Miguel Torga: 110º Aniversario de su Nacimiento, por Amador Palacios

Torga frente a su máquina de escribir

Miguel Torga comienza su extenso Diário, recorrido en 16 volúmenes, el 3 de enero de 1932, fechando en Coimbra la primera entrada. Aún, mas por poco tiempo, es estudiante de medicina en la celebrada universidad portuguesa, miembro de la “república” (que es como llaman en Coimbra a las comunidades estudiantiles) Estrela do Norte. El 6 de febrero de ese mismo año escribe: “Paso por esta Universidad como perro por viña vendimiada. Ni yo reparo en ella, ni ella repara en mí.” Pero al año siguiente ya es médico, precisando en la entrada del 8 de diciembre de 1933: “Médico. Según la tradición, apenas el bedel dijo que sí, que los profesores consentían que yo recetase lavativas a la humanidad, conocidos y desconocidos me rasgaron la ropa de arriba abajo. Sólo se salvó la capa.”

Años antes Torga ya se había introducido en la vida literaria, iniciando en 1929 colaboración en la revista conimbricense Presença, que había sido fundada en 1927 por José Régio, João Gaspar Simões y António José Branquinho da Fonseca y que abanderaba el movimiento modernista portugués. En Presença publica varios poemas (“Atitudes”, “Baloiço”, “Inercia”, “Remendo”, “Balada da morgue” y “Compenetração”), aunque en 1930 rompe con esta importante publicación. De inmediato, Branquinho da Fonseca y él, “a quienes la literatura esteticista de Presença ya no contentaba”, lanzándose “a la busca de nuevos rumbos”, como escribe su hija Clara Rocha (Revistas literarias do século XX en Porgugal, Imprensa Nacional / Casa da Moeda, Lisboa 1985), fundan la revista Sinal.

Años más tarde, en 1936 y en unión de Albano Nogueira, dirigiría la revista de arte y crítica Manifiesto, que para Clara Rocha es “una contribución para la afirmación de una literatura ‘humanista’, de un arte interesado en el hombre en cuanto ser social”. Pero en esos inicios aún firma con su verdadero nombre (Adolfo Correia da Rocha), como “Adolpho Rocha”, y con este semiseudónimo también aparecen sus cuatro libros de poesía: Ansiedade, Rampa, Tributo y Abismo (todos en edición de autor, arraigada costumbre suya, salvo Rampa, acogido al sello de Presença) y su libro de cuentos Pão Ázimo, antes de titularse como médico. Su genuino nombre “de guerra”, adoptado en 1934 al publicar su libro en prosa A terceira voz, vendría dado como sentido homenaje a tres referencias muy significativas para él: Miguel, por los admirados y disconformes autores españoles Miguel de Cervantes y Miguel de Unamuno (algún que otro divulgador, entre ellos su traductora Eloísa Álvarez, también apunta a Miguel de Molinos), y Torga, por una planta bravía que se muestra en su tierra, que es capaz de gestar, enraizada entre piedras, unas discretas florecillas de color vinoso, y que responde a la denominación norteña del llamado urce, brezo de la familia de las ericáceas; este delicado y resistente vegetal fue elegido por nuestro escritor en razón de su sencillez y su belleza.

Cervantes, Unamuno y Torga. Ilustración de J. Abel Manta
Cervantes, Unamuno y Torga. Ilustración de J. Abel Manta

Miguel Torga había nacido el 12 de agosto de 1907, en el seno de una humilde familia campesina, en la aldea de São Martinho de Anta, freguesia perteneciente al concelho de Sabrosa, en el distrito de Vila Real, y ubicada en la septentrional región portuguesa de Trás-os-Montes, en el nordeste portugués. Su primer destino como médico precisamente fue en su aldea: “Aquí estoy enterrado en montes hasta las orejas, recetando jarabes y leyendo el Comércio desde la cabecera hasta el último anuncio.” Es a partir de 1941, habiendo trabajado en otros lugares, como Vila Nova o Leiria, cuando establece su residencia en Coimbra, en el nº 32 de la Estrada da Beira, abriendo consultorio de otorrinolaringología en el nº 45 del Largo da Portagem; consultorio que no cierra hasta 1992, estando ya muy enfermo, donando el instrumental quirúrgico al Hospital de la Misericorcia de Arganil, donde operó durante años, y el mobiliario a la Junta de Freguesia de su pueblo.

