuadros. Entre su extensa obra, destacan los poemarios «Tierra sin nosotros», «Alegría», «Con las piedras, con el viento» y «Cuaderno de Nueva York»; los ensayos «Problemas del análisis del lenguaje moral» y «Reflexiones sobre mi poesía»; y la novela «Quince días de vacaciones».

Fotografía @Alberto Schommer

 

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