Marvel y el ciclo épico, por Raúl Martín Calatayud

Escrito en nuestro ADN se encuentra el interés y el gusto por la mitología, por sus historias, personajes, símbolos y dilemas morales; por aquellos elementos que tocan fibras internas que los seres humanos tenemos y compartimos en conjunto como tal, esos mismos que surgieron cuando, asombrados y temerosos, otorgamos poderes, razones y atributos a todo fenómeno físico y abstracto cuya entera comprensión no lográbamos abarcar.

El resto fue poesía. Héroes y heroínas, monstruos, regiones distantes y exóticas han nutrido los relatos primordiales de la especie en todas sus variaciones culturales y, centrados en la considerada civilización occidental, bajo unos esquemas y entramados simbólicos más cercanos al entendimiento y reconocimiento nacido de nuestra herencia más particular.

Con el tiempo las mitologías europeas más influyentes y extendidas, con sus rasgos comunes traídos desde el albor de la expansión del pueblo indoeuropeo y retroalimentados por la excelsa cultura clásica grecolatina, que imprimiría su propia pátina mitológica de vuelta a gran parte del continente, las cuales pasasen con el devenir del tiempo a ser motores que fomentaban nuevas historias desde discretos segundos planos, terminaron siendo prácticamente ignoradas en un nuevo escenario de tradición obviada y contemplada como superada por las culturas contemporáneas.

Reducir así la evolución de la concepción de la mitología es osado, pero ofrecer una explicación a este paulatino abandono agotaría tinta y espacio en este artículo.

En todo caso, sólo hay que echar un vistazo en el derredor social para comprobar cuán alejada queda la preterrealidad mitológica. Incluso, y sin ánimo de ofenderte, querido lector o querida lectora, es probable que, así como un servidor de usted, no conozca en profundidad la mitología griega, tan nuestra, tan local y universal al mismo tiempo, y aún menos otras mitologías como la nórdica, la eslava, la irlandesa, la vasca, etc. Es fácil reconocer esa carencia presente en el bagaje cultural de todos y cada uno.

No obstante necesitamos mitología, y al no hallarla a simple vista parecemos buscarla inconscientemente en multitud de obras y productos artísticos que se nos lanzan a los ojos, y al encontrarnos con algunos de esos códigos atávicos insertos en ellos los embebemos llevados por esa sed acumulada durante generaciones. Esto explicaría, al menos en una no desdeñable fracción, que obras interesantes per se se viesen convertidas en fenómenos de masas y dejasen huella en la cultura pop: Star Wars, El Señor de los Anillos, Harry Potter o Canción de Hielo y Fuego son obras artísticas en las que podemos avistar andamiajes míticos, como el del renombrado viaje del héroe, que destilase en su momento Joseph Campbell tras realizar su particular análisis de mitologías comparadas, y constituyen sólo una punta observable con facilidad de un iceberg cultural irremediablemente asentado en temas, tramas y signos heredados del universo mítico.

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El ser humano, huérfano de mitología, sentirá la pulsión de crear una nueva, o al menos atendiendo a su propia complejidad, diversos mitos que llenen ese vacío, que perpetúen las claves que abren las puertas del interior del alma. Y, evidentemente, siempre ha habido creación intelectual que transmitiese, renovase e incluso rompiese esos esquemas míticos de muy diversas formas.

Corrientes artísticas, conscientes de ser sucesores del legado o deseosas de alejarse de él, cuando al hacerlo en realidad acudirían a vertientes menos conocidas y no imperantes del conglomerado mítico como sucediese con el Romanticismo: éste, tratando de evitar todo aquello que sonase “clásico”, explotaba elementos ya presentes en el ente mitológico, ritual y cultural, tales como la defensa de la irracionalidad, del individualismo y subjetivismo o del sentimiento desatado, proponiendo la creación de universos propios que alentarán el deseo artística de dar a luz un imaginarium singular y “original”, de vertebrar historias perdidas con códigos nuevos y otorgar símbolos en los que reflejar al actor del mito, al monstruo-enemigo a derrotar, a las disyuntivas morales y los constructos conceptuales virtuosos o viciosos vestidos con nuevos ropajes.

Por supuesto esto debía implicar una consecuente aceptación por parte del conjunto de una sociedad voluble, y, en vista de que la mayor aplicación del imaginarium terminaría dándose más comúnmente en productos llamados “de género” tales como la ciencia ficción, el western o la fantasía, que establecen unos lugares comunes en los que situar la materia mítica y poder expandirla y/o profundizar en ella, tampoco resultaba muy del agrado de los más asiduos a la alta cultura.