A los diez años la familia le envía a una casa burguesa de Oporto, donde vivían unos parientes, para ejercer de pequeño criado regando el jardín, bruñir metales, atender a los timbres. No duró más de un año en ese empleo, en el que ganaba 15 tostones, no más de unos pocos reales; abandono debido a su constante resistencia a ser sumiso en ese rol de infructuosa servidumbre. Sus pobres padres, Francisco Correia Rocha y Maria da Conceição Barros, intentan dar una salida al futuro de su hijo y el pequeño Adolfo ingresa en 1918 en el seminario de Lamego, aunque pronto le ha de advertir a su progenitor que “não seria padre”, es decir, que no iba a ser cura.

Al poco, en 1920, un rico tío suyo se lo lleva a Brasil a trabajar en una hacienda que poseía en Santa Cruz, en el estado de Minas Gerais. De sol a sol, siendo el “último en acostarme y el primero en levantarme”, como declara, sin descanso en domingos ni en festivos, realiza muy diversos quehaceres, desde cuidar del ganado a barrer los patios, atender al público que acudía a comprar, ir a buscar el correo al pueblo o asegurarse de que a la noche estuviesen bien cerrados los portones. Aunque al final de su estancia, en 1924, su tío lo matriculara en el instituto de Leopoldina, en Minas Gerais, la convicción del pequeño Adolfo de querer ser doctor, hizo que el tío le pagase los estudios en Coimbra para ser médico, estando muy agradecido por los esforzados servicios prestados durante un lustro por el sobrino. Por su parte, nuestro poeta reconoció que “siempre he amado a Brasil, fue mi segunda cuna, lo siento en la memoria, lo llevo en el pensamiento.” Agradecimiento expresado en el discurso que Torga pronunció al recibir el Premio Camoens, reproducido en el XV volumen del Diário, en la entrada del 10 de junio de 1989 (aniversario de la muerte del genio más representativo de Portugal), fechada en Ponta Delgada, en la isla de San Miguel de las Azores, donde se efectuó la entrega del máximo galardón (como nuestro Premio Cervantes) de las letras portuguesas. De Brasil regresa en 1925. En sólo tres años completa los tres ciclos del bachillerato y en 1928 queda apto para ingresar en la Universidad.

Miguel Torga con su mujer Andrée Crabbé
Miguel Torga con su mujer Andrée Crabbé

La obra de Miguel Torga se reparte entre el género narrativo (cuentos y novelas, además de su libro lírico-descriptivo Portugal), el teatral, el autobiográfico (novela autobiográfica y diarios) y, naturalmente, el poético. Después de la publicación del libro Poemas Ibéricos (1965), trasladado primeramente al español (mucho antes de la traducción realizada por Eloísa Álvarez, que salió en Visor en 1998) por su pionera traductora Pilar Vázquez Cuesta -dicha traducción fue publicada en Madrid por el Instituto de Cooperación Iberoamericana en 1984-, la poesía de Miguel Torga queda ya únicamente esparcida en su extenso Diário.

Poemas Ibéricos es una colección que glosa mitos y paradigmas peninsulares, desde incorpóreos como la tierra, el mar, la raza o el fado, hasta cruciales personajes ibéricos, tanto de ficción, caso de Don Quijote y Sancho Panza, como reales: Viriato, El Cid, Inés de Castro, Cortés, Loyola, Santa Teresa, Camoens, San Juan de la Cruz, Don Sebastián, Cervantes, Goya, Unamuno, Picasso, Pessoa, García Lorca y otros. Torga visitó España varias veces, “de forma más o menos demorada una docena de veces”, como informa María Victoria Navas en su trabajo Miguel Torga viajero por España: La mirada portuguesa sobre las ciudades y pueblos españoles. Lo cierto es que sus referencias españolas están presentes en varias de sus obras, y más profusamente en el Diário, en una de cuyas entradas, fechada en Salamanca, se lee este curioso párrafo: “Por más que me esfuerce no consigo disociar de la impresión urbana de Salamanca la imagen impostada de Unamuno [referida al busto del pensador que se exhibe en las escaleras de la Universidad]. En España, lo humano configura todo. El espíritu encarna en Don Quijote; el antiespíritu en Sancho Panza. Cristo se pudre en Palencia, concretamente cadavérico. Las propias ciudades acaban por tener un rostro de gente. Trujillo, el de Pizarro; Medellín, el de Cortés; Toledo, el del Greco; Ávila el de Santa Teresa; Soria, el de Machado; Granada, el de Lorca; Valencia, el de Ibáñez. Un rostro heroico, fanático, místico, lírico, sensual o sensorial, que otorga personificación a la fiebre física dispersa en sus calles, la fiebre metafísica enclaustrada en sus conventos, la fiebre telúrica del escenario que las rodea.”

