PALABRA DE ARGONAUTA – Antonio De La Fuente Arjona

Nourí Odisea Cultural
@Juan Manuel García Alvárez
Regresamos a nuestra sección bimensual de narrativa contemporánea, Palabra de Argonauta. Para dar la bienvenida al otoño, hemos seleccionado un relato de Antonio De La Fuente Arjona, ganador del Primer Premio del IV Concurso Literario LGBT Terrassa (España, 2020), que viene acompañado de una bonita ilustración (en portada) de Juan Manuel García Alvárez. Al final de esta entrada, se exponen las bases para participar en esta sección de Odisea Cultural. Volvemos con más relatos en diciembre y también, en breve, tendremos una entrada especial de microrrelatos. Sin más, queridos lectores, esperamos que disfrutéis de la lectura.

NOURÍ

 

-Por un dinar te hago un sueño.

Nourí se acercaba a los turistas en la playa, les repetía la frase desconcertante en francés, inglés o alemán, después, para convencerse de que le habían entendido, preguntaba english?, deutscher?, français?, como todos los demás, hombres y niños, que acosaban a los turistas con alfombras, fruta, cerámica, collares, tortitas, o paseos por la costa en camello. Nourí sólo se diferenciaba en lo sorprendente de su oferta.

-Por un dinar te hago un sueño.

Eso fue al principio. Nourí apareció un día en la playa formando parte de ese grupo que se movía incordiante entre los cuerpos blancos tumbados al sol increíble de Túnez. ¿Quién iba a hacer caso de un jovencito sucio de barro?, más incluso: ¿quién iba a creer la posibilidad de regalo semejante?

-Por un dinar te hago un sueño.

Nadie. Todos le miraban con desconfianza. Hasta los otros vendedores le evitaban, ¿quién será ese chico nuevo?, se preguntaban unos a otros. Sólo una turista francesa se atrevió la primera a probar suerte, y tras pensárselo, optó en la duda por algo sencillo.

-Quiero… -y mirándole a los ojos oscuros la mujer ponía una moneda en su mano-, quiero una flor. -Pensando desconfiada-, esto será una broma, una forma original de pedir limosna.

Y por un dinar, Nourí hizo florecer en la orilla la rosa más preciosa. Pronto corrió la voz. Antes de acabar el día, cuando la mayoría de los turistas volvían a sus hoteles huyendo de la brisa fría de Mayo, la playa quedó habitada de fantasmas de arena, quietos, mientras el agua avanzaba con la marea.

-Por un dinar te hago un sueño.

Eso fue sólo el primer día, porque después.

-¿Me haces un sueño por un dinar? -en francés, alemán, italiano.

En los dedos de Nourí la arena de la playa era todo un mundo esperando su dios para nacer. Todavía era un crío confundido por la novedad de sus manos y el barro tomando forma en ellas, y ya era un hábil escultor de sueños. Con sus construcciones de arena era capaz de devolver a un rostro la sonrisa, o en la nostalgia acercarte el recuerdo.

-Nourí, hoy estoy triste.

Y Nourí le hacía una estrella. A sus amigos les hacía regalos así. Cuando Mohamed, guiado por su amigo Nourí, vio la estrella allí, tirada en el suelo, miró al cielo esperando que cayeran más, no podía creer que eso hubiera salido de la simple pericia de un hombre. Mohamed, esa tarde, no regresó a su casa hasta que el mar hubo devorado su regalo.

-Nourí, echo de menos a mi hijo.

Era una alemana sonrosada, gordita y simpática. Había dejado a su hijo de trece años estudiando en Frankfurt mientras ella aprovechaba a tomarse unos días de sol y descanso.

-¡Apártate!, ¡déjame sitio! -gritó Nourí en alemán chapurreado, con mucho gesto de manos.

Y Nourí para ella, por un dinar, siguiendo sus datos: que si gordito, que de pelo rizado y rubio, juntando arena y agua, consiguió que esa tarde la alemana sonrosada tuviera a su hijo, un relieve exacto, tomando el sol a su lado. Pero a Nourí, para quien más le gustaba trabajar era para los niños. Balones, perros, gatos o castillos, sólo por el gusto de verles patear las figuras antes incluso de estar acabadas.

Un día, sus siluetas siempre tranquilas empezaron a tomar formas fantásticas. Algo estaba sucediendo en la mente de Nourí. Ese primer día permaneció concentrado en un sueño que nadie le había pedido. Al atardecer todos seguían en la playa, algunos turistas abrigándose con sus toallas, sólo se oía el ruido de las olas y de vez en cuando el llanto de un niño, todos pendientes de Nourí, que cabalgando sobre una especie de dragón fabuloso parecía estar luchando con él para evitar que escapara del fondo de la tierra. Era el combate real entre sus manos y los fantasmas que forma el alraml. Nourí después, contemplando su obra, se sintió poderoso y aturdido: como un dios que descubre por fin su poder y lo teme.

Al día siguiente fue una especie de fauno arrojado por el mar, el rostro terriblemente hermoso en su desmayo, tan real, tan vivo, que alguno de los que miraban asombrados pensó que quizá, tras un boca a boca, podría despertar. Nourí contagiando su fiebre a los demás en la playa. Cada mañana todos, turistas y comerciantes, esperando angustiados el espejismo que saldría de sus manos.