Pero son en efecto esos lugares comunes, esos universos compartidos, los que permiten que la esencia mitológica pueda alcanzar una soberbia expresión. Y es que una de las características fundamentales de la mitología es precisamente que las divinidades, figuras heroicas, guerras, hazañas, conflictos y demás tienen cabida en una misma realidad, cercana y lejana a la vez de la del ser humano que rinde culto a las potencias superiores emplazadas en ella.

Reproducir esa intrincada vastedad mítica es ambicioso, y, salvo ciertas excepciones como la del profesor Tolkien con su Silmarillion, precisa de una pluralidad de mentes operantes que tejan los hilos del gran tapiz creativo en un proceso largo y constante, como el que realizaron en su momento los aedos que vagaban de un palacio micénico a otro por todo el territorio heleno, vertiendo mitos y leyendas tradicionales en sus cantos, mezclándolos con aportaciones e invenciones propias y variaciones recogidas de lugares dispares, dando así forma continuamente a la amalgama mítica al enfocar su atención en determinados héroes y periodos a conveniencia.

Sin perder de vista asimismo cómo algunas de esas obras compartirían una de las finalidades enraizadas en el mito como transmisor y reinterpretador de hechos históricos (cuyo ejemplo más divulgado es el de un asedio y destrucción de Troya a manos de tropas griegas). Un proceso como el que fue llevado a cabo, a grandes rasgos y salvando las enormes distancias, en el mundo del cómic, en primer lugar, más tarde en el cinematográfico, por Marvel.

A finales de los años treinta del pasado siglo tomó forma el sistema que devendría tradicional en la producción de cómics, donde destacaría un estilo formular de los contenidos que acelerase los tiempos de producción y con los que el público se hallase familiarizado. Un sistema que, si bien emplazado en un proceso mecanizado, alejado de la inspiración y la originalidad, tendente a conseguir una mayor productividad en el sector, podría compararse con el uso de fórmulas propio de los aedos y rapsodas creadores y difusores de historias épicas, mediante el que se facilitaría su trabajo a niveles tanto de composición como de ejecución oral de la obra poética y que asimismo transmitiría motivos familiares para el auditorio, si seguimos la tesis de Milman Parry sobre el lenguaje formular.

El caso es que bajo este premisa industrial se desvincularía al artista de los personajes e historias al quedar diluido su acto de creación en una participación sobre ellas, sin que el hecho causase ningún grave conflicto, lo cual (y de nuevo salvando las grandes distancias) evoca a nuestros imaginativos ojos aquella hipótesis emplazada en la conocida como “cuestión homérica” según la cual bajo el denominativo “Homero” se encontrarían una multitud de mentes pensantes
transmisores de una tradición oral nutrida de sus propias aportaciones, que convertirían al legendario aedo en una especie de “marca comercial” sinónimo de éxito para sus empeños poéticos.

El sistema previamente mencionado sufriría una profunda transformación con la llegada del “método Marvel” impulsado por el archiconocido Stan Lee a finales de 1958, que permitiría a los creadores desprenderse de las fórmulas, así como también profundizar y explorar nuevas perspectivas para los héroes y heroínas de papel, otorgando visiones artísticas más personales a la manera en que los antiguos poetas trágicos, por ejemplo, “versionaron” los mitos del ciclo en función de comunicar sus propias ideas, y actualizar los temas para una sociedad y sus dilemas éticos contemporáneos, cuyas obras supervivientes han llegado a conformar para nosotros una parte esencial del entramado mítico, aunque para el griego de la época se concibiese como una visión particular y transformadora extraída del acervo cultural(1).

Marvel Odisea Cultural
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De nuevo hay que insistir en que comparamos dos fenómenos enormemente distanciados en el tiempo, en el medio y en el contexto socioeconómico, pero el más moderno, el del cómic, no deja de ser heredero cultural del primero, como todo Occidente lo es, y no debe atender a una mímesis consciente o cuanto menos inspirada en él, ni tampoco de origen único.