La última entrada del Diário, en el volumen décimo sexto, fechada en Coimbra el 10 de diciembre de 1993, a poco más de un año de su muerte, acaecida el 17 de enero de 1995 por un cáncer muy penoso -de cuyo proceso el poeta da cuenta, sin detalles escabrosos, y muy humana y líricamente en el último volumen del Diario- y precedido, años antes, por unas serias crisis cardíacas, esa entrada final está ocupada enteramente por el estremecedor “Réquiem por mí”:

 

Aproxímase el fin.

Y tengo pena de acabar así,

En lugar de naturaleza consumada,

Ruina humana.

Inválido del cuerpo

Y tullido del alma.

Muerto en todos mis órganos y sentidos.

Largo fue el camino y desmedidos

Los sueños que en él tuve.

Mas nadie vive

contra las leyes del destino.

Y el destino no quiso

Que yo me realizase como porfié,

Y cayese de pie, en un desafío.

Río feliz yendo a desaguar

Al mar,

Y, en el largo océano, eternizar

Su esplendor torrencial de río.

 

Si de Torga sólo se hubiese conservado este diario redactado a lo largo de más de sesenta años, sin mucho riesgo podríamos reconstruir su esplendente trayectoria literaria, pues esta larguísima obra atesora todas las claves de su tan precisa prosa y su tan ancha poética. El gran carácter del Diário es el poderoso testimonio que exhala, tanto en sus incontables entradas prosísticas como en la considerable cantidad de piezas poéticas que incluye (unos 700 poemas). La crítica señala unas temáticas dominantes en la obra de Torga, aplicables todas ellas a los trechos en prosa y verso del Diário, y que consisten en resaltar la problemática religiosa, el amor por la tierra, la desesperación humana (centrada en su condición de médico, subrayando esa impotencia de no poder salvar siempre a sus pacientes) y el conflicto de la creación en el alma del escritor. El 7 de noviembre de 1934 en Vila Nova escribe ante el fatal desenlace de un niño:

«Un médico ni siquiera puede llorar. Sólo puede tocar el bracito delgado y frío, comprimir la arteria inerte y quedar unos segundos apretando los dientes. Después salir sin decir nada. ¿Quién encontrará una palabra para estos momentos? Una palabra que un médico diga a esta madre, que entregó a la vida un hijo vivo y recibió de la vida un hijo muerto.»

Él fue muy consciente de la gran significación, determinante, que la sociedad otorga a un médico aplicado a su ejercicio; en Coimbra, el 11 de noviembre de 1937, con ese estilo sentencioso que, en pro de una escritura escueta, y en ocasiones acusadamente elíptica, es muy característico de Torga, escribe: “Un médico no es para el enfermo lo mismo con bata que sin ella. Y no es por la sensación de limpieza que el color blanco sugiere. No. Es el simple prestigio del hábito, que, a la postre, hace al monje.” Otras veces se siente hastiado de las servidumbres que le sirve la rutina de su profesión unida a un determinado comportamiento social, como refleja en Vila Nova el 10 de febrero de 1935: “No puedo. Pasar la vida así, jugando a la brisca con el párroco, levantándome a las tantas de la madrugada para ir a ver a un enfermo a Gandramás, oyendo y contando historias de caza el resto del tiempo, valga yo lo que valga, es un destino que no merezco.” En otra ocasión, estando en Coimbra, cuenta, el 26 de octubre de 1936, cómo un muchacho le llamó para que socorriera a su novia:

«Una noche yo caminaba helado por una calle adormecida de la Baixa [zona en la parte baja de Coimbra tradicionalmente habitada por comerciantes y artesanos] y una voz afligida me llamó. Era un pobre muchacho que tenía a la novia hacía dos horas desmayada, y pretendía que la volviese a la normalidad, a la vida, pues era buena chica y le gustaba. Habían regañado, ella era incluso una insolente, pero muy buena chica y además le gustaba.