Por el día reinaba el sobresalto, pero las noches pertenecían al deseo. Nourí imaginaba anatomías perfectas que recorría con acariciantes zarpazos. Tras el ocaso, y teniendo de fondo el eco de las oraciones lanzadas desde la Gran Mezquita, Nourí se entrenaba en el amor con la seguridad de que la playa amanecería limpia cada mañana. Esta complicidad con la marea le daba absoluta libertad para soltar sus sueños desbocados, dejando escapar tallas entre sus dedos inconscientes: viendo brotar cuerpos bajo su propio cuerpo tembloroso, manchando su boca de arena con cada beso o mordisco y deshaciendo amantes en la urgencia de un abrazo demasiado violento.

A Nourí, noche a noche, le enseña la tierra. Un curso intensivo de extrañas posturas y encuentros, donde a veces su esqueleto desnudo y erizado casi es devorado por la argamasa. Todo era válido en esa guerra entre la imaginación y el derroche de su genio caprichoso. Nourí creciendo, apenas un hombre ya, con ese picor inaguantable entre las piernas y el alboroto en la piel. Cada mañana, el mar siempre lavándole de barro y despertándole de un amor imposible. O eso creía él.

Hasta que un día Nourí desapareció. Esa mañana la marea incomprensible había respetado dos estatuas de arena: dos chavales agarrados de la mano que caminaban hacia el mar. Todos pudieron identificar a Nourí en una de las figuras. Nadie reconoció a Bilal. Su doble de barro era idéntico a él y sin embargo nadie lo reconoció. Fue él quien provocó el cambio en Nourí. Fue Bilal quien azuzó el desvarío de sus sentidos y liberó de monstruos su razón. Y fue el deseo incierto de Nourí por Bilal lo que le hizo madurar rápido, adiestrado en noches apasionadas por la tierra y las estrellas. Bilal, un mercachifle nuevo en la playa, que también quiso su sueño por un dinar que ahorró con pudor.

-Quiero un beso.

Y por un dinar, Nourí supo que hay sueños que no son de arena. Nadie reconoció en tantos rostros de barro esos labios que espantaron la modorra del muchacho, o esos ojos verdes que le hipnotizaron, o ese cabello rizado que peinaron sus uñas en tantas esculturas, repetidas desde aquel día que su idolatría arrojó del mar un fauno ahogado. Cuántas veces no hizo copias sin saberlo de ese molde de carne y alma que le observaba tras unas gafas de sol falsas, Bilal, encantado por esas ofrendas de amor inesperadas. Porque la tormenta que aquel primer beso desencadenó en el joven corazón de Nourí, guió sus noches y la resaca del alba.

-Por un beso te hago un sueño.

¿En qué otra playa abrirá Nourí su museo efímero? Desde aquella noche que la piel sustituyó a la arena, cuando Nourí venció su desconcierto y reconoció en Bilal el deseo y el peligro, la noche se unió al día en otra playa, solitaria y salvaje, sin turistas ni comerciantes, sólo dos cuerpos saciando una afición eterna.

Los demás, turistas y comerciantes, volviéndose a conformar con el sol inmenso, viendo cómo el viento iba deshaciendo esos dos chavales de arena agarrados de la mano, imaginando todos con envidia a Nourí, en la plenitud de sus dedos, recorriendo por fin una tez verdadera. Todos con algún recuerdo. Todos con algún deseo.

¿Cuántos sueños en forma de moneda se quedaron en bolsillos y monederos, perdidos entre calderilla tunecina?

 

SOBRE EL AUTOR: ANTONIO DE LA FUENTE ARJONA. Desde 1981 trabaja fundamentalmente como actor y director teatral. Como autor ha publicado novela, teatro y relatos. Fascinado desde siempre por las palabras y el lenguaje, este influye considerablemente en el tema y el estilo de muchas de sus obras (“Palabra de Caín”, Editorial Hiria, en novela; “El diálogo de la agonía”, Editorial De la Luna Libros, en teatro; “El ladrón de palabras”, De la Torre Ediciones, en teatro para niños; “Palabras Sagradas”, Editorial Gogoan Sestao Elkartea, en relato). Se pueden leer algunos fragmentos de de sus obras y obtener más información en su web  http://delafuentearjona.viadomus.com/.

NUEVAS Bases para participar en Palabra de Argonauta (convocatoria permanente):

1) Se aceptarán textos narrativos (relatos, cuentos, microrrelatos, etc.) en español de hasta CINCO páginas máximo, sean inéditos o no, de cualquier temática. No hay límite de edad para participar.

2) El formato de los archivos será DOC o DOCX. En el mismo archivo, deberá incluirse una pequeña bibliografía (de 5-6 líneas máximo) indicando año y país de nacimiento.

3) El nombre del archivo que tendréis que remitir de manera adjunta será TEXTOS Y BIO DE (vuestro nombre y apellidos a continuación). Ejemplo: TEXTOS Y BIO DE PATRICIA BRAVA.doc.

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