Un elemento importante a tener en cuenta y que puede explicar, al menos en parte, semejante éxito de un imaginario trasladado a los medios audiovisuales y dividido en franquicias que potencian su capacidad de abarcar más audiencia, que se encuentran plenamente integradas en la cultura popular, y que no suele mencionarse al analizar este acontecimiento prodigioso, es la idea de Ciclo Épico, o la de Saga si hablamos de la mitología escandinava; de que las historias mitológicas, véase el caso de la Antigua Grecia, no se circunscribían únicamente a cantares como la Ilíada o la Odisea ni a otros poetas y autores de tragedia, comedia, ditirambo, etc., sino que constituían una estructura amplia y compleja que incluía el devenir de decenas, tal vez cientos, de personajes a través de esa Era Mítica y de sus más reseñables sucesos, que actuarían a su vez como enlaces múltiples (la caza del jabalí de Calidón, el asedio de Tebas, el viaje de los Argonautas, la Guerra de Troya…) en los cuales las historias más personales y localizadas se entremezclaban con otras muchas cuyas vicisitudes, gestas y destinos finales del héroe o heroína disentían según el pueblo o época donde estuviese arraigada, además de mutar por la mano misma del poeta en la persecución de sus objetivos artísticos particulares.

Por ello nos descubrimos ante una constelación mítica con su propio “multiverso”. Remitimos al Diccionario de mitología griega y romana de Pierre Grimal y sus 620 páginas para hacerse una idea de esta inmensidad, puesto que todo el material allí recopilado representaría sólo una fracción que ha logrado sobrevivir a la destrucción del tiempo, del olvido y de la estupidez, de una totalidad inconcebiblemente más grande. Y eso “sólo” respecto al legado griego…

Seguro que el avezado lector o la avezada lectora habrá reconocido en lo anteriormente descrito algunas de las pautas de la citada Marvel, tanto en su progresión de producción en cómic, más orgánico y sujeto a las variaciones y cambios que imprime el tiempo, pero por encima de todo en el diseño más estratégico del MCU en el territorio audiovisual, asunto que nos ocupa, el cual, si bien igualmente extendido en el tiempo con sus imprevistos naturales, obedece continuamente a un “plan maestro” dividido en su momento en tres fases y titulado La saga del infinito: en éste el espectador va a tener la oportunidad de contemplar el origen y evolución de grandes superhéroes y superheroínas, sus proezas, dilemas y sus respectivos villanos emblemáticos (algunos de ellos construidos de hecho en un molde muy parecido al de la figura heroica (todos amamos a Loki, ¿no?)), sus colaboraciones en ese universo compartido (imposible evitar una comparativa entre Los Vengadores y los Argonautas, entre los cuales se encuentran figuras tan reconocibles como Cástor y Pólux, Hercales u Orfeo acompañando a Jasón en su búsqueda del vellocino) y demás vicisitudes. Y cada historia trazada por nuevos aedos, disfrutada e integrada por el lector y/o espectador, cada leyenda del celuloide alimentada por la acción misma del fan y del no tan fan en la multitud de ágoras digitales, se funden en una explosión de epicidad programada en la doble película de la gran lucha contra el enemigo definitivo: Thanos.

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Infinity War y Endgame recrean una especie de Guerra de Troya en la que todos aquellos héroes cuyas aventuras ya nos son conocidas coinciden en una batalla de inmensas proporciones que decidirá el futuro. Los cuantiosos ejércitos de ambos bandos combaten encarnizadamente, pero la atención se centra en los combates singulares entre los héroes y heroínas y los caudillos antagonistas, tal como se cantaba la guerra en los versos homéricos. Atender a la muerte de alguno de ellos, sintiendo el peso de su historia previa, resulta tan efectivo como para un griego de entonces asistir por vez primera a la muerte de Aquiles o de Áyax, entre otros.

Podríamos así afirmar sin margen para la duda que el MCU se ha pergeñado, desarrollado y lanzado en las pantallas mundiales como un Ciclo Épico, y en esta ocasión con la plena consciencia de que hacerlo de esa manera iba a reportar gran admiración y pingües beneficios porque, entendiendo cómo somos y de qué carecemos, se poseen las teclas a pulsar para conseguir el éxito deseado. Se contaba con el material fruto de un esfuerzo conjunto a lo largo de décadas en el cómic, con la planificación que emulaba a los ciclos dentro de una mitología o imaginario particular y, claro está, buenos equipos de rodaje, directores y actores y actrices cuyos personajes no podríamos ya disociar de ellos y ellas, además de toneladas de dólares para hacer cualquier sueño realidad.