Subí unas escaleras empinadas, estrechas y gastadas, entré en una habitación, miré a la durmiente Julieta , y le di una bofetada tremenda, profunda, en el rostro frío, que afectó a toda la familia.

Despertó.

Entregué la novia viva al novio vivo […].»

 

Miguel Torga resume en indubitable sentencia, extraída asimismo del Diário, su complicada convivencia con el concepto divino: “Dios. La pesadilla de mis días. Tuve siempre el coraje de negarlo, pero nunca la fuerza de olvidarlo”, confesando su contradicción religiosa: “Esto de la religión va cada vez peor dentro de mí. Después de unos arranques profundos y angustiosos, la cosa fue secándose, secándose, hasta llegar a esta mirra mística, que ya no hay Jordán teológico capaz de vivificar.” Expresa, irónicamente, que hubiese querido por la mañana ir a misa y volver de la iglesia con el rostro de su beato vecino, concediendo seriamente que lo que en verdad querría sería “sentirme ligado a un destino extrabiológico, a una vida que no acabase con el último latido del corazón.” El Diário está poblado de hondas reflexiones literarias y meta-literarias. Expresa claramente que una cosa es la vida y otra la literatura: “La vida no es para que se la escriba. La vida -esta honda intimidad, este ser sin remedio, esta noche de pesadilla que no llega a saberse por qué fue así- es para vivirla, no para hacer de ella literatura.” Deja claro asimismo que la voluntad del escritor, respecto a la difusión de sus escritos post mortem, especialmente los epistolares, ha de ser siempre respetada: “Gran discusión sobre la manía que la posteridad tiene de publicar cartas íntimas de escritores muertos”, pues “cueste lo que cueste, duela lo que duela, se pierda lo que se pierda, nada de lo que un escritor no quiso publicar en vida debe ser publicado después de su muerte.”

Sus anotaciones se extienden a su admiración por Cervantes, que se sacrificó por Don Quijote “como aquellas madres que mueren pariendo un hijo”; por Dostoievsky: “Cuanto más sé de este genio ruso, más me siento ligado y agradecido a la bendición literaria que me ofreció cuando lo leí por primera vez. Fue, en mi pobreza de artista, lo que fue en la riqueza religiosa de San Pablo el resplandor del camino de Damasco.” También expresa algún juicio negativo para con algunos escritores (v.g. Balzac), realizando una crítica reprobatoria de los portugueses Camilo Castelo Branco y Gil Vicente, “los dos genios más representativos de nuestras letras”, haciéndole desesperar “su falta de universalidad”. Argumenta así esta opinión: “D. Quijote, Hamlet, Tartufo y Fausto tienen las raíces en la patria de sus creadores y son al mismo tiempo ciudadanos del mundo”, mientras que a los personajes de Amor de Perdição y de Barca do Purgatório, sólo se los siente moverse únicamente del Miño al Guadiana; incluso Os Lusíadas, en la visión de Torga, “no consiguen romper su condenación de epopeya para uso interno.”

Miguel Torga con su hija Clara
Miguel Torga con su hija Clara

Miguel Torga fue publicando los seis capítulos (días) de su autobiografía, o por mejor decir novela autobiográfica La creación del mundo separadamente; el primero y segundo en 1937, el tercero en 1938 y el cuarto (que fue secuestrado por la policía de la dictadura de Salazar y detenido su autor en Leiria, donde tenía consulta, y de inmediato encarcelado en la dura cárcel de Aljube, en Lisboa) vio la luz en noviembre de 1939. Este capítulo cuestionaba el golpe de Franco, cosa que la dictadura portuguesa tomó por subversión y comunismo. El hermano del “generalísimo”, Nicolás Franco, entonces embajador en Lisboa, fue el que puso al tanto al propio Salazar de la publicación de Torga. A los tres meses, en febrero de 1940, fue puesto en libertad.

