«Cuentos de vampiras» reseña por JR Crespo

Vampiras Maila Nurmi

Desde la Antigüedad proliferan en el ámbito «occidental» las leyendas sobre los no muertos. Seres que, por diversos motivos, no encuentran acomodo en la tumba y necesitan la sangre de los vivos para perpetuar su terrorífica existencia.

El siglo XVIII, «Siglo de las Luces» vivirá una auténtica psicosis colectiva de vampirismo e incluso, en ciertos países, se creará un cuerpo de funcionarios especializados en la investigación de estos casos. Muy pronto los poetas se apropiarán de esta figura, ni viva ni muerta, para aterrorizar a sus lectores, un público ávido de emociones fuertes.

El vampiro literario (cuyo exponente más completo será el Drácula de Stoker, ya a finales del siglo XIX) representa un orden social caduco, es el aristócrata parásito que intenta perpetuar su poder a costa de la burguesía triunfante a partir de la Revolución Francesa de 1789. Uno de los elementos característicos de este «monstruo», es la sensualidad. La mayor parte de los expertos en el tema, coinciden en señalar, por ejemplo, que los caninos del vampiro, representan el falo masculino y el mordisco, por ende, sería una metáfora del acto sexual. Todo esto, en una sociedad como la victoriana, en la que se desarrolla lo más granado del género, caracterizada por su puritanismo.

El vampiro atrae y repele al mismo tiempo. Atrae su vida nocturna, en una época en que, gracias a la iluminación artificial de las ciudades, la noche se convierte en una prolongación placentera del día, durante la cual, los burgueses buscan diversiones lúbricas después de asistir a la ópera o al teatro. Repele el componente decadente y sexual de la criatura. A un nivel social, no se consiente la existencia de una clase ociosa; el burgués se divierte, sale a beber a los establecimientos nocturnos, asiste a los espectáculos… pero después de haber trabajado durante el día. Además, la vida ordenada es uno de los pilares de esta sociedad donde la apariencia y el «buen gusto» son la nota dominante…

El desenfreno sexual, el «donjuanismo» típico del vampiro, que colecciona víctimas, mayoritariamente femeninas y en el seno de las «buenas familias» burguesas, es otro elemento que convierte al chupasangres en un monstruo susceptible de ser erradicado de la buena sociedad burguesa.

Si a todo esto añadimos el componente de género (es decir, que el monstruo sea femenino), estos seres híbridos (no he mencionado el sentimiento racista de la sociedad victoriana que abomina de la mezcla de sangres) resultan aún más repelentes. De sobra conocemos el papel de la mujer en la sociedad «occidental» que sólo en fechas recientes ha empezado a cambiar. De la mujer se espera sumisión total al varón en todos los órdenes de la vida. El que una hembra haga gala de apetito sexual, resulta una aberración, un peligro para el orden establecido.

La vampira representa un miedo social más acuciante que su variante masculina. Estas figuras femeninas que satisfacen sus deseos y hacen ostentación de su voluptuosidad, representan una subversión de ese orden patriarcal; Joathan Harker y el profesor Van Helsing, en Drácula sienten repulsión ante las vampiras que habitan el castillo del Conde, no tanto por su condición de no muertas, como por su desinhibida agresividad sexual (Cuentos de vampiras, introducción de Roberto Cueto).

Portada Cuentos Vampiras

En los cinco relatos seleccionados en este libro, escritos por mujeres, llama la atención, en palabras del prologuista que la mayor parte de las autoras aprovechen «un ingrediente de la literatura fantástica bien querido y apreciado por el público, con más interés en ofrecer variaciones originales dentro de un atractivo diseño narrativo antes que en reflexionar sobre sus más profundas implicaciones». Y es que, siguiendo al prologuista, nos hallamos ante una literatura de consumo, que se crea «dentro de códigos genéricos que responden a determinadas expectativas de los lectores».

Sin embargo, no podemos olvidar que nos movemos en el ámbito de la literatura fantástica y estas aparentes contradicciones podrían responder a la asunción, por parte de las autoras, de los cánones literarios de un género más que a una ideología dominante. Por ejemplo, Arabella Kenealy, era una militante feminista y su relato Una hermosa vampira, presenta una «fidelidad canónica a los más obsoletos arquetipos de la vampira destructiva»; sin embargo, la imagen presentada por la autora de una mujer que depende de los demás para sobrevivir, podría interpretarse como una trágica venganza de la mujer condenada a la pasividad en una sociedad patriarcal (loc.cit.).

En este sentido, quizás el más interesante de los relatos que se nos ofrecen en esta antología sea el de Eliza Lynn Linton, autora de El destino de Madame Cabanel, en el que se muestran, minuciosa y explícitamente, los argumentos, falacias y trampas psicológicas que permiten la construcción de un mito como el de la mujer vampiro en el imaginario de una colectividad. Cito a estas dos autoras como ejemplos opuestos que ilustran la idea de que los ideales no siempre coinciden con los tópicos de la literatura fantástica, Eliza Lynn Linton era una contumaz antifeminista.

Al margen de lecturas sociales, esta antología presenta cinco relatos entroncados en el género vampírico, protagonizados y escritos por mujeres; unas, feministas, otras, conservadoras pero, todas ellas, dotadas del don de la palabra que harán estremecer a quien se aventure en estas páginas. La grandeza de la literatura fantástica radica en que, en ella, es posible obviar cualquier otra consideración que vaya más allá del puro goce estético.

Como dijo Oscar Wilde en El retrato de Dorian Grey: «No hay libros morales ni libros inmorales. Los libros están bien escritos o mal escritos. Eso es todo». Y, en este caso, lo mejor es dejarse llevar por los textos y que cada quien extraiga sus propias consideraciones.

 

Reseña: JR Crespo

Más información sobre el autor en su blog «Los delirios de El Rey Peste»

 

Libro: Cuentos de Vampiras,  Celeste Ediciones (Colección Infernaliana), Madrid, 2001.

Autoras: Anne Crawford, Mary E. Brandon, Alice y Claude Askew, Arabella Kenealy, Eliza Lynn Linton; selección, introducción y notas: Roberto Cueto.

 

 

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