Con estos elementos se produjo la magia. Habían accionado unos resortes ocultos en el inconsciente colectivo ofreciendo un contenido y una disposición de éste que invocaba el anhelo de maravillarnos ante las grandes historias que el mito en todas sus vertientes nos ha brindado desde que unos señores, a ser posible ancianos y ciegos, per se ya legendarios, comenzaron a recopilar, transformar y expandir como cantores nómadas las tradicionales narraciones orales en las que el ser humano buscaba sentido a la existencia. Seguimos siendo los mismos, movidos por similares intereses y temores, aun cambiados por el paso del tiempo, de idéntica naturaleza.

Pero esto no acabaría con la derrota del temido Thanos y la vuelta a un aparente statu quo que sería símbolo de paz. Los superhéroes y superheroínas supervivientes deberán volver a sus “hogares”, retornar a sus vidas anteriores tras la experiencia traumática. Nos situamos en la llamada Fase 4, y resulta que asistimos, como en el Ciclo Épico, a los diversos nóstoi (νόστοι) heroicos.

Se entiende como “regresos” las historias de los héroes griegos que volvían de Troya tras su caída y saqueo, tal así el más famosos de ellos, el de Odiseo a su patria Ítaca, pero también otros dispares conservados como el trágico regreso del rey Agamenón, quien terminaría siendo asesinado por su mujer Clitemnestra. Un ejemplo bastante ilustrativo de este tipo de historia lo hallamos en el de Spiderman en Homecoming y Far from home, que narra la vuelta al mundo ordinario pero cambiado tras el trauma del doble chasqueo de dedos, así como por la pérdida de héroes y heroínas (alguno de ellos tan cercano como una figura paterna), e igualmente con la transformación del propio Parker; o desde una óptica muy interesante en el de Bruja Escarlata en Wandavision, al mundo conocido en el sentido más psicológico, al recrear ella misma una realidad propia en la que poder refugiarse tras la dolorosa pérdida de Visión; volviendo a citar a Loki, su nostos, si bien no representaría un regreso en el sentido estricto, ya que tiene lugar antes de la gran contienda con Thanos, sin duda tiene ese sabor para el espectador que (SPOILER) le ha visto morir, recreando más bien un regreso del espectador mismo a la figura del dios nórdico, para darle un “digno final” simbólico; y así podríamos continuar con otros personajes, como el Dr. Extraño o Thor…

Como puede verse, la Saga Marvel continúa en unos términos parecidos a los que habría que esperar atendiendo al Ciclo Épico. ¿Y cómo no van a continuar de la misma manera? La producción cinematográfica de Marvel (con una recaudación global estimada de más de 23.000 millones de dólares(2))  ha sido uno de los éxitos en su conjunto más importantes del siglo y ha sentado cátedra sobre la forma de proceder cuando se tiene entre las manos toda una mitología creada y todavía por seguir explorando; lección que trata de aprender Disney con la vapuleada saga de Star Wars, que ya da muestras significativas del anhelo por formar ese “universo compartido” (o expandido, si nos atenemos a todo el proceso creativo fuera de las pantallas y anterior a la compra de la compañía), si bien con un objetivo marcado de cariz más completista.

Sin desmerecer la titánica empresa de MCU, se evidencia que supieron llenar el hueco existencial de una civilización que ha dejado de tener presente sus propias mitologías, utilizando procedimientos casi olvidados pero que mantienen su vigencia en la psique, y han obtenido opíparo rendimiento de ello. Enhorabuena. Eso demuestra mejor que cualquier escrito académico o ensayo al respecto que siempre necesitaremos la épica, el mito, lo maravilloso interiorizado en el alma.

 

Raúl Martín Calatayud

 

Notas al texto:

1 Sobre el sistema productivo de cómics y sus cambios a lo largo del tiempo v. el artículo J. J. Rodríguez Moreno, El método Marvel. Stan Lee y la transformación del proceso productivo de los cómics.
2 Brand: Marvel Comics – Box Office Mojo

 

Raúl Martín Calatayud (Valencia, 1988). Filólogo clásico, profesor de educación secundaria en la especialidad de latín y griego. Nacido y residente en Valencia, España. Ha publicado ficción en prosa (Antología «Pluma, tinta y papel II, por Diversidad Literaria y poesía (Haiku en «Aki no Koe, Voz del otoño, por Kasumi), así como divulgación histórica y literaria («Hechiceras de Grecia y Roma», en «La bruja: una figura fascinante»; ”Sobre el estilo y la elocuencia en el Dialogus de Oratoribus”, en Humanitas) y en el campo educativo (& Dra. Cristina Álvarez Villanueva, «Las dimensiones de la tutoría a distancia en bachillerato y la interrelación con la diversidad funcional del tutor»).

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