A pesar del poco tiempo de reclusión, los comienzos del encarcelamiento fueron muy duros, ya que al poeta lo tuvieron aislado. En La creación del mundo cuenta (si bien hay que tener presente que en esta obra autobiográfica, de sentida vivencia fielmente trasmitida, hay sin embargo datos escamoteados, disfrazados topónimos y títulos) que al instante curó de un grave edema al jefe de la administración de la cárcel y suavizó su duro encierro trasladado a la enfermería de la prisión. Muchas veces quedó demostrado el don de su intuición médica, puesta de manifiesto en la presta y eficacísima solución que aplicó a su amigo el señor Estrela, barbero de Leiria, extrayéndole al momento una sanguijuela que se le había agarrado a su garganta al beber directamente de un caño; o esa decisiva bofetada, a la que ya hemos aludido, que propinó en Coimbra a esa muchacha inconsciente. Cuando lo apresan sólo escribe poemas, seis poemas que después incorpora al Diário; pues el cuaderno donde escribía, en el momento de la detención, se había quedado en Leiria. El día de Navidad que pasó recluido, como escribe en la creación del mundo, en lugar de un festivo poema navideño se puso a escribir un soneto desesperado frente a esa Pietà de Miguel Ángel que había visto en el Vaticano, “doliéndome en el recuerdo.” En ese soneto la Virgen María era la Madre dolorosa; y el niño Jesús, “un hombre muerto en su regazo”:

 

Aún te veo, Madre, con mirar varado,

En tu rincón, por piedra y desencanto,

Yerto en tus brazos, desnudo y helado,

Abrigado en los pliegues de tu manto.

 

Sobre el golpe sin fondo en mi costado

Iba cayendo el río de tu llanto;

Mi cuerpo se admiraba, amortajado,

De ese río amargo que endulzaba tanto.

 

Después, la noche inserta en otra vida

Vino bajando lenta, apetecida

por la tierra polar que me creó;

 

Mas tu llanto, en crepúsculo profundo,

Madre, cayó, como savia del mundo,

En la frígida tumba que enraizó.

 

Otro poema escrito entre rejas lleva por título “Ariadna” (“Ariane”), nombre de un barco fondeado en el Tajo que el interno ve por la ventana de la enfermería; además de secreta llamada, como constata imaginándose Teseo dentro del laberinto, “soñaba con recibir de ella [la hija de Minos] el hilo liberador…”.

Hasta 1974, cuando comienza la democracia en Portugal, Miguel Torga no vuelve a publicar un nuevo capítulo de La creación del mundo, el “quinto día”, donde refiere su detención y encarcelamiento. El “sexto día”, último de la serie, se imprimirá en 1981. En 1986 la editorial Alfaguara publicó en España el libro completo en traducción de Eloísa Álvarez. Lo cierto es que el opresivo régimen de Salazar no trató bien a Miguel Torga. Y él asimismo fue crítico frente a algunos aspectos de la democracia portuguesa. Ya habiendo adquirido su país la libertad, fue merecedor de varios premios, como el Premio Internacional de Poesía, de la XII Bienal de Knokke-Heist, que le fue concedido en Bruselas en 1976; en 1978 recibe un sentido y copioso homenaje celebrado en la Fundación Gulbenkian de Lisboa, y otro, al año siguiente, en la Universidad de Coimbra; en 1981 se le otorga el Premio Montaigne, de la Fundación FVS de Hamburgo, concediéndosele en 1989 el Premio Camões, el de mayor prestigio de las letras portuguesas. También obtuvo los premios Vida Literária, de la Asociación Portuguesa de Escritores, y el Écureuil de Literatura Extranjera, en Burdeos, ambos de 1992. Faltando ya muy poco hasta su muerte, recibió en 1994 el premio de la Crítica, otorgado a la totalidad de su obra. El 10 de junio de 1987 se había celebrado en Macao el día de Camoens, un equivalente a nuestra fiesta de la Hispanidad, interviniendo Torga en esos fastos como invitado. Varias veces fue propuesto al Premio Nóbel de Literatura.

Actualmente se puede visitar en la aldea natal del autor el Espaço Miguel Torga, diseñado por el arquitecto portuense Eduardo Souto de Moura y que contiene una magnífica exposición permanente sobre la vida y la obra de Torga. En el recinto está disponible para el visitante la guía desplegable “Roteiro Torguiano” (también se puede hallar on-line) que elaboró su hija Clara Rocha, y que sugiere bellos paseos por esas tierras trasegadas tanto por Miguel Torga, fuera de itinerarios turísticos habituales.

Por sus desafortunados encontronazos en la patria, Miguel Torga pensó alguna vez salir del país, pero su veneración a Portugal, y la fuerte unión de su vida con la nación, se lo impidió. Tema dominante, muy visible, en toda su obra es el amor a la tierra. Serían numerosas, a este respecto, las citas que extrajéramos de su prosa y de su poesía, llenas de voces alusivas a las estampas ofrecidas por una genuina configuración portuguesa: “searas”, “casas de moradia” “beirais”, “pinheiro”, “areal”, “mar animal”, “oliveiras” “bruma”, “nevoeiro”, “luar” etc., etc. Si las imágenes rurales que Torga nos ofrece se disfrutan en abundancia, también la pintura urbana tiene un lugar preferente. El 12 de octubre de 1938, su querida Coimbra queda así mágicamente descrita:

«Una calle de Coimbra a las dos de la madrugada hace estremecer. La gente no está segura de si está viva o si está muerta. Se cubre todo de un aire tal de irrealidad, que las casas, el cielo, los árboles y dos siluetas difuminadas que pasan sumidas en una esquina parecen cosas que han despertado en un mundo que ya está muerto.»

Entre diciembre de 1937 y enero del 38 Miguel Torga viajó por primera vez a Europa, atravesando una España en guerra y recorriendo Francia (Lourdes, Montpellier, Marsella, París), Italia (Milán, Certosa de Pavía, Venecia, Roma, Pisa), Suiza (Ginebra) y Bélgica (Amberes, Bruselas). No le convence demasiado Europa (su visión de España, y especialmente la de Castilla, es asimismo generalmente negativa, aunque por otro lado expresa sensaciones de franca admiración). Sobre todo, no le convence Europa por su, diametralmente antagónico, estrecho apego a su tierra. Desde Bruselas, el 17 de enero de 1938, escribe:

«Estación del Sur. Llueve. Espero un tren que llega dentro de cuatro horas. Podría ir a dar una vuelta, ver cosas que no he llegado a ver, pero no voy. Estoy triste y desanimado como una fría locomotora en el andén. Andar más sería entristecerme y desanimarme más todavía. Al venir, contra mi propia unidad, traje escondido en la mayor hondura de mí mismo el deseo de abrir, al lado del postigo ibérico que me revela la vida, amplias y europeas ventanas. Al cabo, cuanto más corro, más cercado me siento de muros y de penumbra. Lo que me llevo de aquí es una especie de claridad lunar helada, que nada sirve en mi caliente noche peninsular.»

Desde su pueblo natal exhala: “¡Este Trás-os-Montes de mi alma! ¡Se atraviesa el Marão, [sierra de cumbres prominentes, al oeste de Tras-os-Montes] y se entra luego en el paraíso!”. En el décimo quinto volumen del Diário expresa una afirmación, en este sentido, muy concluyente: “Tantas páginas y tantos poemas que aquí llevo escritos, para morir en la convicción de que nada significativo he dicho de mi ligazón a la tierra donde nací y de donde nunca verdaderamente salí. Todo lo que he sido por ahí lejos sólo ha servido para ahondarme más en mis raíces.”

 

Autor: Amador Palacios

 

Nota bene.- Estos párrafos forman parte de la introducción antepuesta a mis traducciones de dos poemarios de Miguel Torga: Los primeros poemas del Diário, ceñidos en su primer volumen, y su libro Odes (Odas). Dicha edición aparecerá próximamente en la colección Letras Portuguesas de la Editora Regional de Extremadura. Las ilustraciones corresponden a la obra Fotobiografia de Miguel Torga. Organización de Clara Rocha. Alfragide (Portugal), Publicaciones D. Quixote, 2000.

 

 

Amador Palacios (Albacete, 1954) es poeta, traductor y crítico. Ha sido fundador y director de diversas publicaciones (La Mujer Barbuda, Barcarola, San Juan Ante-Portam-Latinam). Es colaborador en numerosas revistas de literatura y suplementos literarios y  ejerce profusamente el periodismo literario como columnista en diferentes revistas: Diálogo de La Lengua, la Real Academia de Letras de Cuenca, Artes & Letras del diario ABC en Castilla-La Mancha, El Día Cultural, etc. Es miembro del consejo asesor de la Fundación Carlos Edmundo de Ory y uno de los principales estudiosos del movimiento postista. Fue becado por la Junta de Castilla-La Mancha por la realización de una biografía sobre el poeta Ángel Crespo y por la Fundación Calouste Gulbenkian de Lisboa, por su interés en la literatura portuguesa. Ha traducido a importantes poetas portugueses y brasileños, y compilado sus estudios sobre la vanguardia poética española en diversos volúmenes. Su poesía está recogida, en parte, en la antología Pajarito bañándose en un charco.

 

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